miércoles, 22 de junio de 2011

SOMOS EL ESPEJO DE DIOS

SOMOS EL ESPEJO DE DIOS
Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu.
(2ª Corintios 3: 17, 18 NVI)
Dios quiere mostrarse al mundo a través de nosotros, Él quiere que todos conozcan Su gloria, Su grandeza y sepan a quién representamos en esta tierra. En la antigüedad cuando Moisés hablaba con Dios, la gloria de Dios se impregnaba en él y su rostro brillaba a tal punto que tenía que cubrirse el rostro para poder dirigirse al pueblo. “No hacemos como Moisés, quien se ponía un velo sobre el rostro para que los israelitas no vieran el fin del resplandor que se iba extinguiendo. Sin embargo, la mente de ellos se embotó, de modo que hasta el día de hoy tienen puesto el mismo velo al leer el antiguo pacto. El velo no les ha sido quitado, porque sólo se quita en Cristo. Hasta el día de hoy, siempre que leen a Moisés, un velo les cubre el corazón. Pero cada vez que alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado.” (2ª Corintios 3: 14- 16 NVI) Los hijos de Dios, quienes hemos reconocido a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador, arrepintiéndonos de nuestros pecados y volviéndonos a Él, llegamos a ser el espejo de Dios, porque Su Espíritu que vive en nosotros nos va transformando más y más a Su semejanza. Así que lavémonos bien la cara para no distorsionar Su gloria. Su Palabra nos limpia y purifica para que seamos más semejantes a Él.

Adán y Eva fueron creados a imagen y semejanza de Dios y mientras ellos se mantuvieron en obediencia y dependencia de Dios, portaban y reflejaban la misma gloria de Dios. Jesucristo cuando estuvo en la tierra también reflejó la gloria de Dios, inclusive le dijo a uno de sus discípulos lo siguiente: “Le dijo Felipe: Muéstranos al Padre y nos basta, Señor nuestro. Jesús le dijo: He estado con ustedes todo este tiempo, y no me has conocido, Felipe. El que me ve a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en mi Padre y mi Padre en mí? Las palabras que yo hablo no las hablo por cuenta propia, sino que mi Padre que mora en mí, Él realiza estas obras. Crean que yo estoy en mi Padre y mi Padre en mí, y si no, crean al menos por las obras.” (Juan 14: 8-11 SyEspañol) Jesús vino a mostrarnos al Padre y cada hijo de Dios también muestra al Padre, aunque algunos no lo puedan ver como en el caso de Felipe. Muchas veces, ni siquiera nosotros mismos podemos creer esto, pues nos parece demasiada pretensión, sin embargo Dios quiere mostrarse, quiere que el mundo vea Su grandeza a través de Sus hijos, grandeza reflejada en palabras y en hechos.

"En verdad les digo: el que cree en Mí, las obras que Yo hago, él las hará también; y aún mayores que éstas hará, porque Yo voy al Padre. "Y todo lo que pidan en Mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. "Si Me piden algo en Mi nombre, Yo lo haré." (Juan 14: 12 – 14 NBLH) Miren ¡qué promesa! Lo que pasa es que nos cuesta creerla, pero si asimilamos bien estas palabras a la luz de la revelación de Dios, ya no nos vamos a mirar como insignificantes y mendigos de los favores de Dios, sino que entenderemos que lo que Dios nos dio es a Él mismo, es Su Espíritu morando en nosotros para hacer Sus obras y manifestar Su gloria. Y esta gloria no se extingue como pasaba con Moisés después de salir de la presencia de Dios, sino que va en aumento, de tal modo que somos transformados a Su imagen con más y más gloria por la acción de Su espíritu que vive en nosotros. La voluntad de Dios es que alcancemos la estatura de Cristo, que lleguemos a ser como Él, por eso Su Espíritu nos va transformando, va puliendo algunas áreas de nuestro carácter que no se asemejan a Cristo, para que reflejemos Su gloria, mientras más pulidos estemos, más perfecta va a ser la imagen que reflejemos de Dios. Sin velo, con el rostro descubierto vamos reflejando la gloria de Dios, vamos sacando a flote la acción del Espíritu en nosotros y empezaremos a hacer las obras que Cristo hizo. Lo que Cristo prometió, de seguro que lo cumple. Tan sólo nos queda creerle. Somos el espejo de Dios y reflejamos Su gloria.