ESFORCÉMONOS POR CONOCER A DIOS
"Esforcémonos por conocer al Señor, hasta estar tan seguros en él como de que el amanecer llegará. El Señor vendrá a nosotros como la lluvia, como el agua fresca que cae sobre la tierra». (Oseas 6: 3 PDT) "Lo que yo deseo de ti es fiel amor y no sacrificio. Quiero que ustedes me conozcan, no que me hagan ofrendas." (Oseas 6: 6 Palabra De Dios Para Todos)
Si un atleta desea ganar la medalla de oro, se esforzará durante horas todos los días ejercitando para lograr su objetivo, de lo contrario su pretensión será sólo mera ilusión, porque nunca logrará alcanzar su sueño. Cuando Jesús estuvo en la tierra, hubo un hombre llamado Zaqueo que deseaba ver a Jesús, pero como era muy pequeño de estatura, nunca iba a lograrlo si seguía en medio de la multitud, entonces este varón tuvo una brillante idea, decidió subir a un árbol, para poder conocer a Jesús. No es muy fácil para una persona pequeña treparse a un árbol, pero el deseo de Zaqueo por ver a Jesús era tan fuerte que no escatimó esfuerzo hasta lograr su objetivo. El resultado de este esfuerzo fue que Jesucristo en persona se acercó a él, le habló y le dijo que iba a visitarlo en su casa. Zaqueo recibió a Jesús en su casa y nunca más fue el mismo, su vida cambió totalmente. Decidió dar la mitad de sus bienes a los pobres y devolver cuatro veces la cantidad que había defraudado. Al conocer a Jesús, el dinero dejó de ocupar el primer lugar en su vida, porque ahora el primer lugar era para Jesús. Cuando hay dentro de nosotros un deseo ardiente por conocer más y más a Jesucristo y nos esforzamos por conocerlo, buscándolo en todo momento y haciendo Su voluntad, entonces Cristo nos llamará de nuestro nombre y nos dirá: Hoy tendré un encuentro contigo. Apresúrate porque estaré en el lugar de nuestra cita.
Pero no basta con el mero deseo de conocerlo, necesitamos esforzarnos para lograrlo. Necesitamos amar Su Palabra, así como el sediento ansía el agua con desesperación. El rey David expresaba ese deseo de presentarse ante Dios de la siguiente manera: “Cual ciervo jadeante en busca del agua, así te busca, oh Dios, todo mi ser. Tengo sed de Dios, del Dios de la vida. ¿Cuándo podré presentarme ante Dios?” (Salmo 42: 1, 2) Nuestra búsqueda de Dios debe involucrar todo nuestro ser, es decir, nuestro espíritu, alma y cuerpo. El rey David no buscaba sólo información acerca de Dios, lo buscaba a Él, al Dios de la vida. Así como Zaqueo no se conformó con escuchar de Jesús, sino que buscó verlo, buscó conocerlo personalmente y Jesús le concedió ese deseo; de igual forma, Dios va a satisfacer nuestro deseo por conocerle, si nos esforzamos en buscarlo. Si buscamos la comunión con el Espíritu Santo todos los días, Él nos dará a conocer a Cristo, al Ungido de Dios, Él va a hacer que nuestro corazón se apasione por Jesucristo y entonces buscaremos al Bendecidor antes que Sus bendiciones, porque teniéndolo a Él, tenemos todo. El rey David pasaba mucho tiempo con el Señor, le conocía, sabía que a pesar de estar rodeado de enemigos, Dios siempre lo protegería. En este tiempo, cuando el mundo entero se ve envuelto en una crisis social, económica y espiritual, los hijos e hijas de Dios debemos esforzarnos por conocerlo, buscando Su presencia a diario, ejercitando nuestro ser para que se habitúe a tener un estilo de vida de adoración constante. De esta manera nuestra mirada estará puesta en Aquel que tiene el control de todo, en Jesucristo y no en esta crisis pasajera. Debemos mirar lo eterno y no lo efímero. “No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre. Porque nada de lo que hay en el mundo -los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida - proviene del Padre sino del mundo. El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” (1ª Juan 2: 15 -17)
San Mateo 5: 8 dice: “Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios.” La clave para ver a Dios es mantener nuestro corazón limpio de los deseos de este mundo para poder así cumplir Su Palabra, obedeciendo al Señor y deleitándonos en Él. En San Juan 14: 21, Jesús dijo: "¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece. Y al que me ama, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él.” Jesucristo quiere darse a conocer, porque solamente conociéndolo vamos a vivir en el Reino de Dios. Jesucristo es el Reino de Dios y el Rey Soberano de Su reino. El agua de Vida, que es Jesucristo y el Espíritu Santo nos introducen al Reino de Dios. Cuando buscamos Su presencia en adoración, Lo atraemos hacia nosotros y se nos permite entrar en Él, entonces dejamos de ser, para que Cristo sea y toda la gloria y la honra, la ofrecemos al único merecedor, a Jesucristo el Vencedor. Jesús dijo en Juan 14: 23: “El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él.” Sólo si lo amamos vamos a adorarlo con fe y a obedecer Su Palabra, vamos a esforzarnos por satisfacer Su corazón, entonces Dios viene a nuestro corazón para habitar en Él y así como fue a la casa de Zaqueo, Él vendrá a nuestro ser para tener un banquete con nosotros y de ahí en adelante ya nada será igual porque nuestro corazón será transformado, ya no buscaremos nuestro deleite, sino deleitarlo a Él haciendo Su voluntad. Cuando la intimidad con el Espíritu de Dios sea nuestra prioridad, la gloria contenida en nosotros empezará a desbordarse y nos deleitaremos en conocerle y obedecerle. Buscaremos Su presencia como la novia enamorada espera ansiosa el momento de la cita de amor. Lo buscaremos y lo encontraremos y diremos: “Yo soy de mi amado, y conmigo tiene su contentamiento”. (Cantares 7: 1o).
"Esforcémonos por conocer al Señor, hasta estar tan seguros en él como de que el amanecer llegará. El Señor vendrá a nosotros como la lluvia, como el agua fresca que cae sobre la tierra». (Oseas 6: 3 PDT) "Lo que yo deseo de ti es fiel amor y no sacrificio. Quiero que ustedes me conozcan, no que me hagan ofrendas." (Oseas 6: 6 Palabra De Dios Para Todos)
Si un atleta desea ganar la medalla de oro, se esforzará durante horas todos los días ejercitando para lograr su objetivo, de lo contrario su pretensión será sólo mera ilusión, porque nunca logrará alcanzar su sueño. Cuando Jesús estuvo en la tierra, hubo un hombre llamado Zaqueo que deseaba ver a Jesús, pero como era muy pequeño de estatura, nunca iba a lograrlo si seguía en medio de la multitud, entonces este varón tuvo una brillante idea, decidió subir a un árbol, para poder conocer a Jesús. No es muy fácil para una persona pequeña treparse a un árbol, pero el deseo de Zaqueo por ver a Jesús era tan fuerte que no escatimó esfuerzo hasta lograr su objetivo. El resultado de este esfuerzo fue que Jesucristo en persona se acercó a él, le habló y le dijo que iba a visitarlo en su casa. Zaqueo recibió a Jesús en su casa y nunca más fue el mismo, su vida cambió totalmente. Decidió dar la mitad de sus bienes a los pobres y devolver cuatro veces la cantidad que había defraudado. Al conocer a Jesús, el dinero dejó de ocupar el primer lugar en su vida, porque ahora el primer lugar era para Jesús. Cuando hay dentro de nosotros un deseo ardiente por conocer más y más a Jesucristo y nos esforzamos por conocerlo, buscándolo en todo momento y haciendo Su voluntad, entonces Cristo nos llamará de nuestro nombre y nos dirá: Hoy tendré un encuentro contigo. Apresúrate porque estaré en el lugar de nuestra cita.
Pero no basta con el mero deseo de conocerlo, necesitamos esforzarnos para lograrlo. Necesitamos amar Su Palabra, así como el sediento ansía el agua con desesperación. El rey David expresaba ese deseo de presentarse ante Dios de la siguiente manera: “Cual ciervo jadeante en busca del agua, así te busca, oh Dios, todo mi ser. Tengo sed de Dios, del Dios de la vida. ¿Cuándo podré presentarme ante Dios?” (Salmo 42: 1, 2) Nuestra búsqueda de Dios debe involucrar todo nuestro ser, es decir, nuestro espíritu, alma y cuerpo. El rey David no buscaba sólo información acerca de Dios, lo buscaba a Él, al Dios de la vida. Así como Zaqueo no se conformó con escuchar de Jesús, sino que buscó verlo, buscó conocerlo personalmente y Jesús le concedió ese deseo; de igual forma, Dios va a satisfacer nuestro deseo por conocerle, si nos esforzamos en buscarlo. Si buscamos la comunión con el Espíritu Santo todos los días, Él nos dará a conocer a Cristo, al Ungido de Dios, Él va a hacer que nuestro corazón se apasione por Jesucristo y entonces buscaremos al Bendecidor antes que Sus bendiciones, porque teniéndolo a Él, tenemos todo. El rey David pasaba mucho tiempo con el Señor, le conocía, sabía que a pesar de estar rodeado de enemigos, Dios siempre lo protegería. En este tiempo, cuando el mundo entero se ve envuelto en una crisis social, económica y espiritual, los hijos e hijas de Dios debemos esforzarnos por conocerlo, buscando Su presencia a diario, ejercitando nuestro ser para que se habitúe a tener un estilo de vida de adoración constante. De esta manera nuestra mirada estará puesta en Aquel que tiene el control de todo, en Jesucristo y no en esta crisis pasajera. Debemos mirar lo eterno y no lo efímero. “No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre. Porque nada de lo que hay en el mundo -los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida - proviene del Padre sino del mundo. El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” (1ª Juan 2: 15 -17)
San Mateo 5: 8 dice: “Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios.” La clave para ver a Dios es mantener nuestro corazón limpio de los deseos de este mundo para poder así cumplir Su Palabra, obedeciendo al Señor y deleitándonos en Él. En San Juan 14: 21, Jesús dijo: "¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece. Y al que me ama, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él.” Jesucristo quiere darse a conocer, porque solamente conociéndolo vamos a vivir en el Reino de Dios. Jesucristo es el Reino de Dios y el Rey Soberano de Su reino. El agua de Vida, que es Jesucristo y el Espíritu Santo nos introducen al Reino de Dios. Cuando buscamos Su presencia en adoración, Lo atraemos hacia nosotros y se nos permite entrar en Él, entonces dejamos de ser, para que Cristo sea y toda la gloria y la honra, la ofrecemos al único merecedor, a Jesucristo el Vencedor. Jesús dijo en Juan 14: 23: “El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él.” Sólo si lo amamos vamos a adorarlo con fe y a obedecer Su Palabra, vamos a esforzarnos por satisfacer Su corazón, entonces Dios viene a nuestro corazón para habitar en Él y así como fue a la casa de Zaqueo, Él vendrá a nuestro ser para tener un banquete con nosotros y de ahí en adelante ya nada será igual porque nuestro corazón será transformado, ya no buscaremos nuestro deleite, sino deleitarlo a Él haciendo Su voluntad. Cuando la intimidad con el Espíritu de Dios sea nuestra prioridad, la gloria contenida en nosotros empezará a desbordarse y nos deleitaremos en conocerle y obedecerle. Buscaremos Su presencia como la novia enamorada espera ansiosa el momento de la cita de amor. Lo buscaremos y lo encontraremos y diremos: “Yo soy de mi amado, y conmigo tiene su contentamiento”. (Cantares 7: 1o).
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