martes, 22 de junio de 2010

ACERCA DEL PODER DE LA LENGUA

ACERCA DEL PODER DE LA LENGUA
Quiero darte algunos versículos de la Biblia que hablan por sí solos acerca del poder de la lengua. Pon atención y entiende, porque tu vida está en poder de tu lengua.
“La lengua tiene poder sobre la vida y la muerte, aquellos que la gobiernan han de comer sus frutos.” (Proverbios 18: 21 TKIM-DE) Las palabras que hablamos son frutos con los que nos alimentamos; si son buenas palabras, viviremos, pero si son malas palabras, entonces, moriremos. Las buenas palabras activan la vida, elevan las defensas en nuestro cuerpo, nos fortalecen, sincronizan nuestras células para que nuestro cuerpo mantenga su vigor y salud. “Él (Dios) sacia tu boca con cosas buenas, así tu juventud se renueva como la del águila.” (Salmo 103: 5 TKIM-DE). Cuando de nuestros labios salen cosas buenas nuestro cuerpo empieza a rejuvenecerse, a renovarse, porque activamos la vida. ¡Qué buena terapia! Encontramos el elixir de la vida. La vida eterna también depende de lo que declares con tu boca: “¿Qué afirma entonces? "Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón." Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo.” (Romanos 10: 8 -10 NVI) Confiesa a Jesucristo como tu Señor y Salvador, arrepiéntete de tus pecados y toma la decisión de obedecerle, que venga el Reino de Dios a tu vida para que la voluntad del Todopoderoso sea hecha en ti.

“La palabra amable es árbol de vida; la palabra perversa destruye el espíritu.” (Proverbios 15: 4 PDT). Quien sabe hablar palabras amables (agradables, afectuosas) sabe dar vida, para sí mismo y para quienes las escuchen; pero la palabra malvada o perversa destruye a la persona en su fuero interno, en su espíritu. Jesús dijo: “El Espíritu da vida; la carne no vale para nada. Las palabras que les he hablado son espíritu y son vida.” (Juan 6: 63 NVI). Jesús hablaba palabras que eran espíritu y vida, porque el espíritu es el que da vida; sin embargo una palabra perversa puede anular o destruir el espíritu. ¿Te das cuenta cuán poderosa en la palabra? “Panal de miel son las palabras amables: endulzan la vida y dan salud al cuerpo.” (Proverbios 16: 24 NVI). Tú puedes cambiar la vida de las personas y traerles sanidad a sus cuerpos si tan sólo viertes palabras amables, dulces, de buen gusto, no estoy hablando de lisonjas, sino de palabras que declaren el buen deseo para las personas. “Hay quien, hablando, hiere como espada; la lengua de los sabios es medicina.” (Proverbios 12: 18 CAB). Si tus palabras son habladas con sabiduría pueden llegar a ser la mejor medicina para las personas, pero si son habladas a la ligera pueden dañar severamente y hasta causar la muerte emocional o anímica en la persona.

“Pero yo les digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de toda palabra ociosa que hayan pronunciado. Porque por tus palabras se te absolverá, y por tus palabras se te condenará." (Mateo 12: 36, 37 NVI) En el día del juicio, que con seguridad habrá ese día, TODOS vamos a tener que dar cuenta ante Dios de nuestras palabras y de acuerdo a ellas vamos a recibir la condenación o la absolución. “Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación.” (Romanos 10: 10 BPD) Lo que dice nuestra boca nos puede salvar, no solamente para vida eterna, sino que nos puede salvar de situaciones engorrosas aquí y ahora. Por eso es de suma importancia que prestemos la debida atención a lo que hablamos. “El que pone un guardia a su boca y a su lengua, se libra de muchos tormentos.” (Proverbios 21: 23 BL 95).

Todo el que habla, que hable de acuerdo a la palabra de Dios, y todo el que ministra, que ministre según el poder que Dios le da, para que en todo lo que ustedes hagan, Dios sea glorificado por medio de Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y la honra por siempre y para siempre. Amén.” (1ª Pedro 4: 11 SyEspañol). Debemos hablar siempre de acuerdo a la Palabra de Dios para que Jesucristo sea glorificado. “Ellos lo vencieron con la sangre del Cordero, con su palabra y con su testimonio, pues hablaron sin tener miedo a la muerte.” (Apocalipsis 12: 11BL 95) Al acusador, al diablo, se lo vence con la Palabra de Dios que da testimonio del Cordero que derramó Su Sangre en propiciación por nuestros pecados. Hablar la Palabra de Dios, con la misma fe de Dios, así como las habló Jesucristo cuando fue tentado, echa fuera a Satanás de nuestras vidas.

Nuestra lengua debe empezar a proclamar continuamente alabanzas al único y Santo Dios y confesar el Nombre de Jesucristo, porque esa es la mejor alabanza. “Así que ofrezcamos continuamente a Dios, por medio de Jesucristo, un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que confiesan su nombre." (Hebreos 13: 15 NVI) De nuestra boca debe salir continuamente alabanzas a Dios, aunque no sintamos hacerlo, porque si decidimos alabarlo a pesar de las adversidades, Él será glorificado. “El sacrificio de alabanza me glorifica; y a aquel que vaya por la senda correcta Yo enseñaré la salvación de Elohim." (Salmo 50: 23 TKIM –DE) El sacrificio de alabanza brota de los labios que reconocen quién es Jesucristo y cuán incomparablemente valioso es para nuestras vidas el sacrificio que Él hizo en la cruz del Calvario. “Te ofreceré sacrificio de alabanza, e invocaré el nombre de Jehová.” (Salmo 116: 17 RVG-R) Por la eternidad retumbará nuestra alabanza al único que es digno, a Jesucristo el Vencedor. “Y oí a cuanta criatura hay en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, a todos en la creación, que cantaban: "¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos!" (Apocalipsis 5: 13 NVI) Amén y amén.

jueves, 17 de junio de 2010

¿QUÉ ESPERAMOS?


¿QUÉ ESPERAMOS?
Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. (Hebreos 11: 1 NVI)
Ahora bien, la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. (Hebreos 11: LBLA)
Es, pues, la fe, la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de lo que no se ve. (Hebreos 11: 1 RVG-R)
Y es la fe de las cosas que se esperan, fundamento; de cosas demostración que no se ven. (Hebreos 11: 1 Septuaginta)

Sólo vamos a poder alcanzar algo si es que esperamos obtener algo; pero nuestra espera o esperanza tiene que estar respaldada por “fe”, porque la fe es la garantía, o certeza, o sustancia, o fundamento de aquello que esperamos. Si aprendemos a visualizar lo que esperamos, de tal forma que le atribuimos una segura realidad en Cristo, aunque no lo veamos con los ojos naturales, entonces lo vamos a obtener, porque nuestra visión está sostenida por la fe de Dios en nosotros. Observa lo siguiente:

-La fe nos garantiza (avala, certifica, atestigua) lo que esperamos
-La fe nos da la certeza (seguridad, evidencia) de lo que esperamos
-La fe es la sustancia (lo que hace que la cosa sea) de lo que esperamos. La fe vuelve tangible lo que esperamos.
-La fe es el fundamento (cimiento, soporte) de lo que esperamos

Por eso la promesa viene por la fe, a fin de que por la gracia quede garantizada para toda la descendencia de Abraham; esta promesa no es sólo para los que son de la ley sino para los que son también de la fe de Abraham, quien es el padre que tenemos en común delante de Dios, tal como está escrito: "Te he hecho padre de muchas naciones." Así que Abraham creyó en el Dios que da vida a los muertos y que llama las cosas que no son como si ya existieran. Contra toda esperanza, Abraham creyó y esperó, y de este modo llegó a ser padre de muchas naciones, tal como se le había dicho: "Así de numerosa será tu descendencia." Su fe no flaqueó, aunque reconocía que su cuerpo estaba como muerto, pues ya tenía unos cien años, y que también estaba muerta la matriz de Sara. Ante la promesa de Dios no vaciló como un incrédulo, sino que se reafirmó en su fe y dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios tenía poder para cumplir lo que había prometido. Por eso se le tomó en cuenta su fe como justicia. Y esto de que "se le tomó en cuenta" no se escribió sólo para Abraham, sino también para nosotros. Dios tomará en cuenta nuestra fe como justicia, pues creemos en aquel que levantó de entre los muertos a Jesús nuestro Señor. Él fue entregado a la muerte por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación. (Romanos 4: 16 - 25 NVI)
Frente a las circunstancias y realidades de la vida natural, a Abraham se lo veía como el menos favorecido y sin esperanza; dada la edad de él y Sara, su esposa, además de la condición de ella, pues era estéril (infértil) y ya había pasado la edad de poder concebir, porque era bastante mayor, su matriz estaba seca. Viéndolo desde todo pronóstico humano y médico, ya no había nada que hacer, sino resignarse a lo que les había deparado el destino; sin embargo Abraham se mantuvo firme en la Palabra de Dios, en la promesa que Dios le había hecho: “sino que se reafirmó en su fe y dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios tenía poder para cumplir lo que había prometido.” Esa fe de Abraham se le tomó como justicia, porque creerle a Dios es justicia, es rectitud e imparcialidad con Dios; de la misma forma cuando nosotras/os le creemos a Dios, Él lo toma en cuenta como justicia, porque estamos yendo por el lado correcto. Cristo dijo hablando acerca del afán sobre obtener cosas naturales que debemos hacer lo siguiente: “Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.” (Mateo 6: 33 NVI). ¿Qué nos quiere decir Jesucristo? Búsquenme a Mí primero y créanme que lo que Yo digo, lo cumplo. Dios no quiere que andemos afanados en conseguir las cosas materiales, que son efímeras, sino que Lo busquemos a Él y las cosas eternas, entonces Él mismo nos dará aquello por lo que tanto se afanan los incrédulos hasta enfermarse o morirse. Esto no quiere decir que vamos a andar de vagos, sin hacer nada, esperando de sentados que nos caiga todo del cielo, sino más bien, vamos a poner todo nuestro empeño en lo que hagamos, pero sin afanarnos, hasta llegar a estresarnos, porque sabemos que nuestro Dios es un Padre proveedor, sustentador, sanador, perdonador, libertador, amador y todos los atributos positivos posibles en Dios y que cumple lo que promete. Lo importante es colocar las cosas en su lugar, si Dios es lo primero, entonces la prioridad es Dios, después vienen las demás cosas.

¿Tienes clara la visión de lo que esperas? Hay tres formas de visión: a) La visión natural, aquella que obtenemos por lo que nuestros ojos pueden ver y es muy limitada. b) La visión mental, que es aquella que nuestra mente imagina y es más amplia, y c) la visión espiritual, aquella que podemos ver con los ojos de Dios y es ilimitada. La fe abre los ojos al espíritu y es el fundamento de lo que esperamos. El arquitecto tiene el diseño del edificio en su mente y luego lo plasma en papel o en la pantalla antes de empezar a ejecutarlo, pero ya lo ve terminado. Así es la fe, pues ve terminado el producto de lo que espera, porque de lo contrario, la visión es difusa, o con fundamento inestable y se derrumba antes de la realización. Una visión difusa de lo que esperamos no nos lleva a ningún lado y sólo produce queja, reproche y duda; en cambio una visión clara de lo que esperamos está fundamentada sobre FE y se mantiene firme, sin importar lo que pase a su alrededor, creyendo y glorificando a Dios que tiene poder para cumplir con Sus promesas. Cuando glorificamos a Dios, se fortalece nuestra fe, porque nos centramos en Aquel que es poderoso para hacer todo cuando ha prometido y mucho más, entonces nuestra fe crece y atrapa lo sobrenatural para traerlo a una realidad natural y tangible. Sólo con fe se agrada a Dios y cuando Dios se agrada de alguien, le concede los deseos de su corazón y mucho más.

domingo, 13 de junio de 2010

PALABRAS, PALABRAS, PALABRAS



PALABRAS, PALABRAS, PALABRAS
“Además, les digo esto: en el Día del Juicio, la gente tendrá que dar cuenta de todas las palabras descuidadas que hayan hablado; porque por tus propias palabras, serás declarado inocente, y por tus propias palabras serás condenado.”
(Mateo 12: 36,37 TKIM-DE) Las palabras ociosas, o descuidadas o vanas son aquellas que salen de nuestra boca y que no producen algo bueno, tanto en quienes las dicen como en quienes las oyen. Son descuidadas porque no se ha pensado bien antes de hablarlas, sino que en un acceso de ira, o por la costumbre de hablar por hablar hemos dicho algo improductivo y hasta venenoso, aunque no lo hayamos hecho con el fin de dañar, pero ya lo dijimos; y tenemos que tomar conciencia de todo lo que hablemos para revocar nuestros dichos ociosos con arrepentimiento de corazón y pidiendo perdón a Dios, luego las declaramos sin efecto y colocamos en su lugar muchas palabras productivas o de bendición para la, o las personas que fueron lanzadas. Por ejemplo: “esta persona no va a cambiar”; “es como su padre o madre”; o las palabras clásicas que muchas personas se dicen: “me quiero morir”, “qué tonta soy”, “me estoy volviendo loca con tantos problemas”, etc. “La muerte y la vida están en poder de la lengua; cual sea el uso que de ella hagas, tal será el fruto.” (Proverbios 18: 21 NC) Nuestras palabras pueden ser para vida o para muerte, es por eso la amonestación de nuestro Señor Jesucristo al advertirnos que vamos a dar cuenta de toda palabra descuidada que decimos. Amonestación que debemos tomar muy en serio, porque son nuestras palabras las que nos van a condenar o absolver.

"El Espíritu da vida; la carne no vale para nada. Las palabras que les he hablado son espíritu y son vida." (Juan 6: 63 NVI) Jesús estaba haciendo una revelación de quién era Él, el Pan Vivo que descendió del cielo para que cualquiera que coma de Él, que coma Su carne, tenga vida eterna; pero la gran mayoría no entendió el mensaje y muchos otros se ofendieron, porque estaban tratando de entender con su mero razonamiento, con su carne, por eso les dijo que la carne para nada aprovecha porque Sus Palabras son espíritu y son vida, para quienes la reciben en el espíritu. Jesús hablaba palabras de vida y para vida, así también cada hijo e hija de Dios debe imitar a Jesucristo en su forma de hablar. Si cada día nos alimentamos de Cristo y meditamos en Él, que es la Palabra Viviente, la Palabra Encarnada, entonces, de nuestros labios brotará Cristo, es decir Palabra Viva, Verbo de Vida, porque lo llevamos dentro, puesto que… “De la abundancia del corazón habla la boca.” (Mateo 12: 34b) Si hay abundancia de Cristo en nuestro corazón, por supuesto que es Cristo quien saldrá por nuestra boca.

Las Escrituras dicen: "Quien quiera amar la vida y disfrutar días buenos, cuide su lengua del mal, y su boca de las mentiras. Deje de hacer el mal y empiece a hacer el bien. Busque y trate de alcanzar la paz. El Señor ve a los que hacen el bien, y escucha sus oraciones; pero está en contra de los que hacen el mal". (1ª Pedro 3: 10-12 PDT) Una forma de vivir bien, es refrenando nuestra lengua y cuidarnos de hablar mentiras, estas últimas pueden ser falsas suposiciones sobre alguien o algún juicio que emitimos apoyándonos en nuestras imaginaciones. Si cuidamos nuestra forma de hablar, Dios va a escuchar nuestras oraciones. Es muy fácil entre esposos dañarse con la lengua y el apóstol Pedro exhorta a los maridos que respeten a sus esposas. Una falta de respeto es burlarse de ella, hacer mofa de la esposa delante de otras personas, hiriendo sus sentimientos y lisiando la relación matrimonial, lo cual impide que Dios escuche las oraciones del esposo. “De la misma manera, los esposos deben saber vivir con su esposa y respetarla como es debido. Ella es más débil que ustedes, pero al igual que a ustedes, Dios le ha dado la vida como un regalo. Respétenla para que nada impida que Dios escuche sus oraciones.” (1ª Pedro 3: 7 PDT) Si el esposo se muestra respetuoso con la esposa, ésta aprenderá también a respetarlo y honrarlo. Él, como cabeza del hogar, debe dar el ejemplo.

"No serás calumniador ni chismoso en el pueblo. No conspires contra la vida de tu prójimo. Yo el Señor." (Levítico 19: 16 TA) Quiero que te detengas a ver quién firma esta sentencia o frase, “Yo el Señor”. Andar difamando o hablando mal del prójimo es un grave atentado contra su vida, porque se destruye su dignidad, identidad y propósito. Dios no nos autoriza a emitir juicio contra nuestro prójimo a quien debemos amar como si fuéramos nosotros mismos. Si nos llenamos de Palabra de Dios, no habrá cabida para nada más; por eso Dios le dijo a Josué que sólo pensara y repensara en todo momento en la Palabra dicha por Él, para que su fe no decayera y hablara algo indebido. Vemos que al final de sus días cuando dio su último discurso al pueblo, él valientemente dijo: “Pero si a ustedes les parece mal servir al Señor, elijan ustedes mismos a quiénes van a servir: a los dioses que sirvieron sus antepasados al otro lado del río Éufrates, o a los dioses de los amorreos, en cuya tierra ustedes ahora habitan. Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor. (Josué 24: 15 NVI). Josué se mantuvo firme a la palabra de Dios y esto lo sostuvo. Jamás se prestó a un chisme, porque obedeció a Dios en todo. Sus palabras eran las aprendidas del libro de la Ley, palabras de Dios.

"Cada quien conseguirá lo bueno conforme a lo que habla, y cada uno recibe de acuerdo a lo que hace." (Proverbios 12: 14 PDT) Aquí dice que vamos a recibir lo que es bueno por lo que hablemos y el salario por lo que hacemos. Si queremos recibir el bien, entonces hablemos bien, hablemos bendición para las personas, nunca les deseemos el mal; llenémonos de todo lo bueno que procede de Dios para que esto salga como fuente de bendición hacia las personas. “No critiquéis ni condenéis a nadie, y así tampoco a vosotros os criticarán ni os condenarán. Perdonad, y seréis perdonados. Dad, y se os dará con medida generosa, apretada, remecida y rebosante. Y no olvidéis esto: con la misma medida con que midáis, se os medirá también a vosotros.” (Lucas 6: 37, 38 CST –IBS). Si queremos que hablen bien de nosotras/os, empecemos a hablar bien de otros, que de nuestros labios sólo salga bendición, porque todo lo que decimos o hacemos, nos rebota. La medida con que se nos va a medir es la misma con la que medimos a otros. Guardemos nuestros labios y hablemos con sabiduría, pensando muy bien lo que vamos a decir y no seamos simples o necios hablando con ligereza. Dios ha puesto Su Palabra en ti para que brote de tus labios Palabra Viva, revelación de Dios, para que salga Cristo a través de ti.

domingo, 6 de junio de 2010

CREER O CREER ES LA CUESTIÓN


CREER O CREER ES LA CUESTIÓN
Cuando entendemos la verdad sobre quiénes somos en Cristo, ya no podemos entrar en cuestionamiento, lo único que podemos hacer es creer o creer lo que dice la Biblia que somos y poseemos en Cristo. La Palabra de Dios es para creerla en su totalidad, porque no es como ir a un supermercado y elegir lo que nos gusta o conviene. “¿Qué concluiremos? ¿Que vamos a persistir en el pecado, para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?” (Romanos 6: 1,2) El apóstol Pablo está hablando de la gracia “que nos trae justificación y vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor” (Romanos 5; 21b) y en el capítulo 6 del mismo nos dice que ya hemos muerto al pecado y si esto es así, ¿Por qué persistimos en pecar? Sencillamente porque estamos tratando de entender lo que es una verdad que hay que creer o creer, no queda otra opción; porque la gracia de Dios no es opcional como tomar un vaso de limonada o dejar de hacerlo. La gracia de Dios es la que nos sostiene, así como el aire que respiramos nos da vida y si dejamos de hacerlo, nos morimos. La gracia de Dios ya nos ha dado la capacidad para morir a los deseos pecaminosos y tenemos que agarrarnos de esa gracia. “Ya hemos muerto” (observa el tiempo pasado o pretérito perfecto), entonces, si estamos muertos al pecado, éste ya no puede seguir tomando control de nuestras vida, porque ya Cristo trató con el pecado en la cruz del Calvario. Al aceptar en tu vida el sacrificio de Jesucristo y decidirte por Él uniéndote voluntariamente a Cristo por medio del bautismo, estás participando en Su muerte para luego resucitar en victoria.

“Sabemos que lo que antes éramos fue crucificado con él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de modo que ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado; porque el que muere queda liberado del pecado.” (Romanos 6: 6, 7) “Sabemos” quiere decir que ya no ignoramos nuestra condición que ya fue crucificado juntamente con Jesucristo lo que éramos antes, mientras vivíamos en el pecado. Si sabemos esto, porque creemos que así es, entonces lo pecaminoso en nosotras/os pierde poder, pero si no sabemos esto porque no hemos creído, entonces volvemos a darle poder a lo pecaminoso, no porque el diablo nos impulse a pecar, sino porque no creemos que ya estamos muertos con Cristo; sin embargo, si creemos esta realidad que ya estamos muertos con Cristo, entonces el pecado ya no nos gobernará. La verdad es que “lo que antes éramos YA FUE CRUCIFICADO”, ya está muerto, extinto, fallecido o ya no existe, aunque veas su cadáver. La propensión a pecar está todavía en ti, pero como lo que tú antes eras ya ha sido crucificado con Cristo, entonces ya no tienes porqué temer a esos impulsos para pecar, pues estás seguro, porque has creído, que tu vieja naturaleza o viejo hombre ya está crucificado. Ahora sólo tienes que mirar a Jesucristo y no detenerte a pelear con tus impulsos o deseos pecaminosos, pues sabes, porque sabes, que estás muerto a esos deseos. Nada puede ser más fuerte que tu decisión de vivir muerto a tus pasiones.

“De la misma manera, también ustedes considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús. Por lo tanto, no permitan ustedes que el pecado reine en su cuerpo mortal, ni obedezcan a sus malos deseos.” (Romanos 6: 11,12) “Considérense” o créanse que ya están muertos al pecado. Pablo no está diciendo: Sientan que están muertos, sino más bien dice, mírense como que están muertos de verdad, lo sientan o no, porque los sentimientos nada tienen que ver con esta realidad. Estás muerto al pecado, pero vives ahora para Dios en Cristo. La única realidad, lo creas o no, es que estás muerto al pecado; por lo tanto sólo te queda creer también que ahora estás vivo para Dios en Cristo Jesús, ya no en tu vieja naturaleza, sino “en Cristo” y en Él no se enseñorea el pecado, por lo tanto, ya no te prestes a pensamientos o acciones pecaminosas, porque ya no pertenecen a tu nueva naturaleza, de tal forma que si pecas, estás yendo contra tu naturaleza, estás forzando a torcer aquello que ha sido ya enderezado y aún más, ha sido totalmente cambiado. Todos los días, cada segundo del día debes creer y seguir creyendo esta realidad que estás muerto al pecado, así que ya no permitas que el pecado tome control en tu vida como quien no ha muerto al mismo.

"No ofrezcan los miembros de su cuerpo al pecado como instrumentos de injusticia; al contrario, ofrézcanse más bien a Dios como quienes han vuelto de la muerte a la vida, presentando los miembros de su cuerpo como instrumentos de justicia. Así el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, porque ya no están bajo la ley sino bajo la gracia." (Romanos 6: 13, 14) Ahora, ¿qué debemos hacer? Presentar los miembros de nuestro cuerpo, (incluyendo también pensamientos, imaginaciones, emociones, sentimientos, etc.) a Dios como instrumentos de justicia. Es nuestra decisión. Si nos decidimos en ser instrumentos de justicia para Dios, el pecado no será más nuestro amo o patrón y estaremos bajo la gracia de Dios que nos da la vida para que la vivamos en santidad y rectitud. No trates de lidiar con el pecado, tan sólo vive la vida de Cristo en ti y verás que los deseos pecaminosos van perdiendo su poder, porque ahora es Cristo quien reina en tu vida.

martes, 1 de junio de 2010

LA REGENERACIÓN EN CRISTO

DE LA TRNASGRESIÓN EN ADÁN HASTA LA REGENERACIÓN EN CRISTO
Cuando el pecado entró en el Huerto del Edén debido a la desobediencia de Adán, éste se escondió porque estaba desnudo a raíz de su transgresión y por causa de su pecado fue expulsado del Edén. Pasaron casi 4000 años y otro hombre, Jesús, en el Huerto de Getsemaní empezaba a sentir el peso de nuestros pecados sobre Su Cuerpo y clamaba “Abba, Padre, todo es posible para ti. No me hagas beber este trago amargo, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.” (Marcos 14: 36 NVI) Después fue sacado fuera de la ciudad por nuestros pecados para ser crucificado en el Gólgota; fue exhibido desnudo a causa de nuestro pecado, aunque Él no cometió ni un solo pecado. Adán no tuvo el valor de enfrentar su pecado y culpó a su mujer y a Dios por haberle dado a Eva diciendo: “La mujer que tú me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.” (Génesis 3: 12). Jesús exclamó con valentía: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lucas 23: 34a). Dios en Su amor cubrió a Adán con la piel de un cordero símbolo del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; en cambio a este Cordero Inmolado en la cruz, lo despojaron de toda Su vestidura y repartieron en suerte cada una de ellas. “Mientras tanto, echaban suertes para repartirse entre sí la ropa de Jesús” (Lucas 23: 34b).

Cuando Dios sacrificó al cordero para vestir a Adán y Eva, estaba mostrando cómo Su Hijo Jesucristo iba a ser sacrificado para vestir a la humanidad desnuda por el pecado. Su desnudez nos ha cubierto, “porque el amor cubre multitud de pecados” (1ª Pedro 4: 8). Revístanse de Cristo, “revístanse ustedes del Señor Jesucristo, y no se preocupen por satisfacer los deseos de la naturaleza pecaminosa.” (Romanos 13: 14 NVI) Él es nuestra ropa para no pecar. Su vestidura es resplandeciente y no hay brillo que se le iguale, es luz inmarcesible que traspasa las tinieblas y las disuelve. Cuando Adán se dio cuenta que estaba desnudo se cubrió con hojas de higuera; cuántas veces hemos querido cubrir nuestra desnudez con hojas que son nuestras propias acciones supuestamente justas y buenas, pero Dios nos llama y pregunta dónde estamos y luego nos dice: despójate de tus trapos y vístete de Mi Hijo. ¿Por qué? Porque nuestra justicia es como trapo de inmundicia (Isaías 64: 6). Vestirte de Cristo es entrar en Él, allí donde dejas de ser para que sólo Cristo sea, a tal punto que puedas decir, “y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gálatas 2: 20 BJ 76). Cuando has muerto, murieron también tus deseos pecaminosos, porque el que ha muerto, ha perdido la capacidad de desear lo malo, ahora eres manejado por Cristo y no puedes poner resistencia. Ahora ves a través de Cristo, ya no eres independiente. Jesús dijo que él no vino a hacer Su voluntad, sino la voluntad de Su Padre, esto ¿porque? Porque Él ya había sido sentenciado a muerte desde antes de la fundación del mundo por amor a nosotros.

Entonces, cuando mueres, te das cuenta que te levantas victorioso a través de la resurrección. Tu tesoro debe ser sólo Jesucristo el Hijo de Dios. Tu vida depende de Él. Extrae tu vida de Su vida porque Él es eterno, ha soplado eternidad en ti (Eclesiastés 3: 11), para que Su espíritu pueda caber dentro del tuyo. Deja que Su vida fluya dentro de la tuya, así como fluía en Adán y Eva antes de la caída. Deja que Él dirija cada aspecto de tu vida, descansa en él; ríndete a Él, porque sólo con Él y en Él tendrás libertad, serás libre para entrar a Su Santuario dentro de ti, porque tú eres el Templo del Espíritu Santo de Dios, allí mora el Dios Trino y de allí fluye la adoración, no la busques fuera de ti, porque la gloria de Dios está en ti.

Dios quiere hacer Su obra en ti para que Tú lo dejes obrar a Él, puesto que tu vida ya no te pertenece. “¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios.” (1ª Corintios 6: 19, 20 NVI) La naturaleza de Dios está en ti, Su vida fluyendo en la tuya; habrá cosas que no podrás entender con tu razonamiento, pero las creerás por la fe de Dios dentro de ti. Como ya no eres tu propio dueño, sino que perteneces al que te compró con su Sangre, ya no puedes gobernarte, deja que sea Cristo quien te gobierne a través de Su Santo Espíritu. No te esfuerces por ser mejor, esfuérzate por agradarle, sólo cree que Dios está haciendo la obra en ti, “estando convencido precisamente de esto: que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús.” (Filipenses 1: 6 LBLA) Tu sensibilidad al Espíritu Santo crece y se desarrolla en ti a medida que tu vas muriendo, entonces lo malo ya no te atrae, sino que te repugna, y a medida que tu comunión íntima con Dios se intensifica, tu pasión por Él aumenta y te das cuenta cuán muerto estás al mundo, pero cuán vivo para Cristo. Ya no te preocupa tus necesidades, porque sabes que Él las va a suplir, ahora sólo quieres vivir para Cristo y dejar que Él viva Su vida en ti. Te abandonas en sus brazos y te unes a los cuatro seres vivientes y exclamas: SANTO, SANTO, SANTO, es EL SEÑOR DIOS, EL TODOPODEROSO, el que era, el que es y el que ha de venir. (Apocalipsis 4: 8b).