viernes, 29 de octubre de 2010

FIESTA DE HALLOWEEN



FIESTA DE HALLOWEEN
¿Qué se celebra en esta fiesta de halloween? Basta ver los disfraces y toda clase de alimañas que se muestran en los escaparates y vitrinas de muchas tiendas y supermercados y en las ventas callejeras. La respuesta está a la vista de todos. Enlazada con esta fiesta que ensalza a Satanás está el “día de los muertos o difuntos”. ¿Será mera coincidencia? Muchos cristianos, si bien, no participan de halloween, están participando de la celebración de los difuntos, ya sea por costumbre o tradición, sin embargo, la Palabra de Dios nos advierte al respecto: “No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas…” (Deuteronomio 18:10-12)

Brujas y adivinos, como agoreros o sortílegos tienen estrecha relación en su acepción y también tienen estrecha relación con pactos satánicos. En la fiesta de halloween entre los principales personajes está la “inocente brujita”. ¿Por qué los cristianos no debemos participar en la fiesta de halloween y la celebración del día de difuntos? “Examinen qué es lo que agrada al Señor, y no participen en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien, desenmascárenlas” (repróchenlas).” (Efesios 5: 10, 11 NBLH). Al participar de las fiestas paganas, así sean denominadas cristianas, pero que la Palabra de Dios las reprueba, estamos formando parte de este embrollo satánico. No olvidemos que los hijos de Dios estamos en guerra contra las huestes satánicas y debemos mantenernos sobrios y despiertos para no dejarnos envolver con todo este cúmulo de distracciones que el diablo nos pone en frente, para que desviemos nuestra mirada de Jesucristo.
¿Entonces no debemos visitar las tumbas de nuestros muertos? Claro que podemos hacerlo, pero en cualquier época del año, sin que esto signifique que vamos a llenarlos de rezos y creer que ellos vuelven a visitarnos. "... está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio..." (Hebreos 9: 27 MVI) "Porque los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada ni esperan nada, pues su memoria cae en el olvido. Sus amores, odios y pasiones llegan a su fin, y nunca más vuelven a tener parte en nada de lo que se hace en esta vida." (Eclesiastés 9: 5, 6NVI)

Debemos estar vigilantes, porque el enemigo se ha lanzado furioso a esta tierra y contra los hijos de Dios “¡Ay de la tierra y del mar!, porque el diablo ha descendido a ustedes con gran furor, sabiendo que tiene poco tiempo." (Apocalipsis 12: 12 NBLH). Sin embargo, Dios nos da la clave para la victoria antes de dar la advertencia que hemos leído y la encontramos justamente en el versículo anterior. “Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y por el mensaje del cual dieron testimonio; no valoraron tanto su vida como para evitar la muerte.” (Apocalipsis 12: 11 NVI). La Sangre de Cristo, que es luz, vence a Satanás por siempre y el testimonio que debe salir de nuestra boca, es justamente esta victoria. Podemos decir con fe y certeza:La sangre de Cristo tiene poder. La sangre de Cristo me limpia, perdona justifica, santifica, me da paz con Dios y acceso a Su Presencia; por tanto no tengo temor ni a la misma muerte, porque la Vida de Dios, que es Su Sangre está en mí”

“Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz.”
(2Corintios 11:14) Satanás se disfraza porque él quiere engañar; sin embargo los hijos de Dios nos vestimos de luz para manifestar a Jesucristo. “La noche está muy avanzada, y el día está cerca. Por tanto, desechemos las obras de las tinieblas y vistámonos con las armas de la luz. Andemos decentemente, como de día, no en orgías y borracheras, no en promiscuidad sexual y lujurias, no en pleitos y envidias; antes bien, vestíos del Señor Jesucristo, y no penséis en proveer para las lujurias de la carne.” (Romanos 13: 12-14 LBLA). Los hijos de Dios no nos ocultamos tras un disfraz, pero los incautos lo hacen, sin saber que están imitando al engañador y siguiendo sus mentiras y falsedades.

“Por tanto, no seáis partícipes con ellos; porque antes erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de la luz (porque el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad), examinando qué es lo que agrada al Señor. Y no participéis en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien, desenmascaradlas; porque es vergonzoso aun hablar de las cosas que ellos hacen en secreto. Pero todas las cosas se hacen visibles cuando son expuestas por la luz, pues todo lo que se hace visible es luz. Por esta razón dice: Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo. Por tanto, tened cuidado cómo andáis; no como insensatos, sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Así pues, no seáis necios, sino entended cuál es la voluntad del Señor.” (Efesios 5: 7-17 LBLA. Mantengámonos en guardia y andemos siempre en la luz de Dios, estudiando Su Palabra para no ser confundidos. Busquemos más Su Presencia y dejemos los entretenimientos que nos restan tiempo con Cristo. Aprovechemos bien el tiempo, aun más en este tiempo, porque estamos viendo que los días son muy malos. Que Dios nos dé entendimiento y sabiduría para permanecer en Su luz y verdad.

lunes, 25 de octubre de 2010

RECONCÍLIATE CON TU HERMANO

RECONCÍLIATE CON TU HERMANO
"Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: "No matarás", y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego. Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo." (Mateo 5: 20-26 BPD)
Nuestra justicia tiene que ser mayor que la de los escribas y fariseos, tiene que ser de hechos y en verdad. Nadie está libre de haber dicho alguna palabra o haber actuado en forma tal que ha dañado la vulnerabilidad de un hermano/a y éste/a se siente herido, y la relación entre ambos ya no es la misma; si tú eres consciente de este hecho, aunque estés seguro que no has querido ofender al hermano, pero sin embargo hay una queja contra ti, entonces, apresúrate a corregir el mal entendido, para que no se agrave la ofensa, porque recuerda: el ofendido va a ir ante el juez a exponer su causa y tú vas a estar en entredichos, hay una duda respecto a tu forma de comportarte.

Si te acercas ante el Señor de señores en adoración y levantas tus brazos como para alcanzarlo, pero tienes una deuda pendiente, porque tu hermano tiene una queja contra ti, detente ahí mismo y no digas: - Yo no tengo nada que ver con esto. Yo no le hice daño. Si se ofendió, ya es su problema y no mío-. Recuerda que esa queja legítima o no, está llegando ante el Juez; por tanto: Apresúrate y arregla esta controversia con tu hermano. Deja tu ofrenda en el altar del sacrificio. Deja tu “ego” y soberbia y humíllate ante Dios y corre pronto a encontrar a tu hermano para pedirle perdón por el mal entendido y enmienda la falta, recordando que Jesucristo asumió nuestros pecados como suyos sin haberlos cometido. No trates de justificarte ante el hermano, asume la falta; recuerda que tu ego y soberbia quedaron en el altar consumiéndose. Si tú eres espiritual, la humillación no te hace mella, no te quita nada; más bien, si por tu humillación, salvas a tu hermano y a ti mismo, esto tiene valor eterno.

Dirigiéndose a todos, (esto me incluye a mí y te incluye a ti) declaró: -Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará. (Lucas 9: 23, 24 NVI). Negación y renuncia de nuestro “YO” no es tarea fácil y más aún en esta época donde se habla mucho de “nuestros derechos”. La vida cristiana es una vida de renuncia, pues ya no somos nosotros los que vivimos, porque le hemos entregado nuestra vida a quien nos compró con Su Sangre, Jesucristo, nuestro Señor. Si no lo sabías, seguir a Cristo significa renuncia. ¿Tiene algún hermano/a alguna queja contra ti? Quizá no le gustó tu forma de hablarle o de actuar, ¿qué debes hacer? Arregla pronto, muy pronto esta situación, para que la herida en el hermano ofendido no empiece a supurar y muchos sean salpicados. Las ofensas que hacemos al hermano sin darnos cuenta, son como balas perdidas que llegan a alguien y lo dañan o hasta pueden matarlo. Nadie sabe de dónde vino la bala, sólo tú y el Juez del Universo; y cuando el perjudicado acude a Él (Juez), tú te verás en problemas.

Si después de haber dicho o hecho algo que ofendió al hermano/a, te das cuenta de ello, arréglalo inmediatamente, que no pase más tiempo. Humíllate, renuncia a tu defensa y asume la culpa. Ve y dile a tu hermano/a:-Perdóname por mis palabras o actitud. Arreglemos ahora esta situación, dime cómo puedo enmendar mi falta-. Si actúas así, habrás salvado a tu hermano de su herida y a ti mismo de ir a juicio. Debes actuar conforme al mandato de Dios y no conforme a lo que piensas que son tus derechos; porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará. Ahora tus derechos son de Cristo y sólo en Él debes actuar. Salva tu vida arreglando el malentendido, humíllate y Dios te exaltará en Su momento.

"Ustedes han oído que se dijo: 'OJO POR OJO Y DIENTE POR DIENTE.' "Pero Yo les digo: no resistan al que es malo; antes bien, a cualquiera que te abofetee en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. "Al que quiera ponerte pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa. "Y cualquiera que te obligue a ir un kilómetro, ve con él dos. "Al que te pida, dale; y al que desee pedirte prestado no le vuelvas la espalda. "Ustedes han oído que se dijo: 'AMARAS A TU PROJIMO y odiarás a tu enemigo.' "Pero Yo les digo: amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen, para que ustedes sean hijos de su Padre que está en los cielos; porque El hace salir Su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos." (Mateo 5: 38-45 NBLH). El reino de los cielos es de aquellos que su justicia es mayor que la de los escribas y fariseos, es de aquellos que viven en la voluntad de Dios, que se dejan guiar por el Espíritu Santo viviendo en humildad de corazón, aun perdiendo su “ego” por salvar a otros. Las razones del espíritu no son compatibles con las razones del alma. Tu espíritu, guiado por el Espíritu de Dios, renuncia, da; tu alma exige sus derechos, pide para sí. “Digo, pues: anden por el Espíritu, y no cumplirán el deseo de la carne.” (Gálatas 5: 16 NBHL) "Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu." (Gálatas 5: 24,25 NBHL) Nuestras pasiones y deseos están crucificadas con Cristo, pues si somos de Cristo, nuestra vida ya no nos pertenece, por tanto digamos como Pablo "Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí." (Gálatas 2: 20 NBLH) Cristo renunció a todo por salvarnos a nosotros ¿acaso no podríamos renunciar un poquito a nuestro ego por salvar a otros, entre tanto nos salvamos también nosotros?

domingo, 24 de octubre de 2010

PORQUE TUYO ES EL REINO...

PORQUE TUYO ES EL REINO Y EL PODER Y LA GLORIA

"Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria para siempre jamás. Amén." (Mateo 6: 13 LBLA)

La oración del “Padre Nuestro” que Jesús nos enseñó, concluye declarando que el Reino es del Señor y el poder y la gloria. Observa cómo empezó la oración: “Padre nuestro…” Si el Reino es de Papá, quiere decir que nosotros estamos inmersos en ese Reino, como ciudadanos del mismo. Y si el poder y la gloria también son de Papá, entonces nosotros también participamos de ese poder y de esa gloria, gracias a la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, que nos abrió el camino al Padre. No hay poder más grande que el poder de Jesucristo quien nos ha hecho partícipes de ese poder, pero sólo la gloria es para Él.

“Teníamos una deuda porque no cumplimos las leyes de Dios. La cuenta de cobro tenía todos los cargos contra nosotros, pero Dios nos perdonó la deuda y clavó la cuenta en la cruz. Dios venció a todos los poderes y fuerzas espirituales a través de la cruz, desarmándolos y obligándolos a desfilar derrotados ante el mundo.” (Colosenses 2: 14, 15 PDT) La autoridad que Jesús nos dio es superior al poder del diablo, porque Jesucristo es infinitamente más grande que el diablo con toda su pandilla de demonios. Jesús ya venció, y esto fue sabido en toda la creación, inclusive en el mismo infierno, porque Jesucristo bajó hasta allí para arrebatar las llaves del poder de la muerte y del infierno. “No tengas miedo. Yo soy el Primero y el Último, y el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno. (Apocalipsis 1: 17b, 18)

“Entonces Jesús les dijo: -Vi a Satanás caer del cielo como un relámpago. Tengan la seguridad de que les he dado autoridad de aplastar escorpiones y serpientes, y autoridad sobre todo el poder del enemigo. Nada les hará daño.” (Lucas 10: 18, 19 PDT).

En Apocalipsis 5 vemos cómo en el cielo la adoración es para el Vencedor, Jesucristo, nuestro Señor.
En la mano derecha del que estaba sentado en el trono vi un rollo escrito por ambos lados y sellado con siete sellos. También vi a un ángel poderoso que proclamaba a gran voz: "¿Quién es digno de romper los sellos y de abrir el rollo?" Pero ni en el cielo ni en la tierra, ni debajo de la tierra, hubo nadie capaz de abrirlo ni de examinar su contenido. Y lloraba yo mucho porque no se había encontrado a nadie que fuera digno de abrir el rollo ni de examinar su contenido.
Uno de los ancianos me dijo: "¡Deja de llorar, que ya el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido! Él sí puede abrir el rollo y sus siete sellos." Entonces vi, en medio de los cuatro seres vivientes y del trono y los ancianos, a un Cordero que estaba de pie y parecía haber sido sacrificado. Tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. Se acercó y recibió el rollo de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones del pueblo de Dios. Y entonaban este nuevo cántico: "Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra." Luego miré, y oí la voz de muchos ángeles que estaban alrededor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos. El número de ellos era millares de millares y millones de millones. Cantaban con todas sus fuerzas: "¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!" Y oí a cuanta criatura hay en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, a todos en la creación, que cantaban: "¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos!" Los cuatro seres vivientes exclamaron: "¡Amén!", y los ancianos se postraron y adoraron. (Apocalipsis 5 NVI)

La adoración y la alabanza en el cielo es dada sólo a Jesucristo por los siglos de los siglos. Jesús nos enseñó en el Padre Nuestro cómo debemos glorificar al Único Dios, Él es Dios, nuestro único Dios.

Jesucristo es el único merecedor de toda gloria. Juan vio en visión cómo Jesucristo, el Cordero de Dios recibía toda la gloria por siempre.
“Cada uno de ellos tenía seis alas y estaba cubierto de ojos, por encima y por debajo de las alas. Y día y noche repetían sin cesar: «Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era y que es y que ha de venir.» Cada vez que estos seres vivientes daban gloria, honra y acción de gracias al que estaba sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postraban ante él y adoraban al que vive por los siglos de los siglos. Y rendían sus coronas delante del trono exclamando: «Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas; por tu voluntad existen y fueron creadas.»
(Apocalipsis 4: 8-11)

Cada hijo de Dios debe acercarse a Él con alabanzas en sus labios, bendiciendo y adorando al Único que venció, a Jesucristo nuestro Señor; declarando que el reino le pertenece a Jesucristo, también el poder y la gloria por siempre. Entender esto es reconocer quién es Dios y quiénes somos nosotros frente a Él. ¿Por qué es que Dios ha hecho de nuestro cuerpo su Templo? Para que de allí brote la alabanza y adoración hacia Él. Así como en el Tabernáculo de David, la adoración hacia Dios retumbaba las 24 horas, de la misma manera, de nuestro tabernáculo debe retumbar la adoración hacia Dios las 24 horas, aun nuestros sueños, mientras dormimos, deben estar repletos de adoración.

¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, él mismo será destruido por Dios; porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo. (1ª Corintios 3: 16- 17 NVI)
¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios. (1ª Corintios 6: 19, 20 NVI)

“Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por todos los siglos, amén” Reconocer que el Reino pertenece a Jesucristo, es reconocer Su señorío sobre nosotros y Su poder para establecer Su reino sobre todo por siempre y para siempre; por tanto sólo Él es digno de alabanza, gloria y honra por la eternidad. Amén.

viernes, 15 de octubre de 2010

Y NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN


Y NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN
"Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal” (Mateo 6: 13 LBLA)
“Y no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno” (Mateo 6: 13 NVI)

Cuando le pedimos a Dios que nos libre del maligno y que no permita que cedamos a la tentación, le estamos diciendo que como Él conoce nuestras debilidades, que coloque un cerco de protección alrededor de nuestra vida, para que el maligno no nos haga ceder a la tentación, porque el diablo también sabe cuáles son nuestras debilidades. Él va a buscar las áreas vulnerables de nuestro ser para hacernos caer; sin embargo, aun en aquellas áreas que pensamos que estamos fuertes, debemos pedir la protección de Dios, porque el diablo y sus secuaces nos están observando día y noche sin descanso para ver por dónde pueden ingresar; y si es que tenemos algo de donde ellos puedan agarrarse, entonces lo van a usar para destruirnos. “Por tanto, el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga. No les ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres. Fiel es Dios, que no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que pueden soportar, sino que con la tentación proveerá también la vía de escape, a fin de que puedan resistirla”. (1ª Corintios 10: 12, 13 NBLH)

Mantengámonos siempre en guardia porque el diablo está al acecho, buscando el momento propicio para atacarnos. “Practicad el dominio propio y manteneos alerta. Vuestro enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidlo, manteniéndoos firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos.” (1ª Pedro 5: 8, 9 BAD). Para hacerle frente al diablo, debemos estar firmes en la fe de Dios, no dudando en absoluto respecto a Su Palabra, debemos desechar todo temor y agarrarnos del Perfecto Amor, que es Cristo Jesús en nosotros a través de Su Santo Espíritu.

Pidamos a Dios que Su Espíritu nos examine, nos haga la “endoscopia espiritual", para ver cómo está nuestro corazón, para que sometiéndonos constantemente a este examen, podamos un día decir como Jesucristo: “El diablo no tiene ningún dominio sobre mi vida”. “Ya no hablaré más con vosotros, porque viene el príncipe de este mundo. Él no tiene ningún dominio sobre mí.” (San Juan 14: 30 BAD)

La tentación es diferente a la prueba, sabemos que Dios no tienta a nadie a hacer lo malo. “Pero si alguien se siente tentado a hacer algo malo, no diga que es Dios quien le tienta, porque Dios no tienta a nadie, ni por nadie puede ser tentado.” (Santiago 1: 13 CST-IBS)

La prueba (sufrimiento) tiene como fin formar el carácter de Cristo en nosotros. No es que a Dios le complazca vernos sufrir, sino que es como un escultor que talla una piedra hasta darle la forma perfecta. “Hermanos en Cristo, ustedes deben sentirse muy felices cuando pasen por toda clase de dificultades. Así, cuando su confianza en Dios sea puesta a prueba, ustedes aprenderán a soportar con más fuerza las dificultades. Por lo tanto deben resistir la prueba hasta el final, para que sean mejores y capaces de obedecer lo que se les ordene.” (Santiago 1: 2-4 BLS)

Dios quiere que Su templo, el cual somos nosotros, sea digno de albergar la plenitud de la Deidad y para esto, debe estar totalmente cubierto por el mismo Espíritu de Dios, donde no se vea nada de nosotros. Lo que queda de nosotros son como aristas punzantes y Dios tiene que golpear y golpear hasta hacerlas desaparecer, para que podamos, como piedras vivas, encajar una al lado de la otra sin lastimarnos y así unidos formemos el Cuerpo de Cristo. “De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo.” (Efesios 4:13)

El carácter de Cristo es lo que Dios quiere en Su Cuerpo (Iglesia), “para que todos sean uno. “Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí.” (Juan 17: 21-23). La unidad, no la uniformidad, es lo que demuestra el carácter de Cristo, pero para llegar a eso necesitamos aprender a vivir unidos a pesar de las diferencias. No podemos pedir que el ojo actúe como la boca. Cada cual cumpla su función para agradar al Señor y desista de mirar lo que otros hacen o dejan de hacer, porque cada uno va a dar razón de sí mismo y no de otro.

“Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer; y consumada su perfección, llegó a ser autor de salvación eterna para todos los que le obedecen.” (Hebreos 5: 8, 9) No es fácil obedecer, nuestra naturaleza tiende a rebelarse; se requiere tomar la firme decisión de obedecer y pedirle a Dios que nos ayude, para que sea Cristo actuando en nosotros. Ese conflicto dentro de nosotros nos causa sufrimiento, porque por un momento queremos complacernos antes que complacer a aquel que nos llamó por soldado y esa renuncia a nuestro placer nos causa sufrimiento, pero es necesario para que Cristo crezca en nosotros y podamos decir como el apóstol Pablo: “Con Cristo estoy crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y esta vida verdadera que ahora vivo es el resultado de mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a muerte por mí.” (Gálatas 2: 20 CAS)

domingo, 10 de octubre de 2010

PERDONA NUESTROS PECADOS

PERDONA NUESTROS PECADOS

“… y perdona nuestros pecados, porque nosotros también perdonamos a todos los que nos han hecho mal.” (Lucas 11: 4 PDT)

Es importante, que al orar, solicitando el perdón de Dios, Le pidamos primero que el Espíritu Santo escudriñe nuestro corazón para ver qué cosas ocultamos en lo más profundo de nuestro ser, quizá todavía haya un antiguo resentimiento contra alguien, o algún otro pecado que debemos confesar, luego nos ponemos de acuerdo con Dios, nos arrepentimos y confesamos nuestro pecado, entonces Dios nos va a perdonar. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1ª Juan 1: 9 RV 60)

Sólo vamos a poder solicitar al Padre que nos perdone si nosotros también perdonamos, de lo contrario, con qué cara podríamos estar pidiéndole algo que nosotros no somos capaces de hacerlo. Cuando perdonamos las ofensas tenemos autoridad para frenar el daño y solicitar la protección divina. Perdonar no significa permitir que abusen de nosotros, tampoco nos da vía libre para juzgar al ofensor. Perdonar es no dejar que los gérmenes de la ofensa incuben en nuestro corazón. Con el perdón cuidamos nuestro pellejo, más que el ajeno. Perdonar también es un acto de amor, no sólo hacia el ofensor, sino también hacia nosotros mismos.

Cuando Jesús pendía de la cruz sin vida, un soldado romano quiso verificar si ya estaba muerto y le clavó su lanza en el corazón, en ese instante brotó agua y sangre de Su corazón abierto. La vida de Dios se manifestaba con Su muerte. La semilla que el Padre plantó yacía sin vida, para recibir una cosecha abundante de vidas salvadas por Su perdón liberado en la cruz. “Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." (Lucas 23: 34ª). Cuando Jesús desató el perdón, todas las cadenas de opresión fueron rotas, para que todo aquel que acuda a Él obtenga perdón gratuito.

Cuando Jesús exclamó: “Padre, perdónalos…”, el infierno tembló, porque se rompía el poder del opresor que por miles de años mantuvo cautiva a la humanidad. La liberación de perdón de Jesús abrió las puertas del cielo a todo pecador que arrepentido se acogiera a la Gracia perdonadora de Dios, porque “por gracia somos salvos, por medio de la fe y esto no procede de nosotros, sino que es un regalo de Dios a toda la humanidad y no es por obra para que nadie tenga de qué gloriarse” (Efesios 2:8,9).

El Reino de los cielos es un Reino de perdón. El perdón da reposo a nuestro corazón y nos permite llegar a Dios en adoración y gozar de la intimidad con Él. Hay un tremendo poder en el perdón, es un milagro de vida, porque todo se vuelve estéril por la falta de perdón, en cambio cuando se libera a las personas perdonándolas, la vida de Dios fluye como un manantial que refresca no sólo nuestro corazón reseco y resquebrajado, sino el corazón y la vida de quienes nos han ofendido; porque no podemos pretender vivir sin perdonar, ya que no puede haber vida sin perdón.

“Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.” (1ª Juan 3: 15). Cuando estamos aborreciendo o detestando a alguien, lo estamos matando; y si permanecemos en esa actitud ¿Cuál va a ser nuestro fin? La muerte. ¿Qué clase de muerte? “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial” (Mateo 6: 14) ¿Habrá algo que nos garantice la vida eterna sin el perdón de Dios? Recuerda que el homicida no tiene vida eterna permanente en él. ¿Quién otorga la vida eterna? Aquél que perdonó todos nuestros pecados. No podemos decir que amamos a Dios si aborrecemos al hermano, porque entonces estamos mintiendo. “Si alguien afirma: "Yo amo a Dios", pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto.” (1ª Juan 4:20). Si no amamos a Dios, no vamos a poder estar eternamente con Él.

La vida de Dios está en Su Hijo y el que tiene al Hijo no puede ser portador de muerte. Así que amados, permitamos que el Espíritu Santo revise nuestro corazón y perdonemos a quienes nos han ofendido, y en lugar de guardar ofensas, almacenemos perdón para el momento en que necesitemos liberarlo. El perdón y el amor se unen para dar vida. “Porque Cristo, cuando aún estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, nos dio vida juntamente con Él, perdonándonos todos los pecados y anuló el documento que el diablo tenía en nuestra contra, se lo quitó y lo clavó en la cruz triunfando sobre todo principado y potestad, exhibiéndolos públicamente, para que nunca más tuviesen potestad sobre nosotros que hemos buscado la vida en Cristo y hemos recurrido a Su gratuito perdón.” (Colosenses2: 13-15).


Perdonar es un acto de fe que nos permite ver al ofensor transformado aun cuando siga ofendiéndonos. Entonces no perdonamos porque sentimos hacerlo o porque nuestra razón nos da razones para ello, sino porque le hemos creído a Jesús y estamos dispuestos a obedecerle para nuestro bien. Si somos inteligentes vamos a perdonar, porque nadie va a querer dañar su cuerpo, alma y espíritu almacenado resentimiento. Entonces de nuestro espíritu hacemos brotar fe para el perdón.

Cuando seamos capaces de amarnos como para no permitir que algo nos dañe, vamos a poder amar al prójimo como nos amamos a nosotros mismos, y estaremos tan resueltos a perdonar, que aun antes que llegue la ofensa, ya hemos vertido el bálsamo del perdón sobre el ofensor y lo hemos derramado también sobre nuestro corazón; entonces nuestra alma no se llenará de heridas y vamos a estar sanos, satisfechos, felices, en paz, rebosando de gozo y amando aun cuando no seamos amados. El perdón es uno de los dones más maravillosos de Dios y que está al alcance de toda persona que quiera recibirlo. Decide creerle al Espíritu Santo de Dios y recibe este don. Perdona y serás inmensamente feliz.

Dios no puede ir en contra de nuestra voluntad, pero, desde que hemos elegido la vida, el perdón de Dios debe fluir a través de nosotros. Hay vida en ti y el diablo no puede robar lo que tú no le permitas. Agárrate de la vida de Dios y “ocúpate de tu salvación con temor y temblor, porque Dios es el que produce en ti, así el querer como el hacer, por su buena voluntad” y lo que “Él ha empezado en ti lo completará hasta el día de Jesucristo.” (Filipenses 2: 12,13; 1:6).