UNIDOS
A DIOS
El ser humano fue diseñado para vivir
unido a Dios, esto lo podemos comprobar revisando la historia de nuestros
primeros padres, Adán y Eva; ellos fueron creados a imagen y semejanza de Dios
y la gloria de Dios cubría todo su ser. Mientras ellos permanecieron sujetos a
Dios no necesitaron ninguna otra vestidura, sin embargo, cuando desobedecieron,
es decir, se rebelaron a los designios de Dios, la gloria del Altísimo se
separó de ellos y recién se dieron cuenta que estaban desnudos, descubiertos,
sin protección, a expensas del diablo, quien los indujo a pecar. No hemos sido
creados para vivir separados de Dios, por eso Jesús dijo: “Yo soy la vid y
ustedes son las ramas. El que permanece
en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada.”
(Juan 15: 5 NVI) Nada podemos sin Cristo y sólo en Él todo lo podemos,
porque hemos sido creados para ser dependientes de Dios, no podemos vivir de
otra manera. Nuestra naturaleza está en Dios, nuestro hábitat es Dios, nosotros
sólo somos ramas que no podemos vivir separados del tronco de la Vid que es
Cristo, Él es nuestra fuente de vida, de Él recibimos todos los nutrientes para
nuestra vida, no sólo espiritual, sino también anímica y física.
“Hijo mío, atiende a mis
consejos; escucha atentamente lo que digo. No pierdas de vista mis palabras; guárdalas muy dentro de tu corazón. Ellas dan vida a quienes las hallan; son la salud del cuerpo.” (Proverbios
4: 20-22 NVI) La Palabra de Dios es nuestra vida y salud; cuando comemos Su Palabra,
nuestra vida tanto física, anímica y espiritual se renueva y si hay enfermedad,
ya sea del alma o del cuerpo, en ella hay sanidad. Jesucristo es la Palabra de
Dios que se hizo carne para que nosotros pudiéramos acceder a Él y hecho
semejante a nosotros nos enseñó cómo depender de Dios y no de nuestras propias
fuerzas o criterios. “Entonces Jesús afirmó: —Ciertamente os aseguro que el hijo
no puede hacer nada por su propia cuenta, sino solamente lo que ve que su padre
hace, porque cualquier cosa que hace el padre, la hace también el hijo.”
(Juan 5: 19 BAD) Jesús solamente hacía la voluntad de Dios, porque todo su ser
estaba ligado a Dios. Cuando Satanás lo tentó en el desierto y le dijo que
convirtiera las piedras en pan para
comer y saciar su hambre, Jesús no hizo alarde de Su poder, sino que le
respondió que no sólo del pan físico vivirá el hombre, sino de toda Palabra que
sale de la boca de Dios, porque Jesús sólo obedecía la voz de Dios y no del
diablo. Nuestra vida debe estar tan ligada a Dios que nada de lo que sugiera el
enemigo nos haga desprendernos de Él.
Jesús dijo: “El Padre y yo somos uno solo.” (Juan
10: 30 DHH) A pesar que Cristo estaba en la tierra siendo tan humano como
nosotros, Él era uno solo con el Padre. “Por eso te pido que los cuides, y que uses el poder que me
diste para que se mantengan unidos como tú y yo lo estamos.” (Juan
17: 11 BLS) Cristo pidió al Padre que como hijos suyos nos mantengamos unidos
así como Él estaba unido al Padre, y no sólo eso, sino que pidió algo más: “No pido sólo por
ellos, sino también por los que creerán en mí cuando escuchen su mensaje. Te
pido que se mantengan unidos entre ellos, y que así como tú y yo estamos
unidos, también ellos se mantengan unidos a nosotros. Así la gente de este
mundo creerá que tú me enviaste.” (Juan
17: 21: BLS) También en Su petición nos incluyó a ti y a mí para que nos mantengamos
unidos entre nosotros y también unidos a Jesucristo y al Padre, porque esa es
Su voluntad, porque ese fue siempre Su deseo al crearnos.
“En cambio, quien se une con el Señor se hace un solo cuerpo
espiritual con él. No tengan relaciones sexuales prohibidas. Ese pecado le hace
más daño al cuerpo que cualquier otro pecado. El cuerpo de ustedes es como un
templo, y en ese templo vive el Espíritu Santo que Dios les ha dado. Ustedes no
son sus propios dueños. Cuando Dios los salvó, en realidad los compró, y el
precio que pagó por ustedes fue muy alto. Por eso deben dedicar su cuerpo a
honrar y agradar a Dios.” (1ª Corintios 6:
17- 20 BLS) Ahora que somos de Cristo, ya no nos pertenecemos, sino que
pertenecemos al que nos compró con Su sangre, por tanto todo lo que hagamos
debemos hacerlo de conformidad a Él. “Pues aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como
lo hace el mundo. Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen
el poder divino para derribar fortalezas. Destruimos argumentos y toda altivez
que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo
pensamiento para que se someta a Cristo.” (2ª Corintios 10: 4-5 BAD)
Ahora que somos de Cristo y que Su Espíritu nos habita tenemos las armas súper poderosas
para echar por tierra todo aquello que nos quiere separar de Dios e inclusive
sometemos nuestros pensamientos para que se adecúen al pensamiento de Dios;
tenemos el poder de Dios que nos habita, “porque el que está en ustedes es más poderoso que el que
está en el mundo.” (1ª Juan 4: 4b NVI) No hay fuerza que pueda
derribar el poder de Dios que está en nosotros para separarnos de Él, salvo que
nosotros decidamos hacerlo por cuenta propia.
Por tanto es importantísimo que nuestra
prioridad sea Cristo, que vivamos dependiendo totalmente de Él tanto en las
pequeñas como en las grandes cosas. Dios nos ha creado para vivir unidos a Él,
por eso estableció que Cristo sea nuestra cabeza y nosotros seamos Su Cuerpo.
“Pido que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre glorioso, les dé el Espíritu de sabiduría y de
revelación, para que lo conozcan mejor. Pido también que les sean iluminados los ojos
del corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado, cuál es la riqueza de su gloriosa herencia
entre los santos, y cuán incomparable es
la grandeza de su poder a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó
de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y
autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se
invoque, no sólo en este mundo sino
también en el venidero. Dios sometió
todas las cosas al dominio de Cristo, y lo dio como cabeza de todo a la iglesia. Ésta,
que es su cuerpo, es la plenitud
de aquel que lo llena todo por completo.” (Efesios 1: 17-23 NVI)