domingo, 13 de febrero de 2011

¿DÓNDE ESTÁS VIVIENDO?

¿DÓNDE ESTÁS VIVIENDO? ¿EN EGIPTO O EN LA TIERRA PROMETIDA?
Jesús se dirigió entonces a los judíos que habían creído en él, y les dijo: -Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres. (Juan 31: 32 NVI). Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud. (Gálatas 5: 1 NVI).

Quizá en este momento estés cantando una canción parecida a ésta:
Libre soy en Cristo, libre soy;
Por la Gracia del Señor, libre estoy;
Su Sangre me ha liberado,
estoy perdonado,
En Cristo nueva criatura soy…..



Mientras se va cantando una canción de libertad en Cristo, la mente del esclavo divaga por las áridas arenas del desierto de Egipto, y se convence o lo convencen que está pasando por su desierto, entonces se resigna y espera el maná muy temprano en la mañana, lo cual no está mal, pero después tiene que entrar a su tienda y quedarse de brazos cruzados porque nada puede hacer en el desierto. Está esclavo en su mente y se cruza de brazos esperando la bendición que no tenga condición, porque eso es legalista, ya fue en el pasado. Al esclavo lo rige la ley del mínimo esfuerzo. Sueña con ser lleno del Espíritu de Dios y Su unción, pero se conforma con vivir como vive, porque espera al hada madrina que le toque con su varita mágica y sea transformado. En su mente está: “cambiaré cuando Dios quiera”. No toma decisiones y Dios es respetuoso de nuestras decisiones, entonces nunca va a cambiar; no porque Dios no quiera, sino por su propia elección, porque se conforma con la situación, porque es de visión corta.

Muchos cristianos, hijos de Dios, todavía creen que están presos, atados al borde del infierno, pensando que si Jesucristo viene, en lugar de irse con Él, por el impacto caerán al mismo infierno, esto los llena de temor y viven en angustia, pensando más en: “qué pasará si me quedo cuando se realice el arrebatamiento, porque no puedo dejar de pecar, claro que no son pecados muy grandes, pero pecados al fin”. Viven en temor y no avanzan. Son libres, pero siguen pensando como prisioneros. Son como esa gallina que por un tiempo ha permanecido atada a un poste, al comienzo trató desesperadamente de soltarse, pero después se conformó dando vueltas alrededor del poste en la que fue atada. Pero un día, alguien le corta la cuerda, sin embargo ella sigue dando vueltas al poste, creyendo que eso es todo lo que puede hacer. Jesucristo ha venido para hacernos libres y ninguna atadura del diablo, llámese maldición generacional, pecados del pasado, iniquidades, puede permanecer frente al poder liberador de Cristo Jesús. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los presos y dar vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año del favor del Señor." (Lucas 4: 18,19 NVI). Cristo vino con una misión, darnos libertad. Nos dice a fuerte voz que somos libres, libres y nos pone en libertad, para que todo nuestro ser goce de la vida abundante que nos da. “El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.” (Juan 10: 10 NVI)

El poder de Jesucristo es infinitamente mayor a cualquier atadura del diablo o de nuestra carne o alma. “Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado --respondió Jesús--. Ahora bien, el esclavo no se queda para siempre en la familia; pero el hijo sí se queda en ella para siempre. Así que si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres.” (Juan 8: 34-36). Podemos gritar: “Somos libres en Cristo. Todas mis cadenas ya han sido rotas. Adiós a la religiosidad, al prejuicio, a todas las mentiras del diablo y al temor de mi mente. Alma mía, eres libre, empieza a alabar al Señor Jesucristo quien te libertó y recuerda todas sus bondades para contigo. Gózate en el Señor y en el poder de Su fuerza, ya no te angusties, tan sólo espera en Jesucristo con fe y confianza, que si Él lo prometió, ten por seguro, que lo hará”. Este es el año agradable del Señor, disfrútalo.

El hijo es libre, vive en las promesas, está gozando de la tierra prometida y aunque haya gigantes que quieran robar su bendición, él sabe quién es en Cristo, qué tiene y qué puede en Él. Está en luz, no anda a tientas, sabe que el trabajo de sus manos va a ser prosperado, porque las bendiciones lo persiguen, está lejos de temor, porque éste huirá de él, ya que en el amor, no hay temor, porque el amor de Jesucristo en nuestras vidas echa fuera el temor; vive confiado en Dios, porque ha sujetado su voluntad a la del Espíritu Santo. Entonces, ¿no tiene problemas? Sí y no, porque en Cristo los problemas dejan de serlo, así como vienen, tienen que irse. El hijo libre, no se detiene en los problemas, porque no vive de ellos, vive por la fe en Jesucristo, quien ha vencido a Satanás y nada le es difícil para Él. Jesucristo es su escudo y escondedero, refugio seguro frente a cualquier tempestad de la vida.

El cristiano que todavía vive con la mente en Egipto, no puede gozar de las bendiciones de Dios, quiere correr tras ellas, porque no cree que ellas correrán tras de él. Cómo hijo de Dios, dónde te encuentras viviendo, ¿todavía en el desierto, o disfrutando de la tierra de las promesas?

miércoles, 9 de febrero de 2011

EL SUSURRO DEL ALMA

EL SUSURRO DEL ALMA
Y Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en sus narices aliento de vida, y el hombre vino a ser alma viviente.
(Génesis 2: 7 VM)
Cuando Dios sopló en el hombre el aliento de vida, Dios formó el alma, entonces el ser humano se convirtió en un ser consciente de su propia existencia. Formó el alma con voluntad, con capacidad de decidir por cuenta propia, Dios le dio libre albedrío; le dotó de una mente para que pensara pensamientos puros y también puso en el alma emociones, haciéndole capaz de sentir alegría, tristeza, agrado o desagrado, en fin, le dotó de personalidad propia. El alma es la personalidad del ser humano, con emociones, pensamientos y voluntad propia, es el ego humano. El alma es lo que la persona es en sí, por eso el ser humano es alma viviente”.

En el huerto del Edén, antes que el hombre pecara, su alma estaba ligada o sujeta a su espíritu, y éste a la vez estaba sujeto o ligado al Espíritu de Dios, entonces, todo lo que el alma pensaba, decidía o sentía, estaba de acuerdo a lo que Dios también pensaba, decidía o sentía, porque su alma estaba controlada por su espíritu; existía comunicación intrínseca con Dios, de tal forma que Adán y Dios eran “uno” en pensamiento, decisión y sentimiento. Por cuanto su espíritu estaba controlado por el Espíritu de Dios, Adán podía pensar los pensamientos de Dios y sus sentimientos eran nobles. Tenía voluntad propia para decidir y mientras estaba su espíritu unido al de Dios, tomaba decisiones sabias y no se equivocaba. Adán no era como un robot, podía seguir unido a Dios, o no, lo cual hizo, pues decidió desligarse de Dios y le dio el control de su alma al diablo, entonces pecó y con él toda la raza humana. El cuerpo de Adán, antes de la caída, estaba a la vez sujeto a su alma y tenía control sobre sus propios instintos naturales, haciendo sólo lo que su espíritu y alma le dictaban.

Cuando el hombre decidió, por cuenta propia, hacer lo contrario a la voluntad de Dios y desligarse del Espíritu de Dios, entonces simultáneamente su alma toma el control, quedando el espíritu humano atrapado entre el alma y el cuerpo, o desplazado de su lugar. Como nuestra comunión con Dios es a través del espíritu, el hombre, después de pecar, perdió esa comunión, entonces su alma quedó a merced del diablo. El alma no fue creada para tomar el control del ser humano, sino más bien para estar sujeta o controlada por el espíritu. Pablo dijo en 1ª Tesalonicense 5: 23: “Y que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” Este es el orden porque somos espíritu en esencia, ya que Dios nos creó a Su Imagen y Semejanza y Él es Espíritu y es por medio de nuestro espíritu que nos comunicamos con Dios, no es a través del alma. El alma cuando está sujeta al espíritu recibe la comunicación de éste acerca de quién es Dios y cómo adorarlo. Somos espíritu, poseemos un alma y nuestro cuerpo es sólo nuestra morada temporal. Si nos mantenemos según el orden establecido por Dios, donde el espíritu toma el control, porque está controlado por el Espíritu de Dios, el alma se sujeta al espíritu y el cuerpo al alma, vamos a vivir en equilibrio, nos vamos a gozar haciendo la voluntad de Dios, viviendo en santidad y pureza, entonces seremos preservados irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesucristo.

Cuando el ser humano se deja gobernar por el alma, porque su espíritu no está sujeto al Espíritu Santo de Dios, entonces el alma susurra constantemente pidiendo atención para satisfacer sus caprichos o apetitos carnales. En el caso de los cristianos cuando siguen gobernados por el alma prestan más atención al susurro del alma por ser atendida que a la voz de su espíritu. La persona cristiana controlada por el alma se vuelve un cristiano carnal porque satisface los deseos de la carne, como lascivia, celos, envidia, ira, enojo, etc. “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz. La mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la Ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, y los que están en la carne no pueden agradar a Dios.” (Romanos 8: 6-8 NBLH)

El alma constantemente susurra a nuestros oídos para ser atendida y es muy insistente. Muchos de nuestros errores no son culpa del diablo, sino de nosotros mismos por querer satisfacer los deseos del alma. Cuando recibimos a Cristo en nuestro corazón, nuestro espíritu se salva y se une al Espíritu de Cristo, pero nuestra alma necesita entrar en un proceso de salvación. Veamos que dice Santiago 1: 21: “Por lo cual, dejad toda inmundicia y superfluidad de malicia, y recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas.” Para salvar nuestro espíritu tan sólo necesitamos arrepentirnos genuinamente de nuestros pecados, recibir a Cristo en nuestro corazón aceptando Su sacrificio en la cruz y reconociéndolo como nuestro único Señor y Salvador; pero para salvar nuestra alma necesitamos dejar o despojarnos de toda impureza o deshonestidad y de toda maldad y aceptar con mansedumbre la Palabra de Dios sembrada en nuestros corazones para que nuestra alma empiece a ser transformada y sea salva de aquello que la deforma. La Palabra de Dios es como el agua que lava nuestra alma, por eso debemos llenarnos de la Palabra de Dios, porque nuestra alma necesita aprender a estar sujeta a nuestro espíritu y a sosegarse dejándose guiar por éste. Cuando esto pasa, entonces nuestra voluntad se sujeta a la voluntad de Dios, nuestros pensamientos los llevamos cautivos a la obediencia a Cristo y nuestras emociones son controladas por el Espíritu Santo de Dios.

Vivir conforme al diseño original de Dios: nuestro espíritu sujeto al Espíritu de Dios, nuestra alma sujeta a nuestro espíritu y nuestro cuerpo sujeto a nuestra alma y espíritu, nos trae paz y nos hace estar en paz con Dios, entonces el susurro del alma será el susurro de Dios, porque nuestro espíritu vivificado nos hará oír la voz de Dios y nuestra voluntad se deleitará en hacer la voluntad de Dios, nuestra mente pensará los pensamientos de Dios y nuestras emociones se gozarán de estar al servicio de Dios. “Bendice, alma mía, al SEÑOR, Y bendiga todo mi ser Su santo nombre. Bendice, alma mía, al SEÑOR, Y no olvides ninguno de Sus beneficios. El es el que perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus enfermedades; El que rescata de la fosa tu vida, El que te corona de bondad y compasión; El que colma de bienes tus años, Para que tu juventud se renueve como el águila." (Salmo 103: 1- 5 NBLH).

jueves, 3 de febrero de 2011

¿QUIÉN TIENE LA CULPA?

¿QUIÉN TIENE LA CULPA?
Hay un dicho que reza así: “Quien echa su mal a otro, descansa”. ¿Será verdad esto? Desde el comienzo de la historia de la humanidad, el ser humano no quiso reconocer su culpa y creyó que echándole el rollo a otra, las cosas mejorarían, sin embargo no es así. Cada uno es responsable de sus actos. “Cuando el día comenzó a refrescar, oyeron el hombre y la mujer que Dios andaba recorriendo el jardín; entonces corrieron a esconderse entre los árboles, para que Dios no los viera. Pero Dios el Señor llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás? El hombre contestó: Escuché que andabas por el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me escondí. ¿Y quién te ha dicho que estás desnudo? Le preguntó Dios. ¿Acaso has comido del fruto del árbol que yo te prohibí comer? Él respondió: La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí. Entonces Dios el Señor le preguntó a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? La serpiente me engañó, y comí contestó ella.” (Génesis 3: 10 – 13 NVI). Adán y Eva no quisieron asumir la culpa por su desobediencia, no quisieron reconocer su error y cargaron con ello toda su vida y nos echaron la carga también a nosotros. Parece que la naturaleza humana tiene la tendencia de no reconocer sus faltas, con razón por ahí dicen que “la culpa es soltera”, porque nadie la quiere tener a su lado como compañera.

La Palabra de Dios dice: “El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y los abandona hallará misericordia.” (Proverbios 28: 13 NBLH). Reconocer nuestros errores, confesarlos delante de Dios y apartarnos de ellos, nos acarrea bendición y la misericordia de Dios nos cubre. La misericordia de Dios es no darnos lo que merecen nuestros actos pecaminosos. “Pero si confesamos a Dios nuestros pecados, podemos estar seguros de que él, que es absolutamente fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad.” (1ª Juan 1: 9 CST-IBS). Reconocer nuestras faltas o pecados por medio de la confesión a Dios es reconfortante porque estamos seguros que Dios nos perdona y nos limpia, de ese modo quedamos como nuevos otra vez y sin la carga de la culpa. La confesión verdadera con arrepentimiento implica dejar de hacer lo malo. Empecé este texto con el dicho, “quien echa su mal a otro, descansa"; y dejé la interrogante para ver si esto era verdad. Pero ahora, por lo que hemos visto por la Palabra de Dios, nos damos cuenta que no es verdadero ese dicho, sino que es totalmente falso. Sólo vamos a descansar del remordimiento de la culpa si confesamos nuestros pecados delante de Dios y algunas veces también debemos de hacerlo delante de las personas, si el caso amerita.

A menudo queremos hacer responsables de nuestra mala conducta a otras personas, por ejemplo: “Soy así porque mis padres me abandonaron”; “me irrita su presencia y no puedo controlarme”; mi enfermedad me ha vuelto renegón”, etc. Nuestras malas acciones no son la responsabilidad de otros, sino de nosotros mismos, porque decidimos actuar así, nadie nos obliga a hacerlo y nadie tiene la obligación de soportar nuestro mal carácter o nuestra falta de dominio propio. Las circunstancias adversas de la vida no deberían deteriorar tu carácter, sino más bien fortalecerlo, porque lo que eres no depende de lo exterior, sino de lo que llevas en tu interior, dentro de ti; y sólo tú puedes tomar control del “toro furioso” que quiere salirse de su corral o descontrolarse. “Airaos, pero no pequéis”, esto parece paradójico, decimos: _ ¿Cómo me voy a airar sin pecar? Parece difícil porque primero pecamos y después nos airamos. Me explico: primero tenemos ojeriza contra algo o alguien, que bien puede ser “uno mismo” y luego, debido a esa ojeriza, empezamos a encolerizarnos y llenarnos de ira contra el agente externo, cuando en realidad, el problema es nuestro y no de otro. Necesitamos aprender a dejar las viejas mañas de pensar y empecemos a pensar como Dios piensa, para no dar razones a lo que es sinrazón.

Nadie nos manda a tener repulsión o aversión hacia otra persona o cosa, sin embargo nos permitimos ese mal sentimiento dentro de nosotros y queremos culpar de nuestra conducta al agente externo. Pero nuestro repulsivo enemigo no está fuera de nosotros, sino dentro de nosotros y tenemos que eliminarlo o él nos eliminará a nosotros. Quizá dirás: - ¡Pero es que no pueeeeeedo! Si eres hijo de Dios, entonces te agarras de Filipenses 4: 13, que dice: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” Ya no luchas solo; tampoco debes convencerte de que eres así y punto, y que ya nada se puede hacer. Jesucristo vino para darnos libertad en todas las áreas de nuestra vida. Al negar tu imposibilidad de cambiar, estás negando el poder que llevas dentro de ti y entonces dejas suelto al “toro furioso”, para descargar en otros, todas tus frustraciones o supuestos infortunios de la vida. Esto no significa tragarte tu disgusto y quedar callado, hecho el mártir. Es importante enfrentar el problema, que dicho sea de paso, no siempre empieza en el otro, primero generalmente está en ti y es contigo que tienes que arreglarlo, luego si ves que es necesario, porque tu hermano tiene algo contra ti, anda donde tu hermano y arregla la situación, porque hablando se entienden las cosas. Recuerda bien, eres lo que eliges o decides ser, el poder primordial para cambiar está en ti, que unido al poder de Cristo, nadie lo podrá detener. La cruz que tienes que llevar no es soportar pasivamente las actitudes negativas de las personas, debes enfrentarlas con amor, habiendo antes hecho un escrutinio de tu interior. Que Dios te ilumine para que cambiando tu manera de pensar, cambies tu forma de actuar. “ No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto." (Romanos 12: 2 DHH).