SÓLO LOS VALIENTES PERDONAN DE VERDAD
“Jesús decía: -Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen-. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes.” (Lucas 23: 34 RV95)
No es fácil perdonar a quienes nos han hecho daño, ya sea físico o psicológico, se requiere una fortaleza de carácter para optar por el perdón y no por la venganza. La salida más fácil es vengarnos de alguna manera para resarcir el daño en contra nuestra. Es más fácil dar rienda suelta a los bajos sentimientos de ira y venganza que mantener la cordura y apaciguar nuestro espíritu, aplacando el tormento de nuestra alma, porque es allí donde se fragua la hoguera para quemar al agresor o se templa el carácter forjándolo para el perdón. Porque si cual acero templas tu carácter en las brasas del altar del sacrificio para decidirte por el perdón, habrás vencido el más vil de los sentimientos, la venganza, que lleva cautivo a los cobardes, que se envalentonan con la bajeza de la represalia.
Jesucristo vino a enseñarnos cómo se vive en el Reino de Dios, Él empezó su ministerio diciendo: "Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca." (Mateo 4: 17 NVI)Arrepentirse, quiere decir cambiar la forma de pensar. Jesús les estaba diciendo esto a los judíos, que supuestamente estaban regidos por la Ley de Dios, sin embargo, Cristo, estaba trayendo otra forma de gobierno, el gobierno del Reino de Dios, donde Él es tanto Rey como Reino. Ellos no podían adoptar la nueva forma de gobierno si seguían pensando de acuerdo a las estructuras religiosas impuestas por los maestros de la Ley. Ahora, el verdadero dador de la Ley de Dios estaba entre ellos mostrándoles cómo vivir de acuerdo a la voluntad de Dios y así lo demostró, como hemos visto en Lucas 23: 34; y ya no vivir conforme a tradiciones hechas por humanos. Jesús empezó su discurso sobre la vida del reino así: "Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece.” (Mateo 5: 3 NVI). Aquí no está hablando de una pobreza material, sino espiritual, o dependencia total de Dios, reconociendo que como humanos no somos capaces de llenar el vacío existente de Dios, porque sólo Él puede hacerlo. El ser humano necesita a Dios, cada fibra de nuestro ser grita por volver a Él, porque reconoce quién nos creó y ese vacío sólo Dios puede llenarlo, no una religión, sino una relación con nuestro Creador a través de la persona del Espíritu Santo. Necesitamos depender de Dios y no de nuestras propias fuerzas.
Jesucristo continúa más a delante su discurso diciendo: “Habéis oído que se dijo: "AMARAS A TU PROJIMO y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; porque El hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tenéis? ¿No hacen también lo mismo los recaudadores de impuestos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis más que otros? ¿No hacen también lo mismo los gentiles? Por tanto, sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.” (Mateo 5: 43-48 LBLA). En la vida del Reino de Dios no hay cabida para el odio, sólo para el amor, ya que el amor es el eje del Reino de Dios, porque “Dios es amor” (1ª Juan 4: 8). Donde no hay odio, no hay deseos de venganza, ni siquiera con un pequeño gesto. El odio se incuba en corazones cobardes donde el perdón no halla acogida; el amor es de los valientes que son capaces de amar y perdonar inclusive a quienes los dañan.
En Romanos 12, Pablo empieza con un ruego, “les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios.” Él dice “sacrificio vivo”, no muerto, porque si nos suicidamos por un supuesto credo, estamos destruyendo el templo de Dios, que somos nosotros y no estamos venciendo con el amor las bajezas del carácter, porque es más fácil poner fin a la vida que optar por el perdón y seguir viviendo, pero ya no guiados por nuestros impulsos malévolos. Pablo continúa mostrándonos que no es bueno que paguemos mal por mal, ni que nos venguemos de las personas, sino que hagamos el bien aun a nuestros enemigos y concluye este capítulo diciendo: “No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien.” El mal es impulsivo y nos empuja con vehemencia a realizar actos contrarios al amor; por eso el malvado retiene la ofensa y exige castigo al ofensor. Es más fácil optar por la ira y la venganza, que por el perdón, se requiere ser valiente para poder perdonar. “Aquel que controla su carácter es mejor que el héroe de guerra, aquel que gobierna su temperamento es mejor que el que captura una ciudad.” (Proverbios 16: 32 TKIM-DE). Si podemos conquistar nuestro carácter, las demás batallas ya estarán ganadas. Se dice del niño rebelde que tiene “carácter fuerte”, no hay nada más opuesto a la verdad, porque el carácter fuerte o valiente es de aquel que domina sus impulsos de ira, venganza y otras bajas pasiones del alma. Los valientes no se dejan vencer por el mal, porque no van tras la corriente de este sistema, sino que viven de acuerdo al Reino de Dios, puesto que perdonar es aceptar las consecuencias de los pecados ajenos, como Jesús hizo con los nuestros. Si decides ser valiente, opta por el perdón y no sigas viviendo en la esclavitud del resentimiento y la amargura; no busques tu propia justicia, porque la verdadera justicia está en la Cruz de Cristo que hace del perdón la única vía legal y moral para vivir en libertad.
“Jesús decía: -Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen-. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes.” (Lucas 23: 34 RV95)
No es fácil perdonar a quienes nos han hecho daño, ya sea físico o psicológico, se requiere una fortaleza de carácter para optar por el perdón y no por la venganza. La salida más fácil es vengarnos de alguna manera para resarcir el daño en contra nuestra. Es más fácil dar rienda suelta a los bajos sentimientos de ira y venganza que mantener la cordura y apaciguar nuestro espíritu, aplacando el tormento de nuestra alma, porque es allí donde se fragua la hoguera para quemar al agresor o se templa el carácter forjándolo para el perdón. Porque si cual acero templas tu carácter en las brasas del altar del sacrificio para decidirte por el perdón, habrás vencido el más vil de los sentimientos, la venganza, que lleva cautivo a los cobardes, que se envalentonan con la bajeza de la represalia.
Jesucristo vino a enseñarnos cómo se vive en el Reino de Dios, Él empezó su ministerio diciendo: "Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca." (Mateo 4: 17 NVI)Arrepentirse, quiere decir cambiar la forma de pensar. Jesús les estaba diciendo esto a los judíos, que supuestamente estaban regidos por la Ley de Dios, sin embargo, Cristo, estaba trayendo otra forma de gobierno, el gobierno del Reino de Dios, donde Él es tanto Rey como Reino. Ellos no podían adoptar la nueva forma de gobierno si seguían pensando de acuerdo a las estructuras religiosas impuestas por los maestros de la Ley. Ahora, el verdadero dador de la Ley de Dios estaba entre ellos mostrándoles cómo vivir de acuerdo a la voluntad de Dios y así lo demostró, como hemos visto en Lucas 23: 34; y ya no vivir conforme a tradiciones hechas por humanos. Jesús empezó su discurso sobre la vida del reino así: "Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece.” (Mateo 5: 3 NVI). Aquí no está hablando de una pobreza material, sino espiritual, o dependencia total de Dios, reconociendo que como humanos no somos capaces de llenar el vacío existente de Dios, porque sólo Él puede hacerlo. El ser humano necesita a Dios, cada fibra de nuestro ser grita por volver a Él, porque reconoce quién nos creó y ese vacío sólo Dios puede llenarlo, no una religión, sino una relación con nuestro Creador a través de la persona del Espíritu Santo. Necesitamos depender de Dios y no de nuestras propias fuerzas.
Jesucristo continúa más a delante su discurso diciendo: “Habéis oído que se dijo: "AMARAS A TU PROJIMO y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; porque El hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tenéis? ¿No hacen también lo mismo los recaudadores de impuestos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis más que otros? ¿No hacen también lo mismo los gentiles? Por tanto, sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.” (Mateo 5: 43-48 LBLA). En la vida del Reino de Dios no hay cabida para el odio, sólo para el amor, ya que el amor es el eje del Reino de Dios, porque “Dios es amor” (1ª Juan 4: 8). Donde no hay odio, no hay deseos de venganza, ni siquiera con un pequeño gesto. El odio se incuba en corazones cobardes donde el perdón no halla acogida; el amor es de los valientes que son capaces de amar y perdonar inclusive a quienes los dañan.
En Romanos 12, Pablo empieza con un ruego, “les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios.” Él dice “sacrificio vivo”, no muerto, porque si nos suicidamos por un supuesto credo, estamos destruyendo el templo de Dios, que somos nosotros y no estamos venciendo con el amor las bajezas del carácter, porque es más fácil poner fin a la vida que optar por el perdón y seguir viviendo, pero ya no guiados por nuestros impulsos malévolos. Pablo continúa mostrándonos que no es bueno que paguemos mal por mal, ni que nos venguemos de las personas, sino que hagamos el bien aun a nuestros enemigos y concluye este capítulo diciendo: “No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien.” El mal es impulsivo y nos empuja con vehemencia a realizar actos contrarios al amor; por eso el malvado retiene la ofensa y exige castigo al ofensor. Es más fácil optar por la ira y la venganza, que por el perdón, se requiere ser valiente para poder perdonar. “Aquel que controla su carácter es mejor que el héroe de guerra, aquel que gobierna su temperamento es mejor que el que captura una ciudad.” (Proverbios 16: 32 TKIM-DE). Si podemos conquistar nuestro carácter, las demás batallas ya estarán ganadas. Se dice del niño rebelde que tiene “carácter fuerte”, no hay nada más opuesto a la verdad, porque el carácter fuerte o valiente es de aquel que domina sus impulsos de ira, venganza y otras bajas pasiones del alma. Los valientes no se dejan vencer por el mal, porque no van tras la corriente de este sistema, sino que viven de acuerdo al Reino de Dios, puesto que perdonar es aceptar las consecuencias de los pecados ajenos, como Jesús hizo con los nuestros. Si decides ser valiente, opta por el perdón y no sigas viviendo en la esclavitud del resentimiento y la amargura; no busques tu propia justicia, porque la verdadera justicia está en la Cruz de Cristo que hace del perdón la única vía legal y moral para vivir en libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario