martes, 26 de junio de 2012


UNIDOS A DIOS
El ser humano fue diseñado para vivir unido a Dios, esto lo podemos comprobar revisando la historia de nuestros primeros padres, Adán y Eva; ellos fueron creados a imagen y semejanza de Dios y la gloria de Dios cubría todo su ser. Mientras ellos permanecieron sujetos a Dios no necesitaron ninguna otra vestidura, sin embargo, cuando desobedecieron, es decir, se rebelaron a los designios de Dios, la gloria del Altísimo se separó de ellos y recién se dieron cuenta que estaban desnudos, descubiertos, sin protección, a expensas del diablo, quien los indujo a pecar. No hemos sido creados para vivir separados de Dios, por eso Jesús dijo: Yo soy la vid y ustedes son las ramas.  El que permanece en mí,  como yo en él,  dará mucho fruto;  separados de mí no pueden ustedes hacer nada.” (Juan 15: 5 NVI) Nada podemos sin Cristo y sólo en Él todo lo podemos, porque hemos sido creados para ser dependientes de Dios, no podemos vivir de otra manera. Nuestra naturaleza está en Dios, nuestro hábitat es Dios, nosotros sólo somos ramas que no podemos vivir separados del tronco de la Vid que es Cristo, Él es nuestra fuente de vida, de Él recibimos todos los nutrientes para nuestra vida, no sólo espiritual, sino también anímica y física.

“Hijo mío,  atiende a mis consejos;  escucha atentamente lo que digo.  No pierdas de vista mis palabras;  guárdalas muy dentro de tu corazón.  Ellas dan vida a quienes las hallan;  son la salud del cuerpo.”  (Proverbios 4: 20-22 NVI) La Palabra de Dios es nuestra vida y salud; cuando comemos Su Palabra, nuestra vida tanto física, anímica y espiritual se renueva y si hay enfermedad, ya sea del alma o del cuerpo, en ella hay sanidad. Jesucristo es la Palabra de Dios que se hizo carne para que nosotros pudiéramos acceder a Él y hecho semejante a nosotros nos enseñó cómo depender de Dios y no de nuestras propias fuerzas o criterios. “Entonces Jesús afirmó: —Ciertamente os aseguro que el hijo no puede hacer nada por su propia cuenta, sino solamente lo que ve que su padre hace, porque cualquier cosa que hace el padre, la hace también el hijo.” (Juan 5: 19 BAD) Jesús solamente hacía la voluntad de Dios, porque todo su ser estaba ligado a Dios. Cuando Satanás lo tentó en el desierto y le dijo que convirtiera  las piedras en pan para comer y saciar su hambre, Jesús no hizo alarde de Su poder, sino que le respondió que no sólo del pan físico vivirá el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios, porque Jesús sólo obedecía la voz de Dios y no del diablo. Nuestra vida debe estar tan ligada a Dios que nada de lo que sugiera el enemigo nos haga desprendernos de Él.

Jesús dijo: “El Padre y yo somos uno solo.” (Juan 10: 30 DHH) A pesar que Cristo estaba en la tierra siendo tan humano como nosotros, Él era uno solo con el Padre. “Por eso te pido que los cuides, y que uses el poder que me diste para que se mantengan unidos como tú y yo lo estamos.” (Juan 17: 11 BLS) Cristo pidió al Padre que como hijos suyos nos mantengamos unidos así como Él estaba unido al Padre, y no sólo eso, sino que pidió algo más: “No pido sólo por ellos, sino también por los que creerán en mí cuando escuchen su mensaje. Te pido que se mantengan unidos entre ellos, y que así como tú y yo estamos unidos, también ellos se mantengan unidos a nosotros. Así la gente de este mundo creerá que tú me enviaste.” (Juan 17: 21: BLS) También en Su petición nos incluyó a ti y a mí para que nos mantengamos unidos entre nosotros y también unidos a Jesucristo y al Padre, porque esa es Su voluntad, porque ese fue siempre Su deseo al crearnos.

“En cambio, quien se une con el Señor se hace un solo cuerpo espiritual con él. No tengan relaciones sexuales prohibidas. Ese pecado le hace más daño al cuerpo que cualquier otro pecado. El cuerpo de ustedes es como un templo, y en ese templo vive el Espíritu Santo que Dios les ha dado. Ustedes no son sus propios dueños. Cuando Dios los salvó, en realidad los compró, y el precio que pagó por ustedes fue muy alto. Por eso deben dedicar su cuerpo a honrar y agradar a Dios.” (1ª Corintios 6: 17- 20 BLS) Ahora que somos de Cristo, ya no nos pertenecemos, sino que pertenecemos al que nos compró con Su sangre, por tanto todo lo que hagamos debemos hacerlo de conformidad a Él. “Pues aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo. Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas. Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo.” (2ª Corintios 10: 4-5 BAD) Ahora que somos de Cristo y que Su Espíritu nos habita tenemos las armas súper poderosas para echar por tierra todo aquello que nos quiere separar de Dios e inclusive sometemos nuestros pensamientos para que se adecúen al pensamiento de Dios; tenemos el poder de Dios que nos habita, “porque el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo.” (1ª Juan 4: 4b NVI) No hay fuerza que pueda derribar el poder de Dios que está en nosotros para separarnos de Él, salvo que nosotros decidamos hacerlo por cuenta propia.

Por tanto es importantísimo que nuestra prioridad sea Cristo, que vivamos dependiendo totalmente de Él tanto en las pequeñas como en las grandes cosas. Dios nos ha creado para vivir unidos a Él, por eso estableció que Cristo sea nuestra cabeza y nosotros seamos Su Cuerpo.
“Pido que el Dios de nuestro Señor Jesucristo,  el Padre glorioso,  les dé el Espíritu de sabiduría y de revelación,  para que lo conozcan mejor.  Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado,  cuál es la riqueza de su gloriosa herencia entre los santos,  y cuán incomparable es la grandeza de su poder a favor de los que creemos.  Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz  que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales,  muy por encima de todo gobierno y autoridad,  poder y dominio,  y de cualquier otro nombre que se invoque,  no sólo en este mundo sino también en el venidero.  Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo, y lo dio como cabeza de todo a la iglesia.  Ésta,  que es su cuerpo,  es la plenitud de aquel que lo llena todo por completo.” (Efesios 1: 17-23 NVI)