CÓMO SER GUIADOS POR EL ESPÍRITU SANTO
Cuando nacemos empezamos a ser conscientes de este mundo natural y a medida que vamos creciendo vamos desarrollando más nuestro ser consciente. Hemos crecido respondiendo a este ámbito natural y nuestros sentidos naturales se fueron desarrollando por el uso. Sin embargo, un día decidimos recibir a Cristo en nuestro corazón y algo en nuestro interior ha pasado. Empezamos a percibir vagamente, en primera instancia, algo del mundo espiritual. Esto, ¿por qué? Porque hemos sido unidos a Cristo por el poder de Dios. “Pero gracias a él (Dios) ustedes están unidos a Cristo Jesús, a quien Dios ha hecho nuestra sabiduría --es decir, nuestra justificación, santificación y redención.” (1ª Corintios 1: 30 NVI). En otras palabras, se nos devolvió la verdadera vida, la vida de Dios, la vida del Espíritu. Aquella vida que Adán y Eva perdieron cuando desobedecieron a Dios y decidieron gobernarse por cuenta propia. Entonces, ya no vivimos por vista, por lo que vemos, sino por la fe en Dios, por aquello que en el mundo natural no se ve; sin embargo, en el mundo espiritual, llegamos a ser consciente de lo que realmente es.
Vivir guiados por el Espíritu Santo de Dios es vivir más conscientes de Dios, que de lo que vemos o sentimos, porque Dios vive dentro de nosotros, entonces sabemos quiénes somos en Cristo. Cuando Jesús estuvo aquí en la tierra, sabía quién era, si bien, no lo supo desde pequeño, pero fue aprendiéndolo a medida que estudiaba las Escrituras y se comunicaba con Su Padre. Jesús era el Hijo de Dios, y ¿qué somos nosotros que le hemos recibido como Señor y Salvador de nuestras vidas? “Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios.” (Juan 1: 12 NVI) Somos hijos de Dios y necesitamos ser conscientes de quién es nuestro Padre. Así como en lo natural recibimos los genes de nuestros padres, que nos hacen semejantes a ellos, en lo espiritual es lo mismo, recibimos la herencia genética, si vale el término, de nuestro Papá Celestial. “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros no recibisteis un espíritu que de nuevo os esclavice al miedo, sino el Espíritu que os adopta como hijos y os permite clamar: «¡Abba! ¡Padre!» El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios.” (Romanos 8: 14-16).
El deseo de Dios ha sido siempre conformarnos a Su imagen y semejanza, por eso creó a Adán y Eva conforme a Su imagen y semejanza, parecidos a Él. Y ¿cómo es Dios? “Dios es espíritu, y los que le adoran deben ser guiados por el Espíritu para que lo adoren como se debe. Se acerca el tiempo en que los que adoran a Dios el Padre lo harán como se debe, guiados por el Espíritu, porque el Padre quiere ser adorado así. ¡Y ese tiempo ya ha llegado!” (Juan 4: 23 BLS). Así como es Dios, somos nosotros sus hijos, es decir, somos espíritu, tenemos un alma viviente y ocupamos momentáneamente este cuerpo, para poder estar en la esfera terrestre. Dios quiso hacernos seres espirituales para que podamos tener comunión con Él, porque sólo nuestro espíritu es capaz de comunicarse con Dios, porque es allí donde reside el Espíritu del Señor. "En cambio, quien se une con el Señor se hace un solo cuerpo espiritual con él." (1ª Corintios 6: 17 BLS) ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, (el cual está) en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque comprados sois por (gran) precio; glorificad, pues, (y traed) a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (1ª Corintios 6: 19, 20 RV2000)
Cuando nos dejamos guiar por el Espíritu, caminamos en la luz, sabemos lo que hacemos y a dónde vamos. “Porque ustedes antes eran oscuridad, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de luz.” (Efesios 5: 8 NVI). Cuando nacemos de nuevo, hemos sido introducidos en Cristo y allí somos luz, porque en Él no hay ninguna tiniebla. Somos luz, pero a veces pensamos, o hablamos tinieblas, necesitamos constantemente dejarnos guiar por el Espíritu que nos habita para caminar en luz, sobre todo principado, potestad o señorío de tinieblas, tomando gobierno y autoridad sobre toda tiniebla y enarbolando el estandarte de Jesucristo, quien nos dio la victoria, haciendo resplandecer la luz de Dios para que huyan las tinieblas y el Reino de Dios se establezca en esta tierra.
Cuando nacemos empezamos a ser conscientes de este mundo natural y a medida que vamos creciendo vamos desarrollando más nuestro ser consciente. Hemos crecido respondiendo a este ámbito natural y nuestros sentidos naturales se fueron desarrollando por el uso. Sin embargo, un día decidimos recibir a Cristo en nuestro corazón y algo en nuestro interior ha pasado. Empezamos a percibir vagamente, en primera instancia, algo del mundo espiritual. Esto, ¿por qué? Porque hemos sido unidos a Cristo por el poder de Dios. “Pero gracias a él (Dios) ustedes están unidos a Cristo Jesús, a quien Dios ha hecho nuestra sabiduría --es decir, nuestra justificación, santificación y redención.” (1ª Corintios 1: 30 NVI). En otras palabras, se nos devolvió la verdadera vida, la vida de Dios, la vida del Espíritu. Aquella vida que Adán y Eva perdieron cuando desobedecieron a Dios y decidieron gobernarse por cuenta propia. Entonces, ya no vivimos por vista, por lo que vemos, sino por la fe en Dios, por aquello que en el mundo natural no se ve; sin embargo, en el mundo espiritual, llegamos a ser consciente de lo que realmente es.
Vivir guiados por el Espíritu Santo de Dios es vivir más conscientes de Dios, que de lo que vemos o sentimos, porque Dios vive dentro de nosotros, entonces sabemos quiénes somos en Cristo. Cuando Jesús estuvo aquí en la tierra, sabía quién era, si bien, no lo supo desde pequeño, pero fue aprendiéndolo a medida que estudiaba las Escrituras y se comunicaba con Su Padre. Jesús era el Hijo de Dios, y ¿qué somos nosotros que le hemos recibido como Señor y Salvador de nuestras vidas? “Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios.” (Juan 1: 12 NVI) Somos hijos de Dios y necesitamos ser conscientes de quién es nuestro Padre. Así como en lo natural recibimos los genes de nuestros padres, que nos hacen semejantes a ellos, en lo espiritual es lo mismo, recibimos la herencia genética, si vale el término, de nuestro Papá Celestial. “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros no recibisteis un espíritu que de nuevo os esclavice al miedo, sino el Espíritu que os adopta como hijos y os permite clamar: «¡Abba! ¡Padre!» El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios.” (Romanos 8: 14-16).
El deseo de Dios ha sido siempre conformarnos a Su imagen y semejanza, por eso creó a Adán y Eva conforme a Su imagen y semejanza, parecidos a Él. Y ¿cómo es Dios? “Dios es espíritu, y los que le adoran deben ser guiados por el Espíritu para que lo adoren como se debe. Se acerca el tiempo en que los que adoran a Dios el Padre lo harán como se debe, guiados por el Espíritu, porque el Padre quiere ser adorado así. ¡Y ese tiempo ya ha llegado!” (Juan 4: 23 BLS). Así como es Dios, somos nosotros sus hijos, es decir, somos espíritu, tenemos un alma viviente y ocupamos momentáneamente este cuerpo, para poder estar en la esfera terrestre. Dios quiso hacernos seres espirituales para que podamos tener comunión con Él, porque sólo nuestro espíritu es capaz de comunicarse con Dios, porque es allí donde reside el Espíritu del Señor. "En cambio, quien se une con el Señor se hace un solo cuerpo espiritual con él." (1ª Corintios 6: 17 BLS) ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, (el cual está) en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque comprados sois por (gran) precio; glorificad, pues, (y traed) a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (1ª Corintios 6: 19, 20 RV2000)
Cuando nos dejamos guiar por el Espíritu, caminamos en la luz, sabemos lo que hacemos y a dónde vamos. “Porque ustedes antes eran oscuridad, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de luz.” (Efesios 5: 8 NVI). Cuando nacemos de nuevo, hemos sido introducidos en Cristo y allí somos luz, porque en Él no hay ninguna tiniebla. Somos luz, pero a veces pensamos, o hablamos tinieblas, necesitamos constantemente dejarnos guiar por el Espíritu que nos habita para caminar en luz, sobre todo principado, potestad o señorío de tinieblas, tomando gobierno y autoridad sobre toda tiniebla y enarbolando el estandarte de Jesucristo, quien nos dio la victoria, haciendo resplandecer la luz de Dios para que huyan las tinieblas y el Reino de Dios se establezca en esta tierra.
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