sábado, 12 de diciembre de 2009

CONOCER A DIOS



CONOCER A DIOS
“Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado.” (Juan 17: 3)
Conocer a Dios” es diferente de “conocer de Dios”. Podemos saber mucho acerca de alguien, pero si nunca hemos tenido la oportunidad de pasar tiempo con esa persona y descubrir lo que le agrada o desagrada, entonces lo único que tenemos es una información de la persona, porque nunca hemos tenido el placer de estar con ella para saber quién realmente es. En tu vida cristiana puedes estar lleno de conocimiento acerca de quién es Dios, sin embargo si no pasas tiempo con Él, no le conoces personalmente, por lo tanto no podrás absorber su carácter y vivirás peor que un incrédulo que abiertamente niega a Dios, porque tus actos demostrarán eso y no el carácter de un Dios amoroso, santo, justo y bueno. Dios quiere que le conozcas para que seas libre. Él es la Verdad y si conoces en tu espíritu a esta Verdad, que es Jesucristo, serás libre. (Juan 8:32) Si Jesucristo realmente es Señor de tu vida, entonces deja que tu Señor te gobierne a través de Su Espíritu. El carácter de Cristo se lo adquiere por conocerlo, pasando tiempo con Él, así como María se sentaba a Sus pies para oírle y deleitarse en Jesús, tú también tienes que hacer un deleite de esos momentos que le dedicas a Él, entonces empezarás a conocerle y Él va ir forjando en ti Su carácter, de tal manera que será fácil dejar aquello que todavía te ata a la vieja naturaleza y lo mejor de todo es que lo vas a hacer sin esfuerzo propio, sino solamente con pasar tiempo con Tu Amado.

Marta recibió a Jesús en su casa porque realmente lo amaba, pero su corazón estaba dividido con su afán de darle lo mejor a Él; en este su afán se olvidó de la persona de Jesús y se “distrajo” si puede llamarse así, porque en verdad ella estaba muy afanada y enojada por todo lo que tenía que hacer en su casa para el Maestro a quien ella amaba de verdad, pero no pudo contener su enojo y le dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo sola? ¡Dile que me ayude!" (Lucas 10: 40 NVI). Marta no conocía a Jesús realmente. Para ella, como buena anfitriona, lo más importante era atender de la mejor forma al Maestro, pero en ese su anhelo afanoso, ella tuvo una actitud negativa contra Su hermana y hasta con el mismo Señor Jesucristo y fue a recriminarle. No dudamos que ella amaba al Maestro, pero a Su manera. El interés por servirle era de su alma, a su manera y todo lo que se hace a nuestra manera produce desasosiego y frustración. Ante la interpelación de Marta, Jesús le responde amorosamente: "Marta, Marta --le contestó Jesús--, estás inquieta y preocupada por muchas cosas, pero sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará." (Lucas 10: 41- 42 NVI). La misma respuesta nos da a nosotros, porque en nuestro afán del día a día olvidamos lo mejor, lo que nadie nos puede quitar, esos preciosos momentos de estar a los pies de nuestro Amado Señor Jesucristo, aprendiendo de Él, conociéndole, amándolo y deleitándonos al saborear de cada Palabra de Su boca que nutre nuestro espíritu.

Jesús quiere que lleguemos a ser uno con Él, así como Él era con el Padre. (Juan 10: 30). Al principio Dios era uno con Adán, esa gloria que lo cubría era de Dios y Adán podía estar en contacto tanto terrenal como celestial en una forma muy normal, gracias a esa unidad con Dios. Sin embargo cuando pecó, se rompió esa unidad y el acceso a lo celestial quedó velado, entonces su alma tomó el control y como Dios no se comunica con el alma, se cortó esa comunión. Pero después que Cristo venció a Satanás en la cruz del Calvario, se nos devolvió la posibilidad de tener comunión íntima con Dios y de tener acceso tanto a lo natural como a lo celestial, así como Jesucristo lo hacía estando aquí en la tierra. “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura. Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.” (Hebreos 10: 19-23). Era en el Lugar Santísimo que la presencia de Dios se manifestaba, pero ahora que no hay un templo físico, a Dios le ha placido hacer de nuestro cuerpo Su Tabernáculo para que Su Presencia se manifieste. Somos espíritu, tenemos un alma y vivimos en el cuerpo, pero Dios sólo se manifestará en el espíritu humano a través de Su Espíritu que mora en Sus hijos, pero es necesario que alineemos nuestro espíritu al Espíritu Santo y pongamos al alma en sujeción a nuestro espíritu, y el cuerpo en sujeción al alma redimida y rendida al Espíritu de Dios a través de nuestro espíritu. El deseo de Dios desde siempre fue que podamos conocerlo a través de nuestra unidad con Él.

Dios es Espíritu y sólo es posible conocerle por medio de nuestro espíritu, porque las cosas espirituales sólo pueden comprenderse espiritualmente y no anímicamente, ni racionalmente. Activemos nuestro espíritu y silenciemos al alma para poder oír y ver a Dios. Pero cada vez que alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado. Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu.” (2ª Cor.3: 16-18 NVI) Así que amados, cuanto más contacto tengamos con Dios, más vamos a conocerle y seremos transformados a Su imagen, trayendo lo celestial a la tierra y manifestando Su Gloria.

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