“… y perdona nuestros pecados, porque nosotros también perdonamos a todos los que nos han hecho mal.” (Lucas 11: 4 PDT)
Es importante, que al orar, solicitando el perdón de Dios, Le pidamos primero que el Espíritu Santo escudriñe nuestro corazón para ver qué cosas ocultamos en lo más profundo de nuestro ser, quizá todavía haya un antiguo resentimiento contra alguien, o algún otro pecado que debemos confesar, luego nos ponemos de acuerdo con Dios, nos arrepentimos y confesamos nuestro pecado, entonces Dios nos va a perdonar. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1ª Juan 1: 9 RV 60)
Sólo vamos a poder solicitar al Padre que nos perdone si nosotros también perdonamos, de lo contrario, con qué cara podríamos estar pidiéndole algo que nosotros no somos capaces de hacerlo. Cuando perdonamos las ofensas tenemos autoridad para frenar el daño y solicitar la protección divina. Perdonar no significa permitir que abusen de nosotros, tampoco nos da vía libre para juzgar al ofensor. Perdonar es no dejar que los gérmenes de la ofensa incuben en nuestro corazón. Con el perdón cuidamos nuestro pellejo, más que el ajeno. Perdonar también es un acto de amor, no sólo hacia el ofensor, sino también hacia nosotros mismos.
Cuando Jesús pendía de la cruz sin vida, un soldado romano quiso verificar si ya estaba muerto y le clavó su lanza en el corazón, en ese instante brotó agua y sangre de Su corazón abierto. La vida de Dios se manifestaba con Su muerte. La semilla que el Padre plantó yacía sin vida, para recibir una cosecha abundante de vidas salvadas por Su perdón liberado en la cruz. “Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." (Lucas 23: 34ª). Cuando Jesús desató el perdón, todas las cadenas de opresión fueron rotas, para que todo aquel que acuda a Él obtenga perdón gratuito.
Cuando Jesús exclamó: “Padre, perdónalos…”, el infierno tembló, porque se rompía el poder del opresor que por miles de años mantuvo cautiva a la humanidad. La liberación de perdón de Jesús abrió las puertas del cielo a todo pecador que arrepentido se acogiera a la Gracia perdonadora de Dios, porque “por gracia somos salvos, por medio de la fe y esto no procede de nosotros, sino que es un regalo de Dios a toda la humanidad y no es por obra para que nadie tenga de qué gloriarse” (Efesios 2:8,9).
Es importante, que al orar, solicitando el perdón de Dios, Le pidamos primero que el Espíritu Santo escudriñe nuestro corazón para ver qué cosas ocultamos en lo más profundo de nuestro ser, quizá todavía haya un antiguo resentimiento contra alguien, o algún otro pecado que debemos confesar, luego nos ponemos de acuerdo con Dios, nos arrepentimos y confesamos nuestro pecado, entonces Dios nos va a perdonar. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1ª Juan 1: 9 RV 60)
Sólo vamos a poder solicitar al Padre que nos perdone si nosotros también perdonamos, de lo contrario, con qué cara podríamos estar pidiéndole algo que nosotros no somos capaces de hacerlo. Cuando perdonamos las ofensas tenemos autoridad para frenar el daño y solicitar la protección divina. Perdonar no significa permitir que abusen de nosotros, tampoco nos da vía libre para juzgar al ofensor. Perdonar es no dejar que los gérmenes de la ofensa incuben en nuestro corazón. Con el perdón cuidamos nuestro pellejo, más que el ajeno. Perdonar también es un acto de amor, no sólo hacia el ofensor, sino también hacia nosotros mismos.
Cuando Jesús pendía de la cruz sin vida, un soldado romano quiso verificar si ya estaba muerto y le clavó su lanza en el corazón, en ese instante brotó agua y sangre de Su corazón abierto. La vida de Dios se manifestaba con Su muerte. La semilla que el Padre plantó yacía sin vida, para recibir una cosecha abundante de vidas salvadas por Su perdón liberado en la cruz. “Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." (Lucas 23: 34ª). Cuando Jesús desató el perdón, todas las cadenas de opresión fueron rotas, para que todo aquel que acuda a Él obtenga perdón gratuito.
Cuando Jesús exclamó: “Padre, perdónalos…”, el infierno tembló, porque se rompía el poder del opresor que por miles de años mantuvo cautiva a la humanidad. La liberación de perdón de Jesús abrió las puertas del cielo a todo pecador que arrepentido se acogiera a la Gracia perdonadora de Dios, porque “por gracia somos salvos, por medio de la fe y esto no procede de nosotros, sino que es un regalo de Dios a toda la humanidad y no es por obra para que nadie tenga de qué gloriarse” (Efesios 2:8,9).
El Reino de los cielos es un Reino de perdón. El perdón da reposo a nuestro corazón y nos permite llegar a Dios en adoración y gozar de la intimidad con Él. Hay un tremendo poder en el perdón, es un milagro de vida, porque todo se vuelve estéril por la falta de perdón, en cambio cuando se libera a las personas perdonándolas, la vida de Dios fluye como un manantial que refresca no sólo nuestro corazón reseco y resquebrajado, sino el corazón y la vida de quienes nos han ofendido; porque no podemos pretender vivir sin perdonar, ya que no puede haber vida sin perdón.
“Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.” (1ª Juan 3: 15). Cuando estamos aborreciendo o detestando a alguien, lo estamos matando; y si permanecemos en esa actitud ¿Cuál va a ser nuestro fin? La muerte. ¿Qué clase de muerte? “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial” (Mateo 6: 14) ¿Habrá algo que nos garantice la vida eterna sin el perdón de Dios? Recuerda que el homicida no tiene vida eterna permanente en él. ¿Quién otorga la vida eterna? Aquél que perdonó todos nuestros pecados. No podemos decir que amamos a Dios si aborrecemos al hermano, porque entonces estamos mintiendo. “Si alguien afirma: "Yo amo a Dios", pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto.” (1ª Juan 4:20). Si no amamos a Dios, no vamos a poder estar eternamente con Él.
La vida de Dios está en Su Hijo y el que tiene al Hijo no puede ser portador de muerte. Así que amados, permitamos que el Espíritu Santo revise nuestro corazón y perdonemos a quienes nos han ofendido, y en lugar de guardar ofensas, almacenemos perdón para el momento en que necesitemos liberarlo. El perdón y el amor se unen para dar vida. “Porque Cristo, cuando aún estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, nos dio vida juntamente con Él, perdonándonos todos los pecados y anuló el documento que el diablo tenía en nuestra contra, se lo quitó y lo clavó en la cruz triunfando sobre todo principado y potestad, exhibiéndolos públicamente, para que nunca más tuviesen potestad sobre nosotros que hemos buscado la vida en Cristo y hemos recurrido a Su gratuito perdón.” (Colosenses2: 13-15).
“Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.” (1ª Juan 3: 15). Cuando estamos aborreciendo o detestando a alguien, lo estamos matando; y si permanecemos en esa actitud ¿Cuál va a ser nuestro fin? La muerte. ¿Qué clase de muerte? “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial” (Mateo 6: 14) ¿Habrá algo que nos garantice la vida eterna sin el perdón de Dios? Recuerda que el homicida no tiene vida eterna permanente en él. ¿Quién otorga la vida eterna? Aquél que perdonó todos nuestros pecados. No podemos decir que amamos a Dios si aborrecemos al hermano, porque entonces estamos mintiendo. “Si alguien afirma: "Yo amo a Dios", pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto.” (1ª Juan 4:20). Si no amamos a Dios, no vamos a poder estar eternamente con Él.
La vida de Dios está en Su Hijo y el que tiene al Hijo no puede ser portador de muerte. Así que amados, permitamos que el Espíritu Santo revise nuestro corazón y perdonemos a quienes nos han ofendido, y en lugar de guardar ofensas, almacenemos perdón para el momento en que necesitemos liberarlo. El perdón y el amor se unen para dar vida. “Porque Cristo, cuando aún estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, nos dio vida juntamente con Él, perdonándonos todos los pecados y anuló el documento que el diablo tenía en nuestra contra, se lo quitó y lo clavó en la cruz triunfando sobre todo principado y potestad, exhibiéndolos públicamente, para que nunca más tuviesen potestad sobre nosotros que hemos buscado la vida en Cristo y hemos recurrido a Su gratuito perdón.” (Colosenses2: 13-15).
Perdonar es un acto de fe que nos permite ver al ofensor transformado aun cuando siga ofendiéndonos. Entonces no perdonamos porque sentimos hacerlo o porque nuestra razón nos da razones para ello, sino porque le hemos creído a Jesús y estamos dispuestos a obedecerle para nuestro bien. Si somos inteligentes vamos a perdonar, porque nadie va a querer dañar su cuerpo, alma y espíritu almacenado resentimiento. Entonces de nuestro espíritu hacemos brotar fe para el perdón.
Cuando seamos capaces de amarnos como para no permitir que algo nos dañe, vamos a poder amar al prójimo como nos amamos a nosotros mismos, y estaremos tan resueltos a perdonar, que aun antes que llegue la ofensa, ya hemos vertido el bálsamo del perdón sobre el ofensor y lo hemos derramado también sobre nuestro corazón; entonces nuestra alma no se llenará de heridas y vamos a estar sanos, satisfechos, felices, en paz, rebosando de gozo y amando aun cuando no seamos amados. El perdón es uno de los dones más maravillosos de Dios y que está al alcance de toda persona que quiera recibirlo. Decide creerle al Espíritu Santo de Dios y recibe este don. Perdona y serás inmensamente feliz.
Dios no puede ir en contra de nuestra voluntad, pero, desde que hemos elegido la vida, el perdón de Dios debe fluir a través de nosotros. Hay vida en ti y el diablo no puede robar lo que tú no le permitas. Agárrate de la vida de Dios y “ocúpate de tu salvación con temor y temblor, porque Dios es el que produce en ti, así el querer como el hacer, por su buena voluntad” y lo que “Él ha empezado en ti lo completará hasta el día de Jesucristo.” (Filipenses 2: 12,13; 1:6).
Cuando seamos capaces de amarnos como para no permitir que algo nos dañe, vamos a poder amar al prójimo como nos amamos a nosotros mismos, y estaremos tan resueltos a perdonar, que aun antes que llegue la ofensa, ya hemos vertido el bálsamo del perdón sobre el ofensor y lo hemos derramado también sobre nuestro corazón; entonces nuestra alma no se llenará de heridas y vamos a estar sanos, satisfechos, felices, en paz, rebosando de gozo y amando aun cuando no seamos amados. El perdón es uno de los dones más maravillosos de Dios y que está al alcance de toda persona que quiera recibirlo. Decide creerle al Espíritu Santo de Dios y recibe este don. Perdona y serás inmensamente feliz.
Dios no puede ir en contra de nuestra voluntad, pero, desde que hemos elegido la vida, el perdón de Dios debe fluir a través de nosotros. Hay vida en ti y el diablo no puede robar lo que tú no le permitas. Agárrate de la vida de Dios y “ocúpate de tu salvación con temor y temblor, porque Dios es el que produce en ti, así el querer como el hacer, por su buena voluntad” y lo que “Él ha empezado en ti lo completará hasta el día de Jesucristo.” (Filipenses 2: 12,13; 1:6).
No hay comentarios:
Publicar un comentario