martes, 28 de abril de 2009

SACRIFICIO DE ALABANZA

SACRIFICIO DE ALABANZA
“Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él (Jesucristo), sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre.” (Hebreos 13:15)
Es hermoso alabar al Señor en medio de la congregación juntamente con los hermanos y esto fluye espontáneamente sin hacer ningún esfuerzo, si es que estamos acostumbrados a hacerlo; sin embargo cuando las cosas no andan bien, resulta difícil para nuestros labios pronunciar alabanza. ¿Te has preguntado por qué? Porque inconscientemente o muy consciente, tu alma deduce que no puedes alabar a quien no merece alabanza, porque crees que Dios no está haciendo nada por ti, a pesar de ver tu sufrimiento que supones que es el mayor de todos los sufrimientos. ¿Qué estás haciendo entonces? Estás poniendo tu “YO” como el centro sobre el cual deben girar las cosas y estás dejando de lado a Jesucristo, quien debe ser en todo momento el centro de todo, sobre el cual nosotros debemos girar. Sólo Jesucristo es digno de alabanza, aun cuando las cosas no estén saliendo como las esperamos.

Ofrezcamos siempre a Dios”: Siempre quiere decir continuamente, en todo momento. Dios merece siempre nuestra alabanza, aunque ésta implique sacrificio para nosotros y las cosas no anden como quisiéramos. Cuando Jonás estaba en el vientre del pez, por su desobediencia, él invocó a Dios. Su situación no era posible de ser solucionada humanamente, él necesitaba un milagro y sabía a quién recurrir.
Jonás 2: “Entonces Jonás oró al Señor su Dios desde el vientre del pez. Dijo: "En mi angustia clamé al Señor, y él me respondió. Desde las entrañas del sepulcro pedí auxilio, y tú escuchaste mi clamor. A lo profundo me arrojaste, al corazón mismo de los mares; las corrientes me envolvían, todas tus ondas y tus olas pasaban sobre mí. Y pensé: He sido expulsado de tu presencia. ¿Cómo volveré a contemplar tu santo templo? Las aguas me llegaban hasta el cuello, lo profundo del océano me envolvía; las algas se me enredaban en la cabeza, arrastrándome a los cimientos de las montañas. Me tragó la tierra, y para siempre sus cerrojos se cerraron tras de mí. Pero tú, Señor, Dios mío, me rescataste de la fosa. "Al sentir que se me iba la vida, me acordé del Señor, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo templo. "Los que siguen a ídolos vanos abandonan el amor de Dios. Yo, en cambio, te ofreceré sacrificios y cánticos de gratitud. Cumpliré las promesas que te hice. ¡La salvación viene del Señor!" Entonces el Señor dio una orden y el pez vomitó a Jonás en tierra firme.”

“Yo empero con voz de alabanza te sacrificaré: pagaré lo que prometí: a Jehová sea el salvamento.” (Jonás 2: 9 –RV1865) La alabanza es un elogio o celebración que se hace a alguien por sus proezas. Jonás prometió elogiar a Dios por la tremenda salvación que obtuvo, porque estando prácticamente muerto, sepultado ya y sus ojos veían muy cerca el mismo infierno a donde fue lanzado por su desobediencia, sin embargo, él sabía que si clamaba al Dios misericordioso, Éste le salvaría, entonces él no dejaría de alabarle. Jesucristo nos salvó de una muerte eterna, inminente y segura a causa del pecado que heredamos desde Adán, ¿no habríamos de alabarle todo el tiempo y durante la eternidad? ¿Acaso es menor nuestra salvación que la de Jonás? Nuestra salvación es mucho mayor que la de Jonás porque el precio pagado es incomparablemente mayor, ya que es el precio de la Sangre del Hijo de Dios hecho hombre por nosotros. Por lo tanto no debería faltar la alabanza de nuestros labios. Si sacrificamos alabanza a Dios, es decir que alabamos aun cuando no sintamos hacerlo, estamos haciendo lo que deberíamos hacer y aun así estamos catalogados como “siervos inútiles”, porque sólo hacemos lo que debemos hacer y no más de ello (Lucas 17:10). Si hacemos las cosas porque debemos hacerlas, estamos cayendo en una mera religión, pero si lo que hacemos, lo hacemos por amor y gratitud, esto agrada a Dios. El sacrificio de alabanza debe ser hecho por amor y gratitud, aun cuando no sintamos hacerlo y nuestros labios se nieguen a prorrumpir en alabanza. Estábamos destinados a una muerte segura, sin embargo Jesucristo nos dio vida, Su vida (Efesios 2:1- 10). Alábale desde el fondo de tu corazón, con tus labios y con tu espíritu. Declara las obras maravillosas que Él ha hecho por ti. Alábale.

“Porque mía es toda bestia del bosque, Y los millares de animales en los collados. Conozco a todas las aves de los montes, Y todo lo que se mueve en los campos me pertenece. Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; Porque mío es el mundo y su plenitud. ¿He de comer yo carne de toros, O de beber sangre de machos cabríos? Sacrifica a Dios alabanza, Y paga tus votos al Altísimo; E invócame en el día de la angustia; Te libraré, y tú me honrarás. Pero al malo dijo Dios: ¿Qué tienes tú que hablar de mis leyes, y que tomar mi pacto en tu boca? Pues tú aborreces la corrección, Y echas a tu espalda mis palabras. Si veías al ladrón, tú corrías con él, Y con los adúlteros era tu parte. Tu boca metías en mal, Y tu lengua componía engaño. Tomabas asiento, y hablabas contra tu hermano; Contra el hijo de tu madre ponías infamia. Estas cosas hiciste, y yo he callado; Pensabas que de cierto sería yo como tú; Pero te reprenderé, y las pondré delante de tus ojos. Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios, No sea que os despedace, y no haya quien os libre. El que sacrifica alabanza me honrará; Y al que ordenare su camino, Le mostraré la salvación de Dios.” (Salmo 50: 10- 23 RV60) Conviene leer todo el capítulo.

El sacrificio de alabanza guardará nuestro corazón de mal, porque vamos a estar centrados en el Dios de nuestra salvación y no en nuestras proezas, o fracasos; en lo que nos hacen o dejan de hacer otras personas. Hagamos de nuestra vida un altar de alabanza a Dios y seamos así aceptables a Él; que no broten de nuestros labios quejas contra Dios, o insulto, o infamia contra nadie, pues ningún ser humano, por quien Jesucristo dio Su vida, merece desprecio, sino nuestro sincero amor y honra, porque honrando al prójimo le honramos a Dios. Todo lo que respira alabe al Señor. Aleluya.”

sábado, 25 de abril de 2009

QUIÉN SOY Y CUÁL ES MI PROPÓSITO


ENTENDIENDO QUIÉN SOY Y CUÁL ES MI PROPÓSITO

"El Espíritu del Señor es sobre mí, por cuanto me ha ungido para predicar el evangelio a los pobres; me ha enviado para sanar a los quebrantados de corazón; para pregonar a los cautivos libertad, y a los ciegos vista; para poner en libertad a los quebrantados; para pregonar el año agradable del Señor." (Lucas 4: 18,19 RV 2000)

Estas palabras fueron dichas por Jesús antes de empezar Su ministerio. Él sabía quién gobernaba Su vida y para qué fue enviado. El hijo/a de Dios debe saber que el Espíritu Santo es quien gobierna su vida, porque desde el momento que nos hemos rendido a Cristo Jesús recibiéndole como Señor y Salvador, ya no tenemos derecho de autogobernarnos, ya no podemos ser independientes en todos los actos de nuestra vida, porque ahora es el Espíritu de Dios quien nos gobierna y Él sabe cómo dirigirnos, porque Dios todo lo sabe. El problema radica en que nuestra alma quiere tener el control de todo nuestro ser e inclusive quiere controlar al mismo Espíritu Santo. Jesús dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí…” Jesús era Dios, pero también era hombre, sujeto a las tentaciones carnales de toda persona, pero venció al tentador y a la tentación porque sabía quién era Él y quién gobernaba Su vida.

En Su humanidad, Jesús tenía las mismas necesidades que tenemos los humanos, por lo tanto, Él tenía que reconocer que quien dirigía Su vida era el Espíritu del Señor, que estaba como una cobertura sobre Jesús. Él no podía hacer las cosas independientemente de Dios. Por eso Él dijo: "No puedo yo de mí mismo hacer nada; como oigo, juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, del Padre." (Juan 5: 30) Cada hijo de Dios debe reconocer que su voluntad debe estar sujeta a la de Dios. Lea Juan 4: 30-34, vemos que Jesús sujetó inclusive su estómago a la voluntad de Dios. Él sabía elegir las prioridades; y antes que la comida, estaban las almas, esa era su mayor prioridad y debe ser la nuestra. Si dedicáramos más tiempo en interceder que en comer, pienso que nuestra nación sería diferente; si dejáramos de pensar en satisfacer las necesidades del estómago y nos dedicáramos a satisfacer a Dios, haciendo Su voluntad, Dios se encargaría de darnos la mejor comida que nosotros nunca pudiéramos obtener con nuestro salario. El hijo/a de Dios no puede hacer las cosas como le plazca, porque ahora su prioridad debe ser satisfacer a Dios; y comparado con lo que Dios hizo por nosotros, eso no suena como sacrificio, porque cualquiera cosa que hagamos para complacer a nuestro Amado Señor, resultará poco. Atrévete a contemplar lo que hizo Jesús por ti en la cruz, para ver lo que significa el sacrificio hecho en el Calvario. Todo lo que Jesús tuvo que renunciar por venir a esta tierra y liberarte del pecado y de Satanás, para darte acceso al cielo, borrando todos y cada uno de tus pecados con Su sangre redentora, cosa que ni tú, ni nadie lo hubiera podido hacer.

El Espíritu del Señor está también sobre ti, créelo y decláralo, esto te librará de pecar, porque no puede pecar quien está sujeto al Espíritu Santo y está ungido por Dios para predicar el evangelio a los pobres, a los necesitados. El mundo está necesitado del verdadero Dios. Muchas almas mueren cada día y van al infierno por nuestra negligencia, por no obedecer el mandato de Jesús de hacer discípulos introduciendo en el Reino de Dios a las personas y no dándoles una religión opresora, porque en el Reino de Dios hay libertad para vivir como Dios quiere que vivamos y no como dicta nuestra razón. Dios siempre tiene lo mejor para nosotros. Sujetándonos a Él nos vamos a evitar de grandes problemas. La voluntad de Dios es la mejor opción para nosotros, confiemos en Él y dejemos que Él haga Su obra en nosotros, no seamos un obstáculo. Vivamos para extender Su Reino. Somos agentes de transformación y no de conformismo.
"Todos ustedes, en cambio, han recibido unción del Santo, de manera que conocen la verdad. No les escribo porque ignoren la verdad, sino porque la conocen y porque ninguna mentira procede de la verdad. ¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo no tiene al Padre; el que reconoce al Hijo tiene también al Padre. Permanezca en ustedes lo que han oído desde el principio, y así ustedes permanecerán también en el Hijo y en el Padre. Ésta es la promesa que él nos dio: la vida eterna. Estas cosas les escribo acerca de los que procuran engañarlos. En cuanto a ustedes, la unción que de él recibieron permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les enseñe. Esa unción es auténtica --no es falsa-- y les enseña todas las cosas. Permanezcan en él, tal y como él les enseñó. Y ahora, queridos hijos, permanezcamos en él para que, cuando se manifieste, podamos presentarnos ante él confiadamente, seguros de no ser avergonzados en su venida." (1ª Juan 2: 20-28) La permanencia en Cristo nos hace estar en la verdad y no permite dejarnos engañar por mentiras que quieren torcer la Palabra de Dios a favor de intereses mezquinos, que pueden incubarse en nuestra alma si no estamos permaneciendo en Él todo el tiempo. Hemos sido ungidos para predicar el evangelio, no sólo a través de nuestras palabras, sino mayormente de nuestro testimonio. Cristo vivió para mostrar a Dios y la unción que tenemos también debe mostrar a Dios. Esta unción viene de Dios y la recibimos si permanecemos en Él, en intimidad, anhelando al Amado en todo momento, unido al Él, así como Jesús estuvo con el Padre.

Cree y confiesa que el Espíritu de Dios está sobre ti y que eres ungido para predicar el evangelio a los pobres y que además eres enviado para sanar corazones heridos, para dar palabras de consuelo a las personas que sufren; para anunciar que hay libertad en Cristo, porque toda cadena de opresión ya ha sido rota en la cruz. Que toda venda se caiga de tus ojos para que veas lo que Cristo logró en la cruz. Amado/a, eres libre de las prisiones del odio, de la mentira, de todo vicio, porque el Cristo que vive en ti te ha hecho libre, ya no tienes que vivir en amargura recordando un pasado que no vas a poder cambiar. Puedes amar, porque Cristo es amor. El Espíritu del Señor está sobre ti, y en ti, y tú en Él. La atmósfera que te rodea es amor, es paz, es gozo y toda fragancia que produce el fruto del Espíritu de Dios, porque Él sana el corazón quebrantado, el alma herida. Transmite esa atmósfera. Hay sanidad en Su Reino. Hay vida en Cristo, y tú estás en Él para manifestar la vida de Dios; esa vida produce cambios, transforma, liberta. La misión tuya es la misma de Cristo, deshacer las obras del diablo, proclamando libertad, sanando, quitando la venda de los ojos para que vean a Dios. Si entiendes quién eres y cuál es tu propósito, tu vida y tu entorno nunca más van a ser iguales.

jueves, 23 de abril de 2009

EL PODER DEL NOMBRE DE JESÚS

EL PODER DEL NOMBRE DE JESÚS
Ya no voy a estar por más tiempo en el mundo, pero ellos están todavía en el mundo, y yo vuelvo a ti. "Padre santo, protégelos con el poder de tu nombre, el nombre que me diste, para que sean uno, lo mismo que nosotros. Mientras estaba con ellos, los protegía y los preservaba mediante el nombre que me diste, y ninguno se perdió sino aquel que nació para perderse, a fin de que se cumpliera la Escritura.
(Juan 17: 11, 12)
El nombre que Jesús recibió fue la autoridad que pudo vencer el poder de Satanás, porque frente al Nombre de Dios, no hay poder que se resista. Jesús es, era y será lo que Su nombre es. Él no tenía que estar diciendo, “vengo en el nombre del Padre”, porque Él era Dios; y Satanás sabía muy bien quién era Jesús. El nombre de Dios es la autoridad de Él y la Persona de Jesucristo legítimamente tenía esa autoridad, así que podía ejercer poder sobre cualquier otro poder. Ahora bien, lo maravilloso del Cuerpo de Cristo es que Dios le ha dado autoridad, esa autoridad es Su Nombre en la Persona de Jesucristo, para quienes de verdad creen y lo aceptan; es ese Nombre que es sobre todo nombre, tanto en los cielos, en la tierra o debajo de la tierra. La Iglesia tiene la autoridad que Dios le ha dado para deshacer las obras del diablo, así como Cristo lo hacía. “El Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del diablo.” (1ª Juan 3: 8b). Esta autoridad es mayor que el poder del diablo. Por ejemplo, si un minusválido tiene un cargo de autoridad en la calle para cobrarnos por el estacionamiento de nuestro vehículo, aunque no tenga la fuerza y capacidad física para obligarnos a obedecer la orden, por ser una autoridad, aunque sea en algo al parecer insignificante, nosotros debemos obedecerle, porque debido a su autoridad tiene el poder de hacernos pagar una multa o quizá algo mayor, si estamos en un país donde las leyes se cumplen por supuesto. La autoridad es superior al poder. El poder está subordinado a la autoridad, es por eso que el Nombre de Jesús está sobre cualquier otro nombre en cualquier lugar del universo y nosotros como Iglesia hemos recibido esa autoridad para usar Su Nombre.

El Señor Jesucristo ha dado a Su Cuerpo (Iglesia) Su Nombre, Su autoridad para que hagamos lo que Cristo hizo estando en la tierra y Él dijo: “Les aseguro que el que confía en mí hará lo mismo que yo hago. Y, como yo voy a donde está mi Padre, ustedes harán cosas todavía mayores de las que yo he hecho.” (Juan 14: 12). La autoridad que Cristo dejó a Su Iglesia es para que ésta continúe Su obra y no permita que Satanás se imponga. A pesar de estar viviendo en medio de un mundo de maldad, porque este sistema está regido por el maligno, nosotros podemos declarar con firmeza y certidumbre lo que Habacuc declaró: “Porque así como las aguas cubren los mares, así también se llenará la tierra del conocimiento de la gloria del Señor." (Habacuc 2: 14). Este conocimiento va a ser manifiesto por la autoridad y poder que tiene Su Iglesia. Cada hija/o de Dios lleva dentro de ella/él al Espíritu Santo; es éste el mismo poder que resucitó de los muertos a Cristo Jesús. Por eso Pablo oraba por los creyentes y decía: “Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado, cuál es la riqueza de su gloriosa herencia entre los santos, y cuán incomparable es la grandeza de su poder a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no sólo en este mundo sino también en el venidero. Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo, y lo dio como cabeza de todo a la iglesia.” (Efesios 1: 18 -22 NVI).

Yo también pido que lo ojos de cada hija/o de Dios sean iluminados para que entiendan cuál es la herencia que como santos tienen, para que comprendan el poder y la autoridad que se les ha dado, para que ejerzan adecuadamente lo que Cristo les legó. La autoridad que tenemos por el derecho que nos dio Jesucristo de llevar Su Nombre, es superior al poder de Satanás. El engaño del diablo es colocar temor en los hijos de Dios y mostrarse demasiado grande como para que se lo derrote; sin embargo, nosotros sabemos que Mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo (1ª Juan 4: 4). Teniendo el entendimiento de Quién está en nosotros y que Su Nombre es la autoridad máxima sobre todo nombre o poder, sometiéndonos a Él en obediencia por amor, vamos a resistir al diablo, porque éste ya fue derrotado en la cruz y fue exhibido en vergüenza ante todos los seres del universo. Con la victoria de Cristo, nosotros que nos hemos unido a Él, ya tenemos la victoria."Miren, les he dado autoridad para pisotear sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo el poder del enemigo, y nada les hará daño.” (Lucas 10: 19) No permitas que el temor te invada, no proviene de Dios, recházalo. Recuerda siempre quién eres en Cristo y qué tienes en Él. “Todas las cosas las sometió Dios debajo de sus pies y, también sobre todas las cosas, lo ha hecho cabeza de la iglesia. Así la iglesia, que es el cuerpo de Cristo, está llena del que todo lo llena en todos.” (Efesios 1: 22, 23 CAS). Usa lo que tienes y saca el mayor provecho de lo que Dios te dio. Tienes autoridad sobre todo poder demoníaco. No vivas más en esclavitud, sometiéndote a los deseos de tu vieja naturaleza o del diablo porque ya Cristo te hizo libre. Rompe toda cadena de opresión en el Nombre de Jesucristo, rechaza la derrota, vive la victoria que Cristo ganó por ti y disfruta de tu herencia. Señor, abre los ojos del entendimiento de cada persona, hija/o tuyo que lea esto, para que entienda que estando en Ti, por haberte recibido y por vivir en Tu voluntad, tiene la autoridad de Tu Nombre que es superior a cualquier otro nombre. Amén.

lunes, 20 de abril de 2009

TENEMOS EL PENSAMIENTO DE CRISTO

TENEMOS EL PENSAMIENTO DE CRISTO
Porque ¿quién penetró en el pensamiento del Señor, para poder enseñarle? Pero nosotros tenemos el pensamiento de Cristo. (1ª Corintios 2: 16 BPD)

El propósito de Dios para nuestras vidas es el potencial dentro de nosotros que nos mueve a tener pensamientos acerca de ese propósito y la palabra que brota de nuestra boca es la potencia que activa lo que ya tenemos de Dios. Cuanta más Palabra de Dios introduzcamos en nosotros, más elementos tenemos para activar la voluntad de Dios y traer Su Reino a la tierra. El Reino de Dios es Su gobierno sobre nosotros, Su voluntad establecida en nosotros para ser transformadores y trastornadores del sistema operante. Cuando hablo del sistema operante, me refiero al sistema establecido por el diablo, que está basado en fraudes, hechicerías, mentiras, asesinatos y todo lo que él sabe hacer muy bien. Los ciudadanos del Reino de Dios estamos aquí en la tierra para manifestar el gobierno de Dios y de este modo hacer retroceder a las tinieblas, porque nuestra luz brillará donde quiera que estemos. Sólo vamos a traer Su Reino si nos movemos dentro de Sus propósitos para nosotros. Tú y yo hemos sido creados con un propósito y tenemos que saber cuál es ese propósito para que nos movamos de acuerdo a lo que Dios ya estableció para nosotros.

El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído, no es mía, sino del Padre que me envió. Estas cosas os he hablado estando aun con vosotros. Mas aquel Consolador, el Espíritu Santo, al cual el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho. (Juan 14: 24-26 RV 1865). Los pensamientos de Cristo son de aquel que guarda las Palabras de Cristo en su corazón, de tal manera que es el Espíritu de Dios quien se encarga de ordenar los pensamientos y hacernos recordar las Palabras de Dios que hemos almacenado dentro de nosotros, pero si no almacenamos nada, nada se nos podrá recordar. Las Palabras de Cristo son el efecto de Sus pensamientos y revelan quién es Él, por eso, teniendo Sus Palabras en nosotros y permitiendo que Su Espíritu nos enseñe, tenemos a Cristo revelado y vamos a poder manifestar Su Gloria. “Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda.” (Job 32: 8)

Al recibir a Cristo en nuestros corazones se nos abre la posibilidad de tener una mente como la de Él y poder pensar Sus pensamientos. La posibilidad está abierta, pero depende de nosotros entrar por esa puerta (de posibilidad) o detenernos y no avanzar, si nos detenemos llegamos a un conformismo espiritual que no nos va a llevar a conformarnos a Cristo, sino a conformarnos a este mundo, donde lo más importante será nuestro trabajo, profesión, hijos y otras cosas, aunque no dejamos de ser “cristianos”. Conformarse a la mente de Cristo es decidir no pensar por cuenta propia, sino que llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, pensamos lo verdadero, honesto, amable, puro y todo aquello que es de excelencia moral que nos conducirá a guardar los mandamientos de Cristo. El conformarnos a Cristo nos hace partícipes del Reino de Dios y los ciudadanos de este Reino traemos la voluntad de Dios a la tierra porque nuestros pensamientos están unidos al de Cristo, entonces unimos cielo y tierra para que los propósitos de Dios establecidos desde antes de la fundación del mundo sean cumplidos. Los propósitos de Dios son los que Él ya diseñó para cada ser humano, los cuales tenemos que activar. El potencial que tenemos dentro de nosotros son los propósitos de Dios para nuestras vidas. Si no sabes tu propósito para lo cual Dios te creó, pregúntale a Él, porque tienes que moverte dentro de Su voluntad o propósito para ti.

Al unirnos a Cristo venimos a ser un espíritu con Él (1ª Corintios 6:17). Este nuevo espíritu unido al Espíritu de Cristo empieza a abrirse paso para que la luz de Dios penetre al alma, pero nosotros tenemos el control de nuestra alma donde está nuestra mente, voluntad y emociones; entonces depende de cada uno decidir ser alumbrado por el espíritu regenerado y que tiene la luz de Dios, o quedarse en penumbra, lo cual es terrible, porque a media luz nosotros vemos las cosas distorsionadas y nos confundimos. Quien se confunde es el alma, no el espíritu. Necesitamos abrir nuestra mente para que reciba toda la luz del Espíritu de Dios a través de nuestro espíritu, para esto debemos despojarnos de todo argumento de este sistema que nos lleva a desconocer a Dios como el único dador de todo conocimiento, porque sólo le vamos a conocer espiritualmente y no racionalmente. Sólo la mente espiritual, aquella que se deja guiar por el espíritu (a través del Espíritu Santo), va a conocer a Dios, porque Dios es Espíritu y lo espiritual se entiende espiritualmente. “Y nosotros hemos recibido, no el espíritu del mundo, sino el Espíritu que es de Dios, para que conozcamos lo que Dios nos ha dado; lo cual también hablamos, no con doctas palabras de humana sabiduría, mas con doctrina del Espíritu, acomodando lo espiritual á lo espiritual. Mas el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura: y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente. Empero el espiritual juzga todas las cosas; mas él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿quién le instruyó? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.” (1ª Corintios 2: 12-16 SRV 1909)

Dejemos que la mecha que se ha encendido en nuestro espíritu llegue al alma y explote para que ese potencial se transforme en potencia y lleguemos a pensar como Cristo, porque Su triunfo nos ha dado la victoria y a pesar de las dificultades, sabemos que está en nosotros el poder de traer el Reino de Dios a la tierra cumpliendo el propósito de Dios en nuestras vidas. Por tanto cambiemos nuestra forma de pensar y conformémonos al pensamiento de Cristo.

viernes, 17 de abril de 2009

SAL Y LUZ DE LA TIERRA

TÚ HAS SIDO LLAMADA/O PARA SER SAL Y LUZ DE LA TIERRA
"Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee. "Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa. Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo.
(Mateo 5: 13 -16)
Jesucristo dejó Su Cuerpo, que es Su Iglesia, aquí en la tierra para darle sabor, el sabor característico del reino de Dios, por eso cuando Él enseñó el “Padre Nuestro” mandó que trajeran los diseños del cielo a la tierra, cuando dijo, “venga tu reino, sea hecha tu voluntad aquí en la tierra, así como se hace en los cielos”. Según el orden de prioridades, en la oración enseñada por el Señor Jesucristo, viene primero la declaración de la santidad de Dios, el reconocimiento de quién es Dios y luego la petición para que venga Su gobierno a esta tierra; este gobierno es el que dará sabor de vida porque preservará la vida misma implantando la Vida de Dios en los corazones de las personas. Sin embargo, si Los hijos de Dios siguen la corriente de este sistema mundial, van perdiendo su sabor, entonces se volverán el hazme reír de los hijos del diablo y la maldad se incrementará. El diablo es el príncipe de este mundo, pero nosotros, los hijos de Dios, estamos aquí para marcar la diferencia y no para seguir la corriente satánica con todos sus fugaces encantos. La Iglesia de Cristo tiene que implantar la cultura del reino de Dios y dar sabor a la tierra.

Nuestra tarea es sazonar la sociedad que está corrompida, es darle el sabor de reino de Dios, es empezar a gobernar según los decretos celestiales, es traer el cielo a la tierra. Implantar la cultura del Reino es decretar los diseños de Dios para esta tierra. No vamos a pelear contra el príncipe de este mundo, él ya está vencido, vamos a establecernos como una cultura celestial que asienta sus bases en este planeta y si el diablo quiere hacernos frente y no ceder territorio, entonces tomamos las armas poderosísimas y le ordenamos retirarse del lugar donde nosotros nos plantemos. “Porque así como las aguas cubren los mares, así también se llenará la tierra del conocimiento de la gloria del Señor.” (Habacuc 2: 14 NVI). Esta declaración es para este tiempo porque la gloria de Dios ha de verse en cada hijo suyo. La luz de Dios se alzará y brillará manifestando la justicia de Dios y quebrando el yugo de injusticia satánica debido a la unción de los manifestadores del Reino de Dios. Entonces el temor, el miedo que no permitía levantar la luz de Dios huirá, y vendrá el reverente temor a Dios en todos Sus hijos y brillarán como antorchas en medio de la oscuridad, entonces la santidad a Dios se podrá ver en sus vidas porque Dios mismo los guardará, porque ellos guardaron sus vidas y sus pensamientos para Dios.

Levántate Iglesia y brilla, porque el Sol de Justicia está sobre ti. Ha llegado tu tiempo. Este es el tiempo, es el tercer día, es la resurrección, es la gloria de Dios sobre la Iglesia. La oscuridad que ha invadido la tierra empieza a desvanecerse porque viene el día, brilla el sol y Su Gloria se manifiesta. Es tiempo de preparar los graneros porque viene la lluvia que madurará los frutos. Esfuérzate por conocerlo. Busca Su presencia. Toma autoridad, empieza a traer los diseños de Dios a la tierra. Gobierna, toma ciudades, pide naciones para Cristo, porque tu tiempo ha llegado. La gloria de la resurrección está sobre ti. La lluvia tardía traerá sanidad y restauración y bañará el desierto y brotará la vida. Alza tu voz y no calles. Es hora de arrepentimiento y clamor. Es hora de no mirar atrás, es hora de avanzar, porque lo que está en ruinas tiene que reedificarse. La sociedad corrompida tiene que sanarse. Tus hijos pródigos volverán. Extiende tus brazos para recibirlos. Ensánchate y avanza. Alcanza a los débiles e infúndeles fuerza; a los atormentados dales paz. Gobierna con cetro de justicia y lazos de amor. “¡Vengan, volvámonos al Señor! Él nos ha despedazado, pero nos sanará; nos ha herido, pero nos vendará. Después de dos días nos dará vida; al tercer día nos levantará, y así viviremos en su presencia. Conozcamos al Señor; vayamos tras su conocimiento. Tan cierto como que sale el sol, él habrá de manifestarse; vendrá a nosotros como la lluvia de invierno, como la lluvia de primavera que riega la tierra.” (Oseas 6: 1-3)

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: "¡Abba! ¡Padre!" El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria.” (Romanos 8: 14 – 17). Los hijos maduros de Dios se dejan guiar por el Espíritu Santo y el temor huye de ellos, empiezan a gobernar decretando los diseños de Dios para esta tierra y la voluntad de Dios se establece, Su luz brilla y la sal empieza a detener la corrupción por los decretos de los hijos de Dios. La luz descubre lo escondido y las tinieblas huyen porque la justicia de Dios se manifiesta. Los hombres malos aborrecen la luz porque no quieren ser descubiertos en sus maldades. La Iglesia del tercer milenio debe levantarse y gobernar en el Nombre de Jesucristo, “porque toda la creación está confiada y expectante por la manifestación de los hijos de Dios” (Romanos 8: 19) Este es el tiempo de la manifestación gloriosa de los hijos de Dios.

lunes, 13 de abril de 2009

LA GLORIA DE DIOS ESTÁ EN TI

LA GLORIA DE DIOS ESTÁ EN TI

"Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí. "Padre, quiero que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy. Que vean mi gloria, la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación del mundo." (Juan 17: 21-24)
Veamos algunas definiciones de gloria en el DRAE. 1. f. Reputación, fama y honor que resulta de las buenas acciones y grandes calidades. 2. f. Gusto o placer vehemente. La gloria del estudioso es estudiar.3. f. Persona o cosa que ennoblece o ilustra en gran manera a otra. Cervantes es gloria de España. El buen hijo es gloria de su padre.4. f. Majestad, esplendor, magnificencia.
Jesús nos ha dejado Su gloria con un propósito, que seamos uno en Él. No nos preocupemos por buscar Su gloria, preocupémonos por buscar al Señor de la gloria y ésta se hará manifiesta. Cuando el Cuerpo de Cristo se una así como cada uno de nuestros miembros están unidos a nuestro cuerpo se cumplirá la palabra de Habacub 2: 14 “Porque así como las aguas cubren los mares, así también se llenará la tierra del conocimiento de la gloria del Señor.” Nuestro principal objetivo debe ser andar en la luz que hemos recibido sin apartarnos de ella; y a medida que recibimos más luz, sigamos caminando en esa luz, porque vamos a ser juzgados por la aplicación o práctica de la verdad de Dios en nuestras vidas. Cuanto más caminemos en la verdad que hemos recibido, más vamos a manifestar la gloria de Dios.
"Un árbol bueno no puede dar fruto malo, y un árbol malo no puede dar fruto bueno. Todo árbol que no da buen fruto se corta y se arroja al fuego. Así que por sus frutos los conocerán. "No todo el que me dice: 'Señor, Señor', entrará en el reino de los cielos, sino sólo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?' Entonces les diré claramente: 'Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!'” (Mateo 7: 21-23) Jesús está terminando el Sermón del Monte donde estaba dando los principios para vivir en el Reino de Dios. Este Reino tiene que ser manifiesto y su manifestación es la gloria de Dios, que son los frutos del carácter de Dios en nosotros. Si llevamos la naturaleza de Dios, lo que vamos a manifestar es Su naturaleza, Su gloria. Por eso es importante entender que ya no pertenecemos a este sistema, ahora pertenecemos al Reino de Dios y debemos regir nuestra vida de acuerdo a las leyes de ese Reino. El único Rey y Soberano de nuestras vidas es Jesucristo. Entendamos que este reino es espiritual y no está basado en ritos, sino en absoluta obediencia a Dios. Todo nuestro ser debe conformarse al Espíritu Santo. Por eso es importante morir a las propensiones o inclinaciones que nos hacen pecar. Debemos rendir nuestra voluntad a Jesús, Él siempre tiene lo mejor para nosotros. Hacer la voluntad de Dios debe ser nuestra meta, porque Su voluntad es nuestra santificación, que no es otra cosa que apartarnos de lo malo y acercarnos a Dios para hacer conforme a Su Palabra y caminar en Su Luz.
"La voluntad de Dios es que sean santificados; que se aparten de la inmoralidad sexual; que cada uno aprenda a controlar su propio cuerpo de una manera santa y honrosa, sin dejarse llevar por los malos deseos como hacen los paganos, que no conocen a Dios; y que nadie perjudique a su hermano ni se aproveche de él en este asunto. El Señor castiga todo esto, como ya les hemos dicho y advertido. Dios no nos llamó a la impureza sino a la santidad; por tanto, el que rechaza estas instrucciones no rechaza a un hombre sino a Dios, quien les da a ustedes su Espíritu Santo." (1ª Tesalonicenses 4: 3- 8)

La Palabra de Dios tiene que ser practicada por nosotros Sus hijos para no empañar la gloria de Dios que está en nosotros. El mundo tiene que conocer a Dios por lo que ve en nosotros, no por lo que oye solamente, porque si hablamos de Dios y no hacemos conforme a lo que hablamos, estamos deshonrando a Dios. “Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca. Pero todo el que me oye estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa, y ésta se derrumbó, y grande fue su ruina." (Mateo 7: 24-27) Oír y practicar lo que hemos recibido hará que andemos en victoria. Dios ha cumplido y sigue cumpliendo en darnos Su Palabra, ahora nos toca a nosotros ponerla en práctica, porque la práctica confirma la teoría, sino ésta no sirve para nada; no es que la Palabra de Dios no sirva, sino que nosotros la invalidamos porque no la cumplimos. Jesús vivió lo que predicaba, no fue un teórico solamente. Vivir lo que hemos oído y aprendido de Jesús es la clave para andar en Su voluntad y manifestar Su gloria. Pon en práctica lo que has aprendido, camina en la luz que hasta ahora tienes y la gloria de Dios que está en ti se manifestará.

viernes, 10 de abril de 2009

VOLVÁMONOS AL PLAN ORIGINAL DE DIOS


VOLVÁMONOS AL PLAN ORIGINAL DE DIOS
Así dice el Señor: "Deténganse en los caminos y miren; pregunten por los senderos antiguos. Pregunten por el buen camino, y no se aparten de él. Así hallarán el descanso anhelado. Pero ellos dijeron: No lo seguiremos." (Jer. 6: 16) Como hijos de Dios estamos diseñados para caminar por los caminos establecidos por el Señor (Lee Efesios 2: 10) y si no lo hacemos, nuestra alma no va a hallar descanso. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, para que en nuestro ser quepa Dios y no haya lugar para nadie más. Dios no se aloja a la fuerza, Él espera ser invitado y que le permitamos llenarnos a plenitud. Su mayor deseo es volvernos a Su Semejanza nuevamente, para que nos parezcamos a Su Hijo Jesucristo. Cuando Dios creó a Adán, lo creó como Él y le dio un reino, le dio este planeta Tierra, para que gobernara con autoridad divina y estableciera los principios de Dios, pero el hombre entregó su autoridad a Satanás y llegó a ser esclavo de él. No obstante, Dios, que no cambia, levantó al segundo Adán, Jesucristo, que restauró lo perdido por el primer Adán y nos dio nuevamente el dominio de este planeta para que establezcamos Sus principios sobre él, para que demos a conocer Su Reino. Cuando Cristo, el segundo Adán, vino a la tierra, estableció el Reino de Dios sobre los principios fundamentales de Dios, sobre Su Palabra, porque cielo y tierra pasarán, pero Su Palabra nunca pasará. Jesús hizo la voluntad de Dios, vivió Su Palabra.

Al principio Dios colocó a Adán en un huerto y allí habían dos árboles: el Árbol de la Vida y el de la ciencia del bien y del mal. Dios le encargó no comer del último, del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque indefectiblemente moriría. Adán no obedeció y la muerte se apoderó de él, porque comió muerte. Fue expulsado del huerto para que no comiese del Árbol de la Vida y viviese por siempre en pecado. Desde ese momento el hombre no podía tener acceso al Árbol de la Vida y empezó a hacer su propia obra, conforme él había elegido; pero a pesar de eso, Dios mantuvo una generación justa que decidió seguir Sus mandamientos y les dio revelación para que pudieran comprender cómo vivir en obediencia a Dios. De esa generación vino Jesucristo, el Justo, para devolvernos lo que el hombre perdió en el Edén. ¿Qué perdió? El acceso al Árbol de la Vida. Este acceso nos lleva al descanso en Dios.

Por el poder del Justo, por el sacrificio en la cruz del Calvario, Jesús nos dio nuevamente acceso al Árbol de la Vida, nos dio acceso a Su Vida y se plantó en el centro de nuestro huerto, en nuestro espíritu, para que al comer cada día de Él, la muerte que fue plantada en nuestro ser, debido a la desobediencia de un hombre, empiece a ser expulsada de nuestro huerto, mientras es desarrollado Cristo como el Árbol de la Vida. El comer de Cristo fortalece Su vida en nosotros y nos otorga Vida verdadera. Él es el tronco de la Vid y nosotros las ramas que nos alimentamos de Su Vida para dar frutos y ser de alimento a otros haciendo la voluntad de Dios y enseñándola.

Los “senderos antiguos” son los decretados desde la eternidad hasta la eternidad y se nos manifestó en el principio, cunado Dios creó al hombre y le dijo: “Puedes comer de todos los árboles de tu jardín, pero NO comas del árbol de la ciencia del bien y del mal porque morirás”. El Árbol de la Vida estaba al alcance del hombre, juntamente con los otros árboles, disponible para que él coma, pero tomó una mala decisión y desechó lo bueno para probar lo malo y cuando probó lo malo, recién se dio cuenta cuán malo era y cuán mala fue su decisión. El hombre tenía la Vida a su alcance y no la tomó. Ahora esa Vida, Jesucristo, está a tu alcance para que la tomes todos los días y comas de Ella y te desarrolles y vivas para siempre. Este Árbol de Vida es mencionado sólo en el Génesis y el Apocalipsis; al principio y al final de la Palabra de Dios, porque Él es el Alfa y la Omega. Existe alusiones a este árbol en toda la Escritura, pero en una forma muy clara lo vemos en el principio y el final de Ella.

"El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que salga vencedor le daré derecho a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios. (Apocalipsis 2: 7) A cada lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce cosechas al año, una por mes; y las hojas del árbol son para la salud de las naciones." (22: 2) "Dichosos los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida y para poder entrar por las puertas de la ciudad." (22:14) Los vencedores tendrán acceso a ese Árbol y vivirán en salud y entrarán por las puertas de la nueva Jerusalén. Tú eres un vencedor en Cristo, eres el huerto de Dios y Su Vida está en medio de ti. Sus corrientes fluyen en ti para vida, y la plenitud de Dios está en ti. Eres la atmósfera donde se mueve el Espíritu de Dios y Su luz resplandece en la oscuridad. Cuanta más Vida de Dios introduzcas en ti, menos de ti permanecerá, entonces brillará tu luz y el yugo de opresión se pudrirá y regarás tu huerto con las corrientes del río de Dios y beberás de Él y serás saciado, entonces, de tu interior brotarán ríos de agua que producen vida, porque el Espíritu de Dios es la Vida de Dios que está en ti y se mueve y sale para llenar la tierra con la gloria de Dios. Tú tienes esa gloria, no la busques fuera de ti, hazla salir, es el fruto de Dios ( Lee Gálatas 5: 22,23) para dar vida a las naciones, porque Dios quiere manifestar Su gloria y sólo puede hacerlo a través de ti, porque hemos sido creados en Cristo para alabanza de Su gloria y para andar en los caminos que Él ya preparó para nosotros. (Lee Efesios 1: 12 y 2: 10).

"Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en la senda de los pecadores ni cultiva la amistad de los blasfemos, sino que en la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella. Es como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera!" (Sal. 1: 1-3) "Dichoso el que halla sabiduría, el que adquiere inteligencia." (Prov 3: 11) "Ella es árbol de vida para quienes la abrazan; ¡dichosos los que la retienen!" (3:18) "Serán llamados robles de justicia, plantío del Señor, para mostrar su gloria. Reconstruirán las ruinas antiguas, y restaurarán los escombros de antaño; repararán las ciudades en ruinas, y los escombros de muchas generaciones." (Is 61: 3b y4) Dios nos ha llamado a ser árboles de vida, entonces debemos nutrimos de la Vida de Dios cada día y dar de esa Vida a las personas, para mostrar Su gloria a las naciones y así reedificaremos lo que fue destruido por el pecado en el Edén y traeremos lo establecido por Dios desde el principio, para que sólo Dios sea glorificado, pues sólo Él debe ser visto, porque es necesario que nosotros mengüemos para que Cristo crezca y sea visto a través de nosotros.

martes, 7 de abril de 2009

SEMBRANDO

SEMBRANDO

En la tierra floreciente de tu vida, quiero sembrar la semilla del saber, abonarla con amor, regarla con placer. De la semilla que otros sembraron en mí, ha brotado lo que hoy deposito en ti.
Quiero que esta semilla germine en tu tierra, que crezca la espiga dorada, que se meza con el viento, se confunda con el sol; que cada grano del saber depositado en ti, se esparza por la tierra, dé vida al hambriento, crezca y fructifique por el mundo, que colme esta tierra con amor.

Cuando ya estén mis ojos cansados de contemplar la vida, pueda ver en ti, una parte de mi ser resplandeciendo por el mundo, esparciendo la semilla que un día he sembrado en ti.

Cuando la lluvia moje tu tierra para que esta semilla brote, no mires la tempestad, empápate de cada gota del saber y elévate hasta el cielo, donde puedas ver a Dios.

Cuando la brisa bese tu vida y acaricie tus pensamientos, no mires al huracán que se avecina, disfruta de la brisa, mientras ella esté contigo.

Si el huracán azota tu vida, no te aflijas. Él llevará tus semillas, tan lejos, como tú nunca lo hubieras imaginado.

Permanezcamos tú y yo sembrando la semilla del amor, obedeciendo al mandato de nuestro Señor, que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado.

Que la semilla dorada de la fe en Jesús, crezca en ti, para que otros puedan ver Su luz.
Con amor,
María Elena

lunes, 6 de abril de 2009

LA VICTORIA EN LA CRUZ

LA VICTORIA EN LA CRUZ

"Sabemos que nuestro viejo yo fue muerto en la estaca de ejecución con El, para que el cuerpo entero de nuestra propensión pecaminosa pudiera ser destruido, y a fin de no ser esclavizados más por el pecado." (Romanos 6: 6 TKIM-DE)
Es en la cruz donde se muere para resucitar en victoria; sin la experiencia de la muerte en cruz no podremos vivir en victoria. Nuestra mayor batalla no es con el diablo o los demonios, sino con nuestra propia “carne”, con nuestra vieja naturaleza acostumbrada a pecar y a satisfacerse para su propia destrucción. Muchas veces cuando no podemos controlar la ira o el resentimiento, o los celos, o la mentira, etc., tendemos a querer expulsar a los demonios que nos impulsan a pecar, cuando en realidad es nuestra propia concupiscencia arraigada en nuestra carne que nos pide con angurria satisfacer su apetito, que nos llevará a la destrucción. La carne (nuestra alma y nuestro cuerpo atados a la vieja naturaleza de pecado) se auto destruye, tiene una naturaleza suicida y quienes le hacen caso van rumbo a la muerte. “La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz.” (Romanos 8: 6 NVI).

Fue en la cruz del Calvario que se ganó la mayor de las victorias, que puso al alcance de toda la humanidad la capacidad de conseguir el perdón de todos los pecados y darnos acceso a la vida eterna al lado de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien habiendo derrotado el poder del diablo nos abrió la vía al cielo sin que esto nos cueste un solo centavo, pues Él ya pagó el precio por nuestra salvación, precio que sólo se podía pagar con sangre. Fue en la cruz que Jesús vertió Su preciosa sangre para librarnos de una vez por todas de las ataduras del diablo, con que nos tenía presos y nos empujaba al infierno. Fue en la cruz que Jesucristo puso en vergüenza a nuestro archienemigo Satanás y lo exhibió frente a todos quienes se agolparon ante la cruz para ver cuándo Jesús claudicaba de Su misión, pero habiendo vencido, aplastó la cabeza de la serpiente, que es el diablo, delante de todas las huestes celestiales y marchó en su desfile triunfal hasta el mismo infierno para quitarle el poder con que nos tenía atados, quitó al diablo las llaves de la muerte y ascendiendo al Padre en los cielos llevó cautiva la cautividad, para que todo aquel que le reciba (a Jesucristo) como Su Señor y Salvador, tenga vida eterna y sea librado del poder del pecado y de la muerte.

Fue en la cruz que Jesús hizo un trueque: Su vida por nuestra vida, para que todo aquel que le reciba, tenga vida eterna. Nada, ni nadie puede darnos la salvación, sólo Jesucristo, porque Él venció a Satanás quien nos mantenía esclavos del pecado con sus mentiras y engaños. Sólo Jesucristo tiene ese mérito porque habiendo vivido en un cuerpo de carne, jamás cometió pecado alguno, sino que se mantuvo puro y sin mancha hasta el final, para que tú y yo seamos libres de toda esclavitud del pecado y de la carne (naturaleza pecaminosa). Así que una vez que le recibimos como nuestro Señor y Salvador por Su gracia salvadora, podemos, por esa misma gracia recibir fortaleza para romper con todo lo que nos ata a la vieja naturaleza. El diablo va a decirnos que debemos hacer penitencia o cualquier otra cosa, pero eso sólo agravaría nuestra situación, pues ya no necesitamos utilizar nuestra fuerza carnal para lograr algo que sólo la Gracia de Dios puede darnos. "No será por la fuerza ni por ningún poder, sino por mi Espíritu dice el Señor Todopoderoso.” (Zacarías 4: 6b NVI).

Fue en la cruz del Calvario que Cristo sujetó Su carne voluntariamente, para que nosotros pudiéramos ser libres. “El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor.” (2ª Corintios 3: 16- 17 RV 95). Somos libres en Cristo, porque él rompió el velo que nos impedía ver a Dios y nos dio acceso hasta la misma presencia del Dios Todopoderoso. “Así que, hermanos, tenemos libertad para entrar en el Lugar santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne.” (Hebreos 10: 19-20). Una vez rotas las prisiones de la cruz que sostuvieron por unas horas a nuestro Amado Salvador, nos dieron a nosotros el poder en Cristo de romper también todo aquello que nos ata al pecado, porque fue en la cruz que Él cargó con todos nuestros pecados y allí deben quedarse, ya no tenemos por qué cargarlos de nuevo. Cristo nos ha hecho libres de toda atadura del diablo, de la carne y del mundo para que vivamos santa y piadosamente en Él, libres de toda contaminación y mancha del pecado.

La victoria en la cruz es también nuestra victoria porque hemos muerto a todo lo que nos llevaba a la muerte y hemos resucitado con Cristo para vivir una nueva vida en santidad y pureza. El pecado no tiene potestad en nosotros porque ya hemos muerto al pecado con sus deseos. “En efecto, si hemos estado unidos con él en su muerte, sin duda también estaremos unidos con él en su resurrección. Sabemos que lo que antes éramos fue crucificado con él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de modo que ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado; porque el que muere queda liberado del pecado.” (Romanos 6: 5-7NVI) Por tanto celebra tu libertad en Cristo y no dejes que el diablo te siga engañando. Tú también ya has muerto con Cristo porque allí fue crucificada tu vieja naturaleza, ahora no tiene poder sobre ti, si es que tú no le das permiso. Cierra todo vínculo con el pecado de la carne y vive la victoria de tu resurrección con Cristo, “pues ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios.” (Colosenses 3: 3 NVI ) "Dios les dio nueva vida, pues los resucitó juntamente con Cristo. Por eso, dediquen toda su vida a hacer lo que a Dios le agrada. Piensen en las cosas del cielo, donde Cristo gobierna a la derecha de Dios. No piensen en las cosas de este mundo."(Colosenses 3:1BLS)

sábado, 4 de abril de 2009

EL REINO DE DIOS

EL REINO DE DIOS

"Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder." (1ª Corintios 4: 20).
Cuando Jesús estuvo en la tierra, Él no vino a instaurar un Reino que subyugara a los romanos, sino al contrario, Él vino a establecer un Reino que se asentara en el interior de la persona y la transformara. Jesús sabía que no podemos empezar una transformación de afuera para adentro, sino desde adentro, en el ser íntimo de la persona. “Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona.” (Marcos 7: 21-23 NVI)

Los pensamientos están siempre en constante actividad, pensamos, pensamos y pensamos, pero ¿cómo podemos detener los pensamientos? No podemos detenerlos, pero sí, controlarlos. Cada persona piensa lo que quiere pensar y no piensa dos pensamientos a la vez. Podemos traer a la memoria momentos gratos o ingratos, podemos anticipar en la mente acontecimientos que nunca pasarán. Nuestros pensamientos van a determinar nuestra conducta, las reacciones que tengamos frente a la vida y las circunstancias. Jesús vino a mostrarnos una nueva forma de gobierno; el gobierno de nuestro ser interno, sometiendo nuestros pensamientos a la obediencia a Cristo. (2ª Corintios 10: 5) Si somos capaces de gobernar nuestros pensamientos, vamos a ser capaces de gobernar las circunstancias y no vamos a ser presa de la ansiedad o el estrés, ni del temor o la preocupación.

El Reino de Dios es poder dentro de nosotros, porque quien vive en cada hijo de Dios es Jesucristo por medio del Espíritu Santo y de Él emana el poder. “Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.” (Hechos 1:8). El poder para el cambio no radica en nuestra fuerza, sino en la fuerza del Espíritu de Dios, pero el Espíritu Santo sólo actuará si le permitimos hacerlo. Es importante reconocer nuestra debilidad y pedirle a Él que nos ayude en nuestra decisión de cambiar. Si nosotros no decidimos cambiar los pensamientos y actitudes negativas, que dañan nuestra vida, el Espíritu Santo, no actuará a nuestro favor, porque Él no hará nada si nosotros no le permitimos.

Los fariseos estaban preocupados por las apariencias externas, como lavarse las manos antes de comer, cosa que es buena, pero que no produce un cambio en el interior de la persona, que es de donde sale la contaminación más peligrosa que cualquier germen que podamos introducir a la boca por no lavarnos las manos. El reino de Dios no es apariencia externa, ni es tangible físicamente, si bien se puede evidenciar por la forma de ser de quienes son gobernados por el Soberano. Jesucristo es el Reino y el Soberano de Su Reino.

El apóstol Pablo nos dice que el Reino de Dios es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. (Romanos 14: 17). Cuando habla de la justicia, no se refiere a la humana, sino a la divina, que los ciudadanos del Reino manifiestan en la tierra. Jesús dijo: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mateo 6:10) El Reino de Dios en la persona, trae la voluntad de Dios a la tierra, de tal forma que lo que es improcedente en los cielos, los del Reino de Dios, declaramos improcedente en la tierra, para que la justicia de Dios se cumpla. El Reino de Dios trae paz, no sólo en el corazón del ciudadano del Reino, sino también sobre familias, pueblos, ciudades y naciones. La justicia y la paz generan gozo y éste fortalece la vida de los ciudadanos del Reino. No puede haber un ciudadano del Reino de Dios que no posea estas características. La justicia, la paz y el gozo son características que deben ser evidentes en cada ciudadano del Reino. Cristo manifestaba estas cualidades en Su vida. El Reino de Dios debe brotar del interior de la persona para producir transformación en el exterior, no sólo de su persona, sino de quienes la rodean.

Para poder participar del Reino de Dios, la persona debe primero recibir a Jesucristo como Señor y Salvador y decidir someterse a Su Señorío y obedecerle “El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él. El que no me ama, no obedece mis palabras.” (Juan 14: 23, 24ª) El Reino de Dios es Su vivienda en nosotros, de tal forma que Él sea quien gobierne cada pensamiento y acto en nosotros. Nuestra obediencia a Cristo la hacemos por amor, permitiendo de este modo que Su Reino se establezca en la tierra. Esta obediencia trae bendición a nuestras vidas. Los ciudadanos del Reino de Dios unen el cielo y la tierra porque permiten que la voluntad de Dios sea hecha en sus vidas y también en la de otros. Los ciudadanos del Reino de Dios extienden la cultura de Reino a las naciones para preparar el escenario para recibir al Rey y único Soberano del Reino de Dios, a Jesucristo el Señor. ¡Aleluya!

miércoles, 1 de abril de 2009

NO TE VUELVAS UN “SANTO AMARGADO”



YA ERES UN PECADOR SALVADO, AHORA NO TE VUELVAS UN “SANTO AMARGADO”
Cuando recibimos a Cristo como nuestro Señor y Salvador, inmediatamente recibimos la salvación por gracia, pero por desgracia nos damos cuenta que no sabemos caminar en esta vida nueva, entonces nos esforzamos por hacer la voluntad de Dios y ser mejores en nuestras propias fuerzas, pero muy pronto nos damos cuenta que no funciona y nos frustramos. Los traumas del pasado todavía están ahí con todo el resentimiento, amargura, etc. Entonces empezamos a condenarnos porque sabemos que nuestra vida no debe seguir así ya que esto ofende a Dios. El apóstol Pablo pasó por una situación similar a la de todos los hijos de Dios. Llegamos a esta conclusión por sus palabras: “No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco.” (Romanos 7: 15). Pablo sabía que había sido justificado por fe en Cristo, pero se evidencia que todavía él no estaba andando en el Espíritu, llegando a descubrir que su carne estaba atada al pecado y a lo malo y que su viejo hombre todavía tenía control en su vida inclusive en lo bueno que él hacía. Entonces Pablo tuvo una maravillosa revelación que lo puso en la vía correcta: La revelación de una ley superior, “la ley del Espíritu de vida” nos ha librado de “la ley del pecado y de la muerte”. (Romanos 8: 1-2)

Para entender mejor esto, veremos la ley del matrimonio. A pesar de ser una ley divina irrevocable, el hombre se ha ingeniado para introducir otra ley que invalida el matrimonio y es la ley del divorcio. Adán estaba unido a Dios, pero el pecado por su desobediencia lo separó (divorció) de Dios, haciendo que toda su descendencia esté separada de Dios; pero Cristo vino a rescatarnos nuevamente para unirnos a Él, como al principio; de tal forma que cuando nos volvemos a Jesucristo, dejamos de pertenecerle al diablo; sin embargo él no quiere soltarnos y no sólo él, sino nuestra propia naturaleza acostumbrada a vivir independiente de Dios. Ante esta realidad, ¿qué debemos hacer? Sabemos que el poder del pecado ya ha sido clavado en la cruz del Calvario cuando Cristo llevaba nuestros pecados en Su cuerpo, pero todavía sentimos que estamos sometidos al pecado. Sabemos que lo que antes éramos fue crucificado con él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de modo que ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado; porque el que muere queda liberado del pecado. (Romanos 6: 6, 7) Si sabemos en el espíritu que nuestra vieja naturaleza ha sido ya crucificada, lo único que nos queda es apropiarnos por fe simplemente de esta realidad, así como nos hemos apropiado de la salvación. Toda la vida del hijo de Dios se mueve en torno a esto: "Mas el justo vivirá por la fe; mas el que se retirare, no agradará a mi alma." (Hebreos 10: 38 RV2000). En nuestra nueva vida todo lo vamos a recibir por fe; y si es por fe, es entonces por gracia, de modo que todo esfuerzo en la carne por tratar de ser mejores, no sólo traerá frustración a nuestras vidas, sino que no agrada a Dios. Fue tan sencillo recibir la salvación, ¿por qué nos vamos a complicar para recibir todo lo demás que la salvación trae consigo? Dios no hace nada complicado, somos nosotros los que complicamos las cosas. Todas las promesas de Dios las vamos a recibir simplemente por fe, por lo tanto, deja que tu fe se desarrolle en ti para que no se amargue tu alma tratando de resolver aquello que sólo por fe es factible.

Nuestra naturaleza humana no puede alcanzar las promesas de Dios y cambiar lo malo en nosotros, es sólo la naturaleza de Cristo implantada en nuestro espíritu que nos va a cambiar, por lo tanto apropiémonos de la Gracia Salvadora de Jesucristo cada día para que vivamos en victoria. Entreguemos cada día a Cristo esas áreas defectuosas de nuestro ser y decidamos voluntariamente mantener a la vieja naturaleza clavada en la cruz. El Espíritu Santo que ahora vive en nosotros va a respaldar nuestra decisión y nos va a ayudar en nuestras debilidades. La decisión de pecar o no pecar está en nosotros solamente, ahí entra en juego la voluntad y cada uno decide a quien le va a entregar su voluntad, porque ésta no ha sido creada para vivir independiente, a pesar que tenemos libre albedrío, pero sólo tenemos dos opciones o hacemos lo correcto o hacemos lo incorrecto. Lo más inteligente, ahora que somos hijo de Dios es clamar por un auxilio sobrenatural ante cualquier circunstancia, porque no queremos pecar y ofender a Dios. La alabanza y adoración a nuestro Dios calmará a nuestra alma, porque es ahí donde se arma el conflicto. Calmada nuestra alma, vamos a poder escuchar al Espíritu Santo hablándonos a través de nuestro espíritu y en el sosiego vamos a poder pensar los pensamientos de Cristo, entonces el fruto del Espíritu empezará a desarrollarse en nosotros y haremos lo correcto viviendo en santidad, permitiendo que Cristo viva Su vida a través de nosotros.

La vida rendida a Cristo no invalida nuestro “YO”, sino que lo fortalece, no para seguir atados a la vieja naturaleza, sino para vivir la vida abundante que Cristo nos ofrece, libre de las ataduras al pecado, si hacemos lo que Pablo hizo en Gálatas 2: 20 “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí.” Entonces ya no es nuestro esfuerzo humano que vive la vida en el Espíritu, sino El Cristo que vive en mí me fortalece con Su Gracia para vivir la vida de la fe. De este modo llegamos a ser manifestadores de la vida de Cristo; porque de otra forma vamos a ser pecadores salvados, pero viviendo como santos amargados.