DIOS MIRA TU CORAZÓN
"Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?' Entonces les diré claramente: 'Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!' "Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca. Pero todo el que me oye estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa, y ésta se derrumbó, y grande fue su ruina." (Mateo 7: 21- 27 NVI)
Dios mira el corazón de las personas y no cuánto conocen de doctrina, lo cual también es importante, pero que carece de valor ante los ojos de Dios si no se llega a tener una comunión íntima con Él a través de Su Santo Espíritu. Si Dios no nos conoce, de nada sirve que hagamos las obras para Él porque llegará el día en que se escucharán las palabras: “Jamás los conocí”. Hacer las obras para el Señor es importante, pero más importante es estar en intimidad con El para poder saber cuál es Su voluntad para nuestras vidas, porque podemos estar haciendo buenas obras, pero no las obras que Él quiere que hagamos. Jesús dijo: “—El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él.” (Juan 14: 23). Una cosa es que el Señor viva en ti, que Él haga en ti, dentro de ti Su vivienda, Su casa donde Él habite juntamente contigo y otra es que sólo Él te visite de vez en cuando. El visitante no tiene acceso a toda la casa aunque le digamos al huésped: - Esta es su casa o considérese como en su casa-. Él siempre tendrá sus límites. Sin embargo cuando la Deidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo), hace su vivienda en nuestro espíritu, Él tiene acceso a todas las áreas de nuestro ser y vamos a empezar a conocerle estudiando y obedeciendo Su Palabra y cuanto más le conozcamos, más le vamos a amar y más le vamos a permitir inmiscuirse en nuestros asuntos, que dicho sea de paso, son Sus asuntos porque ya nada haremos por nuestra propia cuenta.
El salmo 91 nos muestra cómo se vive en la morada del Altísimo, es decir en Su Presencia. Allí no hay temor porque es una fortaleza cerrada para el enemigo. Allí la luz de Su verdad es nuestro escudo y el diablo no podrá engañarnos con sus sutiles mentiras. Su Presencia nos cubre y nos libra de todo mal y es más, aplastaremos bajo nuestros pies a los espíritus inmundos y demonios que se atrevan a querer dañarnos, porque estamos bajo la protección del Altísimo, porque Él ha hecho Su vivienda en nosotros. Somos Su casa y Él no descuida lo que le pertenece; por tanto dile a tu alma y a tus pensamientos que reposen en Dios, que se sujeten a tu espíritu que a la vez está sujeto al Espíritu de Dios para que hallen descanso y el temor no encuentre cabida en tu mente, ni en tus pensamientos.
“El que habita al abrigo del Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso. Yo le digo al Señor: "Tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío." Sólo él puede librarte de las trampas del cazador y de mortíferas plagas, pues te cubrirá con sus plumas y bajo sus alas hallarás refugio. ¡Su verdad será tu escudo y tu baluarte! No temerás el terror de la noche, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que acecha en las sombras ni la plaga que destruye a mediodía. Podrán caer mil a tu izquierda, y diez mil a tu derecha, pero a ti no te afectará. No tendrás más que abrir bien los ojos, para ver a los impíos recibir su merecido. Ya que has puesto al Señor por tu refugio, al Altísimo por tu protección, ningún mal habrá de sobrevenirte, ninguna calamidad llegará a tu hogar. Porque él ordenará que sus ángeles te cuiden en todos tus caminos. Con sus propias manos te levantarán para que no tropieces con piedra alguna. Aplastarás al león y a la víbora; ¡hollarás fieras y serpientes! "Yo lo libraré, porque él se acoge a mí; lo protegeré, porque reconoce mi nombre. Él me invocará, y yo le responderé; estaré con él en momentos de angustia; lo libraré y lo llenaré de honores. Lo colmaré con muchos años de vida y le haré gozar de mi salvación."
Dios nos ha dado de Su Espíritu que mora en nosotros para que sepamos lo que ya Dios nos ha concedido. Son maravillosas promesas hechas realidad en Cristo y que las recibimos por fe. “En efecto, ¿quién conoce los pensamientos del ser humano sino su propio espíritu que está en él? Así mismo, nadie conoce los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios. Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo sino el Espíritu que procede de Dios, para que entendamos lo que por su gracia él nos ha concedido.” (1ª Corintios 2: 11,12 NVI). Dios nos ha hecho partícipes de Su naturaleza, de Sus genes, a fin de que Su carácter se forme en nosotras/os, para que tengamos afinidad con Él y podamos amar lo que Él ama y anhelar lo que Él anhela. “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de Aquél que nos ha llamado a gloria y virtud; por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas fuésemos hechos participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia.” (2ª Pedro 1: 3- 4). Como hija/o de Dios tienes Sus genes en ti, ya no los de Adán, porque la vida de Dios entró en ti y Él te ha hecho nueva criatura, así que ya no vivas como pecador/a, pecando; sino como hijo/a de Dios en santidad, sin pecar, sino haciendo la voluntad de Dios. "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo." (1ª Juan 2: 1). El pecador peca porque le gusta el pecado, pero los hijos de Dios pecamos alguna vez, no porque nos guste pecar, sino porque nos hemos descuidado en guardar Su Palabra; por eso les amonesto a no descuidar el estudio de la Palabra de Dios y la comunión íntima con Su Santo Espíritu, manteniendo siempre nuestro espíritu en sujeción al Espíritu Santo y nuestra alma sujeta a nuestro espíritu para que no gobierne nuestra vida, porque el alma no puede escuchar directamente la voz de Dios, es a nuestro espíritu que Dios se revela. Por lo tanto, vivamos en el Espíritu y andemos en el Espíritu y no satisfagamos los deseos de la carne.
"Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?' Entonces les diré claramente: 'Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!' "Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca. Pero todo el que me oye estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa, y ésta se derrumbó, y grande fue su ruina." (Mateo 7: 21- 27 NVI)
Dios mira el corazón de las personas y no cuánto conocen de doctrina, lo cual también es importante, pero que carece de valor ante los ojos de Dios si no se llega a tener una comunión íntima con Él a través de Su Santo Espíritu. Si Dios no nos conoce, de nada sirve que hagamos las obras para Él porque llegará el día en que se escucharán las palabras: “Jamás los conocí”. Hacer las obras para el Señor es importante, pero más importante es estar en intimidad con El para poder saber cuál es Su voluntad para nuestras vidas, porque podemos estar haciendo buenas obras, pero no las obras que Él quiere que hagamos. Jesús dijo: “—El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él.” (Juan 14: 23). Una cosa es que el Señor viva en ti, que Él haga en ti, dentro de ti Su vivienda, Su casa donde Él habite juntamente contigo y otra es que sólo Él te visite de vez en cuando. El visitante no tiene acceso a toda la casa aunque le digamos al huésped: - Esta es su casa o considérese como en su casa-. Él siempre tendrá sus límites. Sin embargo cuando la Deidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo), hace su vivienda en nuestro espíritu, Él tiene acceso a todas las áreas de nuestro ser y vamos a empezar a conocerle estudiando y obedeciendo Su Palabra y cuanto más le conozcamos, más le vamos a amar y más le vamos a permitir inmiscuirse en nuestros asuntos, que dicho sea de paso, son Sus asuntos porque ya nada haremos por nuestra propia cuenta.
El salmo 91 nos muestra cómo se vive en la morada del Altísimo, es decir en Su Presencia. Allí no hay temor porque es una fortaleza cerrada para el enemigo. Allí la luz de Su verdad es nuestro escudo y el diablo no podrá engañarnos con sus sutiles mentiras. Su Presencia nos cubre y nos libra de todo mal y es más, aplastaremos bajo nuestros pies a los espíritus inmundos y demonios que se atrevan a querer dañarnos, porque estamos bajo la protección del Altísimo, porque Él ha hecho Su vivienda en nosotros. Somos Su casa y Él no descuida lo que le pertenece; por tanto dile a tu alma y a tus pensamientos que reposen en Dios, que se sujeten a tu espíritu que a la vez está sujeto al Espíritu de Dios para que hallen descanso y el temor no encuentre cabida en tu mente, ni en tus pensamientos.
“El que habita al abrigo del Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso. Yo le digo al Señor: "Tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío." Sólo él puede librarte de las trampas del cazador y de mortíferas plagas, pues te cubrirá con sus plumas y bajo sus alas hallarás refugio. ¡Su verdad será tu escudo y tu baluarte! No temerás el terror de la noche, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que acecha en las sombras ni la plaga que destruye a mediodía. Podrán caer mil a tu izquierda, y diez mil a tu derecha, pero a ti no te afectará. No tendrás más que abrir bien los ojos, para ver a los impíos recibir su merecido. Ya que has puesto al Señor por tu refugio, al Altísimo por tu protección, ningún mal habrá de sobrevenirte, ninguna calamidad llegará a tu hogar. Porque él ordenará que sus ángeles te cuiden en todos tus caminos. Con sus propias manos te levantarán para que no tropieces con piedra alguna. Aplastarás al león y a la víbora; ¡hollarás fieras y serpientes! "Yo lo libraré, porque él se acoge a mí; lo protegeré, porque reconoce mi nombre. Él me invocará, y yo le responderé; estaré con él en momentos de angustia; lo libraré y lo llenaré de honores. Lo colmaré con muchos años de vida y le haré gozar de mi salvación."
Dios nos ha dado de Su Espíritu que mora en nosotros para que sepamos lo que ya Dios nos ha concedido. Son maravillosas promesas hechas realidad en Cristo y que las recibimos por fe. “En efecto, ¿quién conoce los pensamientos del ser humano sino su propio espíritu que está en él? Así mismo, nadie conoce los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios. Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo sino el Espíritu que procede de Dios, para que entendamos lo que por su gracia él nos ha concedido.” (1ª Corintios 2: 11,12 NVI). Dios nos ha hecho partícipes de Su naturaleza, de Sus genes, a fin de que Su carácter se forme en nosotras/os, para que tengamos afinidad con Él y podamos amar lo que Él ama y anhelar lo que Él anhela. “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de Aquél que nos ha llamado a gloria y virtud; por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas fuésemos hechos participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia.” (2ª Pedro 1: 3- 4). Como hija/o de Dios tienes Sus genes en ti, ya no los de Adán, porque la vida de Dios entró en ti y Él te ha hecho nueva criatura, así que ya no vivas como pecador/a, pecando; sino como hijo/a de Dios en santidad, sin pecar, sino haciendo la voluntad de Dios. "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo." (1ª Juan 2: 1). El pecador peca porque le gusta el pecado, pero los hijos de Dios pecamos alguna vez, no porque nos guste pecar, sino porque nos hemos descuidado en guardar Su Palabra; por eso les amonesto a no descuidar el estudio de la Palabra de Dios y la comunión íntima con Su Santo Espíritu, manteniendo siempre nuestro espíritu en sujeción al Espíritu Santo y nuestra alma sujeta a nuestro espíritu para que no gobierne nuestra vida, porque el alma no puede escuchar directamente la voz de Dios, es a nuestro espíritu que Dios se revela. Por lo tanto, vivamos en el Espíritu y andemos en el Espíritu y no satisfagamos los deseos de la carne.
No hay comentarios:
Publicar un comentario