domingo, 13 de junio de 2010

PALABRAS, PALABRAS, PALABRAS



PALABRAS, PALABRAS, PALABRAS
“Además, les digo esto: en el Día del Juicio, la gente tendrá que dar cuenta de todas las palabras descuidadas que hayan hablado; porque por tus propias palabras, serás declarado inocente, y por tus propias palabras serás condenado.”
(Mateo 12: 36,37 TKIM-DE) Las palabras ociosas, o descuidadas o vanas son aquellas que salen de nuestra boca y que no producen algo bueno, tanto en quienes las dicen como en quienes las oyen. Son descuidadas porque no se ha pensado bien antes de hablarlas, sino que en un acceso de ira, o por la costumbre de hablar por hablar hemos dicho algo improductivo y hasta venenoso, aunque no lo hayamos hecho con el fin de dañar, pero ya lo dijimos; y tenemos que tomar conciencia de todo lo que hablemos para revocar nuestros dichos ociosos con arrepentimiento de corazón y pidiendo perdón a Dios, luego las declaramos sin efecto y colocamos en su lugar muchas palabras productivas o de bendición para la, o las personas que fueron lanzadas. Por ejemplo: “esta persona no va a cambiar”; “es como su padre o madre”; o las palabras clásicas que muchas personas se dicen: “me quiero morir”, “qué tonta soy”, “me estoy volviendo loca con tantos problemas”, etc. “La muerte y la vida están en poder de la lengua; cual sea el uso que de ella hagas, tal será el fruto.” (Proverbios 18: 21 NC) Nuestras palabras pueden ser para vida o para muerte, es por eso la amonestación de nuestro Señor Jesucristo al advertirnos que vamos a dar cuenta de toda palabra descuidada que decimos. Amonestación que debemos tomar muy en serio, porque son nuestras palabras las que nos van a condenar o absolver.

"El Espíritu da vida; la carne no vale para nada. Las palabras que les he hablado son espíritu y son vida." (Juan 6: 63 NVI) Jesús estaba haciendo una revelación de quién era Él, el Pan Vivo que descendió del cielo para que cualquiera que coma de Él, que coma Su carne, tenga vida eterna; pero la gran mayoría no entendió el mensaje y muchos otros se ofendieron, porque estaban tratando de entender con su mero razonamiento, con su carne, por eso les dijo que la carne para nada aprovecha porque Sus Palabras son espíritu y son vida, para quienes la reciben en el espíritu. Jesús hablaba palabras de vida y para vida, así también cada hijo e hija de Dios debe imitar a Jesucristo en su forma de hablar. Si cada día nos alimentamos de Cristo y meditamos en Él, que es la Palabra Viviente, la Palabra Encarnada, entonces, de nuestros labios brotará Cristo, es decir Palabra Viva, Verbo de Vida, porque lo llevamos dentro, puesto que… “De la abundancia del corazón habla la boca.” (Mateo 12: 34b) Si hay abundancia de Cristo en nuestro corazón, por supuesto que es Cristo quien saldrá por nuestra boca.

Las Escrituras dicen: "Quien quiera amar la vida y disfrutar días buenos, cuide su lengua del mal, y su boca de las mentiras. Deje de hacer el mal y empiece a hacer el bien. Busque y trate de alcanzar la paz. El Señor ve a los que hacen el bien, y escucha sus oraciones; pero está en contra de los que hacen el mal". (1ª Pedro 3: 10-12 PDT) Una forma de vivir bien, es refrenando nuestra lengua y cuidarnos de hablar mentiras, estas últimas pueden ser falsas suposiciones sobre alguien o algún juicio que emitimos apoyándonos en nuestras imaginaciones. Si cuidamos nuestra forma de hablar, Dios va a escuchar nuestras oraciones. Es muy fácil entre esposos dañarse con la lengua y el apóstol Pedro exhorta a los maridos que respeten a sus esposas. Una falta de respeto es burlarse de ella, hacer mofa de la esposa delante de otras personas, hiriendo sus sentimientos y lisiando la relación matrimonial, lo cual impide que Dios escuche las oraciones del esposo. “De la misma manera, los esposos deben saber vivir con su esposa y respetarla como es debido. Ella es más débil que ustedes, pero al igual que a ustedes, Dios le ha dado la vida como un regalo. Respétenla para que nada impida que Dios escuche sus oraciones.” (1ª Pedro 3: 7 PDT) Si el esposo se muestra respetuoso con la esposa, ésta aprenderá también a respetarlo y honrarlo. Él, como cabeza del hogar, debe dar el ejemplo.

"No serás calumniador ni chismoso en el pueblo. No conspires contra la vida de tu prójimo. Yo el Señor." (Levítico 19: 16 TA) Quiero que te detengas a ver quién firma esta sentencia o frase, “Yo el Señor”. Andar difamando o hablando mal del prójimo es un grave atentado contra su vida, porque se destruye su dignidad, identidad y propósito. Dios no nos autoriza a emitir juicio contra nuestro prójimo a quien debemos amar como si fuéramos nosotros mismos. Si nos llenamos de Palabra de Dios, no habrá cabida para nada más; por eso Dios le dijo a Josué que sólo pensara y repensara en todo momento en la Palabra dicha por Él, para que su fe no decayera y hablara algo indebido. Vemos que al final de sus días cuando dio su último discurso al pueblo, él valientemente dijo: “Pero si a ustedes les parece mal servir al Señor, elijan ustedes mismos a quiénes van a servir: a los dioses que sirvieron sus antepasados al otro lado del río Éufrates, o a los dioses de los amorreos, en cuya tierra ustedes ahora habitan. Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor. (Josué 24: 15 NVI). Josué se mantuvo firme a la palabra de Dios y esto lo sostuvo. Jamás se prestó a un chisme, porque obedeció a Dios en todo. Sus palabras eran las aprendidas del libro de la Ley, palabras de Dios.

"Cada quien conseguirá lo bueno conforme a lo que habla, y cada uno recibe de acuerdo a lo que hace." (Proverbios 12: 14 PDT) Aquí dice que vamos a recibir lo que es bueno por lo que hablemos y el salario por lo que hacemos. Si queremos recibir el bien, entonces hablemos bien, hablemos bendición para las personas, nunca les deseemos el mal; llenémonos de todo lo bueno que procede de Dios para que esto salga como fuente de bendición hacia las personas. “No critiquéis ni condenéis a nadie, y así tampoco a vosotros os criticarán ni os condenarán. Perdonad, y seréis perdonados. Dad, y se os dará con medida generosa, apretada, remecida y rebosante. Y no olvidéis esto: con la misma medida con que midáis, se os medirá también a vosotros.” (Lucas 6: 37, 38 CST –IBS). Si queremos que hablen bien de nosotras/os, empecemos a hablar bien de otros, que de nuestros labios sólo salga bendición, porque todo lo que decimos o hacemos, nos rebota. La medida con que se nos va a medir es la misma con la que medimos a otros. Guardemos nuestros labios y hablemos con sabiduría, pensando muy bien lo que vamos a decir y no seamos simples o necios hablando con ligereza. Dios ha puesto Su Palabra en ti para que brote de tus labios Palabra Viva, revelación de Dios, para que salga Cristo a través de ti.

domingo, 6 de junio de 2010

CREER O CREER ES LA CUESTIÓN


CREER O CREER ES LA CUESTIÓN
Cuando entendemos la verdad sobre quiénes somos en Cristo, ya no podemos entrar en cuestionamiento, lo único que podemos hacer es creer o creer lo que dice la Biblia que somos y poseemos en Cristo. La Palabra de Dios es para creerla en su totalidad, porque no es como ir a un supermercado y elegir lo que nos gusta o conviene. “¿Qué concluiremos? ¿Que vamos a persistir en el pecado, para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?” (Romanos 6: 1,2) El apóstol Pablo está hablando de la gracia “que nos trae justificación y vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor” (Romanos 5; 21b) y en el capítulo 6 del mismo nos dice que ya hemos muerto al pecado y si esto es así, ¿Por qué persistimos en pecar? Sencillamente porque estamos tratando de entender lo que es una verdad que hay que creer o creer, no queda otra opción; porque la gracia de Dios no es opcional como tomar un vaso de limonada o dejar de hacerlo. La gracia de Dios es la que nos sostiene, así como el aire que respiramos nos da vida y si dejamos de hacerlo, nos morimos. La gracia de Dios ya nos ha dado la capacidad para morir a los deseos pecaminosos y tenemos que agarrarnos de esa gracia. “Ya hemos muerto” (observa el tiempo pasado o pretérito perfecto), entonces, si estamos muertos al pecado, éste ya no puede seguir tomando control de nuestras vida, porque ya Cristo trató con el pecado en la cruz del Calvario. Al aceptar en tu vida el sacrificio de Jesucristo y decidirte por Él uniéndote voluntariamente a Cristo por medio del bautismo, estás participando en Su muerte para luego resucitar en victoria.

“Sabemos que lo que antes éramos fue crucificado con él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de modo que ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado; porque el que muere queda liberado del pecado.” (Romanos 6: 6, 7) “Sabemos” quiere decir que ya no ignoramos nuestra condición que ya fue crucificado juntamente con Jesucristo lo que éramos antes, mientras vivíamos en el pecado. Si sabemos esto, porque creemos que así es, entonces lo pecaminoso en nosotras/os pierde poder, pero si no sabemos esto porque no hemos creído, entonces volvemos a darle poder a lo pecaminoso, no porque el diablo nos impulse a pecar, sino porque no creemos que ya estamos muertos con Cristo; sin embargo, si creemos esta realidad que ya estamos muertos con Cristo, entonces el pecado ya no nos gobernará. La verdad es que “lo que antes éramos YA FUE CRUCIFICADO”, ya está muerto, extinto, fallecido o ya no existe, aunque veas su cadáver. La propensión a pecar está todavía en ti, pero como lo que tú antes eras ya ha sido crucificado con Cristo, entonces ya no tienes porqué temer a esos impulsos para pecar, pues estás seguro, porque has creído, que tu vieja naturaleza o viejo hombre ya está crucificado. Ahora sólo tienes que mirar a Jesucristo y no detenerte a pelear con tus impulsos o deseos pecaminosos, pues sabes, porque sabes, que estás muerto a esos deseos. Nada puede ser más fuerte que tu decisión de vivir muerto a tus pasiones.

“De la misma manera, también ustedes considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús. Por lo tanto, no permitan ustedes que el pecado reine en su cuerpo mortal, ni obedezcan a sus malos deseos.” (Romanos 6: 11,12) “Considérense” o créanse que ya están muertos al pecado. Pablo no está diciendo: Sientan que están muertos, sino más bien dice, mírense como que están muertos de verdad, lo sientan o no, porque los sentimientos nada tienen que ver con esta realidad. Estás muerto al pecado, pero vives ahora para Dios en Cristo. La única realidad, lo creas o no, es que estás muerto al pecado; por lo tanto sólo te queda creer también que ahora estás vivo para Dios en Cristo Jesús, ya no en tu vieja naturaleza, sino “en Cristo” y en Él no se enseñorea el pecado, por lo tanto, ya no te prestes a pensamientos o acciones pecaminosas, porque ya no pertenecen a tu nueva naturaleza, de tal forma que si pecas, estás yendo contra tu naturaleza, estás forzando a torcer aquello que ha sido ya enderezado y aún más, ha sido totalmente cambiado. Todos los días, cada segundo del día debes creer y seguir creyendo esta realidad que estás muerto al pecado, así que ya no permitas que el pecado tome control en tu vida como quien no ha muerto al mismo.

"No ofrezcan los miembros de su cuerpo al pecado como instrumentos de injusticia; al contrario, ofrézcanse más bien a Dios como quienes han vuelto de la muerte a la vida, presentando los miembros de su cuerpo como instrumentos de justicia. Así el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, porque ya no están bajo la ley sino bajo la gracia." (Romanos 6: 13, 14) Ahora, ¿qué debemos hacer? Presentar los miembros de nuestro cuerpo, (incluyendo también pensamientos, imaginaciones, emociones, sentimientos, etc.) a Dios como instrumentos de justicia. Es nuestra decisión. Si nos decidimos en ser instrumentos de justicia para Dios, el pecado no será más nuestro amo o patrón y estaremos bajo la gracia de Dios que nos da la vida para que la vivamos en santidad y rectitud. No trates de lidiar con el pecado, tan sólo vive la vida de Cristo en ti y verás que los deseos pecaminosos van perdiendo su poder, porque ahora es Cristo quien reina en tu vida.

martes, 1 de junio de 2010

LA REGENERACIÓN EN CRISTO

DE LA TRNASGRESIÓN EN ADÁN HASTA LA REGENERACIÓN EN CRISTO
Cuando el pecado entró en el Huerto del Edén debido a la desobediencia de Adán, éste se escondió porque estaba desnudo a raíz de su transgresión y por causa de su pecado fue expulsado del Edén. Pasaron casi 4000 años y otro hombre, Jesús, en el Huerto de Getsemaní empezaba a sentir el peso de nuestros pecados sobre Su Cuerpo y clamaba “Abba, Padre, todo es posible para ti. No me hagas beber este trago amargo, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.” (Marcos 14: 36 NVI) Después fue sacado fuera de la ciudad por nuestros pecados para ser crucificado en el Gólgota; fue exhibido desnudo a causa de nuestro pecado, aunque Él no cometió ni un solo pecado. Adán no tuvo el valor de enfrentar su pecado y culpó a su mujer y a Dios por haberle dado a Eva diciendo: “La mujer que tú me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.” (Génesis 3: 12). Jesús exclamó con valentía: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lucas 23: 34a). Dios en Su amor cubrió a Adán con la piel de un cordero símbolo del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; en cambio a este Cordero Inmolado en la cruz, lo despojaron de toda Su vestidura y repartieron en suerte cada una de ellas. “Mientras tanto, echaban suertes para repartirse entre sí la ropa de Jesús” (Lucas 23: 34b).

Cuando Dios sacrificó al cordero para vestir a Adán y Eva, estaba mostrando cómo Su Hijo Jesucristo iba a ser sacrificado para vestir a la humanidad desnuda por el pecado. Su desnudez nos ha cubierto, “porque el amor cubre multitud de pecados” (1ª Pedro 4: 8). Revístanse de Cristo, “revístanse ustedes del Señor Jesucristo, y no se preocupen por satisfacer los deseos de la naturaleza pecaminosa.” (Romanos 13: 14 NVI) Él es nuestra ropa para no pecar. Su vestidura es resplandeciente y no hay brillo que se le iguale, es luz inmarcesible que traspasa las tinieblas y las disuelve. Cuando Adán se dio cuenta que estaba desnudo se cubrió con hojas de higuera; cuántas veces hemos querido cubrir nuestra desnudez con hojas que son nuestras propias acciones supuestamente justas y buenas, pero Dios nos llama y pregunta dónde estamos y luego nos dice: despójate de tus trapos y vístete de Mi Hijo. ¿Por qué? Porque nuestra justicia es como trapo de inmundicia (Isaías 64: 6). Vestirte de Cristo es entrar en Él, allí donde dejas de ser para que sólo Cristo sea, a tal punto que puedas decir, “y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gálatas 2: 20 BJ 76). Cuando has muerto, murieron también tus deseos pecaminosos, porque el que ha muerto, ha perdido la capacidad de desear lo malo, ahora eres manejado por Cristo y no puedes poner resistencia. Ahora ves a través de Cristo, ya no eres independiente. Jesús dijo que él no vino a hacer Su voluntad, sino la voluntad de Su Padre, esto ¿porque? Porque Él ya había sido sentenciado a muerte desde antes de la fundación del mundo por amor a nosotros.

Entonces, cuando mueres, te das cuenta que te levantas victorioso a través de la resurrección. Tu tesoro debe ser sólo Jesucristo el Hijo de Dios. Tu vida depende de Él. Extrae tu vida de Su vida porque Él es eterno, ha soplado eternidad en ti (Eclesiastés 3: 11), para que Su espíritu pueda caber dentro del tuyo. Deja que Su vida fluya dentro de la tuya, así como fluía en Adán y Eva antes de la caída. Deja que Él dirija cada aspecto de tu vida, descansa en él; ríndete a Él, porque sólo con Él y en Él tendrás libertad, serás libre para entrar a Su Santuario dentro de ti, porque tú eres el Templo del Espíritu Santo de Dios, allí mora el Dios Trino y de allí fluye la adoración, no la busques fuera de ti, porque la gloria de Dios está en ti.

Dios quiere hacer Su obra en ti para que Tú lo dejes obrar a Él, puesto que tu vida ya no te pertenece. “¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios.” (1ª Corintios 6: 19, 20 NVI) La naturaleza de Dios está en ti, Su vida fluyendo en la tuya; habrá cosas que no podrás entender con tu razonamiento, pero las creerás por la fe de Dios dentro de ti. Como ya no eres tu propio dueño, sino que perteneces al que te compró con su Sangre, ya no puedes gobernarte, deja que sea Cristo quien te gobierne a través de Su Santo Espíritu. No te esfuerces por ser mejor, esfuérzate por agradarle, sólo cree que Dios está haciendo la obra en ti, “estando convencido precisamente de esto: que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús.” (Filipenses 1: 6 LBLA) Tu sensibilidad al Espíritu Santo crece y se desarrolla en ti a medida que tu vas muriendo, entonces lo malo ya no te atrae, sino que te repugna, y a medida que tu comunión íntima con Dios se intensifica, tu pasión por Él aumenta y te das cuenta cuán muerto estás al mundo, pero cuán vivo para Cristo. Ya no te preocupa tus necesidades, porque sabes que Él las va a suplir, ahora sólo quieres vivir para Cristo y dejar que Él viva Su vida en ti. Te abandonas en sus brazos y te unes a los cuatro seres vivientes y exclamas: SANTO, SANTO, SANTO, es EL SEÑOR DIOS, EL TODOPODEROSO, el que era, el que es y el que ha de venir. (Apocalipsis 4: 8b).

jueves, 27 de mayo de 2010

LA LENGUA ES COMO UN TIMÓN

LA LENGUA ES COMO UN TIMÓN
“Fíjense también en los barcos. A pesar de ser tan grandes y de ser impulsados por fuertes vientos, se gobiernan por un pequeño timón a voluntad del piloto. Así también la lengua es un miembro muy pequeño del cuerpo, pero hace alarde de grandes hazañas. ¡Imagínense qué gran bosque se incendia con tan pequeña chispa!”
(Santiago 3: 4,5)
En estos versículos, el apóstol Pablo compara la lengua con el timón de un barco, que es pequeño comparado con la nave, sin embargo se encarga de dirigir el curso de ella por la ruta correcta o equivocada, según el piloto la gobierne. Cada persona es el piloto de su embarcación y la lengua es el timón, el conductor moverá el timón a la dirección que le plazca, si conduce bien, llegará a destino y si conduce mal, se atendrá a las consecuencias, que puede ser un fatal naufragio. Cada persona (piloto) decide qué pensar y qué decir, de esa forma va dirigiendo su embarcación a un puerto seguro o irá a la deriva sin un rumbo fijo.

“El que mucho habla, mucho yerra; el que es sabio refrena su lengua.” (Proverbios 10: 19 NVI). El hombre prudente o sabio sabrá frenar su lengua para que no hable demasiado, porque en medio de esas palabras puede haber algunas que salen y son veneno porque contamina a los oyentes; éstas pueden ser palabras negativas o perversas de las cuales vamos a tener que lamentar después de haberlas dicho y ustedes saben que “palabra suelta, no tiene vuelta”. Cuando la palabra es soltada cumple su objetivo, si es soltada para bendición, eso hará, pero si es soltada para maldición, también cumplirá su cometido; pero no todo está perdido, podemos aplicar un antídoto contra el veneno y es arrepentirnos de lo que hemos dicho para maldición, pedir perdón a Dios y en algunos casos a la persona y luego empezar a derramar cataratas de bendiciones para anular el efecto nocivo. Si al contrario, fueron otras personas quienes lanzaron palabras de maldición o negativas sobre nuestras vidas, debemos perdonarlas y pedirle a Dios que las perdone, de este modo quitamos la ofensa del cielo porque el perdón libera, o suelta, o desata tanto al ofensor como al ofendido; luego rechazamos esas palabras y declaramos que quedan sin efecto y desatamos bendición sobre nosotros y también sobre la otra persona; recuerda que deben ser cataratas de bendiciones.

No toda palabra de maldición ha sido dicha con ese propósito, pero ha sido dicha lamentablemente en despropósito, sin que se haya detenido a pensar antes de hablar. Muchas maldiciones vienen de los padres, cónyuges, profesores, pastores, líderes y amigos, no porque realmente ellos quieran maldecirnos, sino porque no han medido sus palabras o no saben hablar el lenguaje del Reino de Dios que son palabras de vida que provienen de un corazón lleno de la fe de Dios. Algunas palabras de maldición son dicha por la misma persona para su persona. Entre ellas pueden ser por ejemplo: “No creo que puedas realizar ese trabajo”, “qué tonta/o soy”, “Eres un flojo/a no has hecho tu tarea”, “me quiero morir”, “él /ella siempre es así (floja/o, renegón/a, mentiroso/a, etc.). Como puedes ver, estas palabras no parecen muy nocivas, sin embargo van formando estorbos en nuestra vida, a tal punto que pueden bloquear nuestro progreso. Es importante considerar algunas palabras que hemos dicho o nos han dicho, no con el ánimo de amargarnos, sino más bien con el deseo de liberarnos y liberar a otras personas.

Tú eres el piloto de tu vida hasta que decidas entregarle el timón al Espíritu Santo para que Él dirija tu barco. Si eres hijo/a de Dios tienes que dejarle a Cristo a través del Santo Espíritu de Dios que gobierne tu vida y si todavía no te has rendido a Jesucristo, hazlo ahora y dile: Señor Jesús, me rindo a Ti, ven a mi vida y sé el Señor y piloto de ella. Te pido que me perdones por las ofensas cometidas contra ti y te recibo como mi Salvador y Señor, quiero hacer tu voluntad a partir de ahora, ven y vive tu vida en mí. Gracias Padre Eterno por recibirme como tu hijo/a. En el nombre de Jesucristo, mi Señor y Salvador, amén.

Has tomado una decisión que sólo los valientes son capaces de hacerlo y ahora Dios te ve como una persona justa. “Porque Dios tomó a Cristo, que de sí mismo no conocía el pecado, y le hizo cargar con el nuestro como si fuera suyo; de esta forma, a nosotros, libres ya de toda culpa, Dios nos declara justos.” (2ª Corintios 5: 21 CAS). Empieza a hablar y actuar como justo/a, créele a Dios. Si todavía quedan resabios en ti, no te angusties, entrégale tus imperfecciones a Cristo y dile al Espíritu Santo que te ayude en tu debilidad. Ya no manejes tu vida, sino que cada día dile a tu espíritu que tome su lugar y se sujete al Espíritu Santo, a tu alma dile que ocupe su lugar y que se sujete a tu espíritu; y a tu cuerpo que se sujete a tu alma, para que todo tu ser esté unido al Espíritu Santo de Dios. Ahora empieza a pensar y hablar como una persona justa. “La boca del justo imparte sabiduría, y su lengua emite justicia." (Salmo 37: 30). Dile a Dios, lo mismo que el rey David le dijo en el salmo 19: 14 “Sean, pues, aceptables ante ti mis palabras y mis pensamientos, oh Señor, roca mía y redentor mío.” Recuerda que nadie puede pensar tus pensamientos, así que “lleva cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo.” (2ª Corintios 10: 5b). De este modo podrás controlar tu lengua y ser de bendición a quienes te oigan.

domingo, 23 de mayo de 2010

DIOS QUIERE QUE SEAMOS SUS VOCEROS
"El que habla, hágalo como quien expresa las palabras mismas de Dios; el que presta algún servicio, hágalo como quien tiene el poder de Dios. Así Dios será en todo alabado por medio de Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén." (1ª Pedro 4: 11) Nuestra forma de hablar debe ser como quienes estamos hablando por Dios mismo y esto podemos hacerlo si el Espíritu de Dios vive en nosotros/as y nos dejamos gobernar por Él. Jeremías 15: 19 dice así: “Por tanto, así dijo Jehová: Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos.” Dios ha dado a los seres humanos la capacidad de hablar y sólo a ellos, no lo hizo así con los animales; si bien en la Biblia se menciona de dos animales que hablaron, esos son excepciones y no la regla general. El primer animal que habló se encuentra en Génesis 3: 1 al 5 y fue inducido por Satanás para engañar a Eva; el segundo animal que habló, mencionado en la Biblia, se encuentra en Número 22: 28 al 30 y fue Dios mismo quien hizo hablar a la burra, para que el “burro” de Balaam entendiera que Dios estaba disgustado con él por su obstinación en desobedecerle; pero era tan burro este profeta que no entendió el mensaje. Dios quiere que seamos sus portavoces, que hablemos lo que Él dice acerca de cada persona, para que la gente sepa cuán bueno es Dios. El apóstol Pablo nos dice: “Empéñense en seguir el amor y ambicionen los dones espirituales, sobre todo el de profecía.” (1ª Corintios 14: 1) Aquí nos dice que ambicionemos los dones, que deseemos de todo corazón recibir los dones de Dios, pero sobre todo el don de profecía, porque es a través de ese don que podemos decir lo que Dios tiene en Su corazón, porque “el que profetiza habla a los demás para edificarlos, animarlos y consolarlos.” (1ª Corintios 14: 3). Dios quiere que crezcamos en el conocimiento de Jesucristo, “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.” (Efesios 4: 13 NBLH).

“Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca.” (Hebreos 1º: 24, 25 NVI) Hay muchas formas de estimularnos y animarnos para seguir firmes en la fe, una de ellas y quizá la principal es a través del habla. Cuando nos reunimos, que debemos hacerlo con frecuencia, porque nos necesitamos unos a otros, puesto que no somos una isla en el último confín del Océano, lo hacemos para animarnos, confortarnos, levantarnos para seguir adelante en la carrera de la fe. “Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza: instrúyanse y aconséjense unos a otros con toda sabiduría; canten salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón. Y todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él.” (Colosenses 3: 16, 17). Para poder hablar palabras de vida, necesitamos llenarnos de la Palabra Viva, que es Jesucristo, el Verbo hecho carne. Si saturamos nuestro ser de la Palabra de Cristo, ésta va a salir para edificación de quienes nos escuchen. Instruir, aconsejar, cantar, son acciones que se hacen a través del habla que debe brotar de nuestra boca con gratitud de corazón. Necesitamos más que nunca, hablar el lenguaje de Dios, el lenguaje del Reino de Dios, así como lo hizo Jesucristo. Una linda hermana en Cristo, hija de Dios por supuesto, estaba refiriéndose de su madre y dijo así: -“Mi madre nunca va a cambiar”. Yo que la escuché le dije que no hablara así, porque ese no era el lenguaje del Reino de Dios, ni la voluntad de Dios, pues es Dios quien transforma y cambia las vidas, por tanto: “No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos.” (Gálatas 6: 9 NVI) Si no nos cansamos de orar por las personas y declarar palabras de vida sobre ellas, vamos a recibir el fruto de nuestra siembra y nos vamos a gozar. Hablemos lo mejor de las personas aunque no veamos eso en ellas, profeticemos sobre sus vidas palabras de bendición.

¿Quieres que tu esposo ame a Dios? ¡Profetiza! Di: Profetizo, en el nombre de Jesucristo que mi esposo (di el nombre) ama a Dios de todo corazón. Que Dios ocupa el primer lugar en su vida. Declara la palabra y no cambies hasta ver materializado tus dichos. Lo mismo puedes hacer con todas las personas, e inclusive con ciudades y naciones, pero ¿qué es lo primero que se dice?: - Al paso que vamos, las cosas no van a cambiar- Y es por esos dichos que no cambian. ¿Qué sería de nosotras/os si Dios pensara como pensamos? Pero Dios dice: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.” (Jeremías 29: 11 RVG-R) Qué reconfortantes son estas palabras. Que nuestros pensamientos sean de paz hacia las personas, pensemos bien y para bien de las personas, no mirando lo que ellas son o hacen, sino declarando palabras de bendición, esto no quiere decir que vamos a estar de acuerdo con lo malo que están haciendo, sino que por medio del poder de nuestras palabras de bendición vamos a romper barreras de maldición sobre las vidas porque, “ un siervo del Señor no debe andar peleando; más bien, debe ser amable con todos, capaz de enseñar y no propenso a irritarse. Así, humildemente, debe corregir a los adversarios, con la esperanza de que Dios les conceda el arrepentimiento para conocer la verdad, de modo que se despierten y escapen de la trampa en que el diablo los tiene cautivos, sumisos a su voluntad.” (2ª Timoteo 2: 245 -26)

miércoles, 19 de mayo de 2010

EL PODER DE LA LENGUA

EL PODER DE LA LENGUA
La lengua tiene poder sobre la vida y la muerte, aquellos que la gobiernan han de comer sus frutos. (Proverbios 18: 21 TKIM-D)
Las palabras que hablamos son de suma importancia, pues entre lo que decimos y lo que nos sucede hay una estrecha relación. Las palabras que hablamos pueden traer sobre nuestras vidas y sobre quienes nos oyen sanidad, liberación, consuelo, restauración o también destrucción, odio, maldición o bendición, vida o muerte. “Hay quienes hablan como dando estocadas de espada; mas la lengua de los sabios es medicina.” (Proverbios 12: 18 RVG-R). Existen dos clases de personas que hablan, sólo dos, pero el resultado es totalmente diferente: Unos hablan para dar muerte o para herir, o destruir, estos son como el ladrón que Jesús nos muestra en Juan 10: 10 “Cuando el ladrón llega, se dedica a robar, matar y destruir. Yo he venido para que todos ustedes tengan vida, y para que la vivan plenamente.” (BLS) Las palabras del sabio, del hijo de Dios que es sabio - nota que estoy diciendo, “el hijo de Dios que es sabio”, porque puede haber hijos de Dios que no son sabios, sino insensatos en su manera de pensar, hablar y vivir- estas palabras de los hijos de Dios que son sabios curan, dan alivio, son de consuelo y producen vida porque provienen del dador de vida, Jesucristo. Quizá preguntes con legítima razón: ¿Acaso los hijos de Dios pueden hablar palabras que producen muerte? Absolutamente SÍ, porque están hablando influenciados por su alma y no por el espíritu. Dios sólo se comunica con el espíritu de la persona que se deja guiar por el Espíritu Santo.
“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos (maduros) de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: "¡Abba! ¡Padre!" (Romanos 8: 14, 15). Los hijos maduros son aquellos que gobiernan su alma poniéndola en sujeción a su espíritu que a la vez está sujeto al Espíritu Santo de Dios, ya no son guiados por sus emociones o razonamientos, sino que mueren a su “EGO” cada día para que Cristo los gobierne por medio del Santo Espíritu, pues Él conoce la mente de Cristo, piensa como Dios y trae esa mente a los hijos de Dios que quieren pensar como Cristo.

"El ser humano sabe domar y, en efecto, ha domado toda clase de fieras, de aves, de reptiles y de bestias marinas; pero nadie puede domar la lengua. Es un mal irrefrenable, lleno de veneno mortal. Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios. De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Puede acaso brotar de una misma fuente agua dulce y agua salada? Hermanos míos, ¿acaso puede dar aceitunas una higuera o higos una vid? Pues tampoco una fuente de agua salada puede dar agua dulce. ¿Quién es sabio y entendido entre ustedes? Que lo demuestre con su buena conducta, mediante obras hechas con la humildad que le da su sabiduría. Pero si ustedes tienen envidias amargas y rivalidades en el corazón, dejen de presumir y de faltar a la verdad. Ésa no es la sabiduría que desciende del cielo, sino que es terrenal, puramente humana y diabólica. Porque donde hay envidias y rivalidades, también hay confusión y toda clase de acciones malvadas. En cambio, la sabiduría que desciende del cielo es ante todo pura, y además pacífica, bondadosa, dócil, llena de compasión y de buenos frutos, imparcial y sincera. En fin, el fruto de la justicia se siembra en paz para los que hacen la paz." (Santiago 3: 7-18 NVI).
Hablamos de dos diferentes clases de personas, unas son sabias en lo terrenal y las otras en lo celestial; unas tienen la sabiduría que es terrenal, puramente humana y diabólica; las otras tienen la sabiduría celestial que produce paz, bondad, docilidad, compasión, que produce buenos frutos, frutos de justicia; es imparcial y sincera. De acuerdo a la sabiduría que gobierne el corazón de las personas, ellas van a hablar, ya sea para vida o para muerte, para bendición o maldición. El apóstol Santiago nos dice que ya no podemos seguir hablando tanto bendición y maldición por nuestra misma boca; debemos por lo tanto pedirle a Dios como lo hizo el salmista David: “SEÑOR, pon guarda a mi boca; Vigila la puerta de mis labios.” (Salmo 141: 3 NBLH). Humanamente no vamos a poder controlar nuestra boca, por eso debemos cada día entregar nuestra lengua y nuestros pensamientos a la dirección del Espíritu Santo. El poder de nuestra boca cuando la abrimos para hablar puede ser mortífero. “Así también la lengua es un miembro muy pequeño del cuerpo, pero hace alarde de grandes hazañas. ¡Imagínense qué gran bosque se incendia con tan pequeña chispa! También la lengua es un fuego, un mundo de maldad. Siendo uno de nuestros órganos, contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno, prende a su vez fuego a todo el curso de la vida.” (Santiago 3: 5,6) Debemos vigilar o poner atención a las palabras antes de decirlas, para ello, debemos cuidar bien nuestros pensamientos, es preferible permanecer callado meditando la Palabra de Dios que dar atención a vanas y ociosas palabras de quienes nos rodean. La mente de Cristo no recibe las palabras que no provienen de Dios. En Marcos 4: 24 dice mirad lo que oís, es decir estén atentos a lo que oyen para no introducir veneno en sus mentes y que después salga por la boca. Estamos llamados a ser bendición, porque somos herederos de bendición. “No devuelvan mal por mal ni insulto por insulto; más bien, bendigan, porque para esto fueron llamados, para heredar una bendición. En efecto, "el que quiera amar la vida y pasar días felices, guarde su lengua del mal y sus labios de proferir engaños. Apártese del mal y haga el bien; busque la paz y sígala. ” (1ª Pedro 3: 9, 10).

miércoles, 12 de mayo de 2010

MANIFESTACIÓN DEL CIELO EN LA TIERRA

MANIFESTACIÓN DEL CIELO EN LA TIERRA
“Al despertar Jacob de su sueño, pensó: "En realidad, el Señor está en este lugar, y yo no me había dado cuenta." Y con mucho temor, añadió: "¡Qué asombroso es este lugar! Es nada menos que la casa de Dios; ¡es la puerta del cielo!"
(Génesis 28: 16,17 NVI)
Jacob estaba huyendo de la ira de su hermano Esaú. Éste quería matarlo porque supuestamente lo había engañado y le quitó la bendición de la primogenitura, que era el privilegio que tenía el hijo mayor de una doble porción de la herencia, también la de perpetuar el nombre de la familia y guardar la herencia, era un derecho que también requería gran responsabilidad. Jacob entendió algo que su hermano no pudo entender hasta que lo perdió. Jacob sabía que la bendición de su padre le otorgaba el privilegio de perpetuar la promesa dada por Dios a su abuelo Abraham, porque de ese linaje nacería el Ungido Cristo Jesús; en cambio Esaú, menospreció esa bendición y decidió hacer un trueque con su hermano por un plato de lentejas. “Un día, cuando Jacob estaba preparando un guiso, Esaú llegó agotado del campo y le dijo: Dame de comer de ese guiso rojizo, porque estoy muy cansado. (Por eso a Esaú se le llamó Edom.) Véndeme primero tus derechos de hijo mayor le respondió Jacob. Me estoy muriendo de hambre contestó Esaú, así que ¿de qué me sirven los derechos de primogénito? Véndeme entonces los derechos bajo juramento insistió Jacob. Esaú se lo juró, y fue así como le vendió a Jacob sus derechos de primogénito. Jacob, por su parte, le dio a Esaú pan y guiso de lentejas. Luego de comer y beber, Esaú se levantó y se fue. De esta manera menospreció sus derechos de hijo mayor.” (Génesis 25: 29-34). Este trueque o venta se hizo bajo juramento, desde ese momento cada uno selló su destino en esta tierra, y en las esferas espirituales también se escribió y selló este pacto; sin embargo, Esaú, llegado el momento decisivo, no estaba cumpliendo con lo acordado, entonces, la mamá que entendió el designio de Dios, aun desde antes que sus hijos nacieran, urdió un plan para que la voluntad de Dios se realizara e hizo que Jacob engañara a su padre y de esta forma obtuviera la bendición, cosa que cuando lo supo Esaú fue grande el odio que sintió por su hermano que decidió matarlo. Fue en esta situación que Jacob huye de su hermano y Dios se le presenta en un sueño y le confirma la bendición y concluye con esta frase: “No te abandonaré hasta cumplir con todo lo que te he prometido” (Génesis 28: 15b NVI). Si nosotros anhelamos lo que Dios anhela para nosotros, Él no nos va abandonar y de seguro que cumplirá Su Palabra en nuestras vidas y la de nuestros descendientes.

He resumido la historia, pero puedes leerla en los capítulos 25 al 28 del libro de Génesis. Lo que quiero resaltar aquí no es el supuesto engaño, sino el anhelo ardiente de un corazón que quería a toda costa la bendición de Dios, en realidad quería a Dios, porque sabía que sólo así él sería prosperado y se cumplirían los designios de Dios para él y para sus descendientes. Según la costumbre de esa época, era a Esaú a quien le tocaba esa bendición, pero a él poco o nada le importaba; sin embargo, Jacob luchó desde el vientre de su madre por conseguir lo que Dios tenía para él. Cuando Dios ve un corazón vehementemente ansioso por obtener lo que Dios quiere darle, Él trae el cielo a la tierra para manifestar Su gloria. Dios nunca va a dejar a un corazón sediento de Él, morirse de sed; Él va a bajar del cielo y satisfará al ávido de Su Presencia. ¿Cuánto anhelo hay en tu corazón por conocer más de Dios, por poseerlo?

Moisés despreció la gloria que le ofrecía Egipto y “Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado.” (Hebreos 11: 25) Él miraba más allá de lo terrenal y anhelaba la manifestación del cielo en la tierra y Dios le concedió cuando ve la zarza que ardía y no se consumía. “No te acerques más le dijo Dios. Quítate las sandalias, porque estás pisando tierra santa.” (Éxodo 3: 5). Por haberse decidido totalmente por Dios, él pudo ver a Dios y habló cara a cara con Él. No sólo trajo la manifestación del cielo a la tierra, sino que fue al cielo y pasó allí un tiempo donde obtuvo la maqueta para hacer el tabernáculo y mucho más. Cuando ardamos de pasión por Cristo, Dios nos va a dar los diseños del cielo para la tierra. No es con fuerza humana, sino con búsqueda apasionada para poseer a nuestro Amado Jesucristo y hacer lo que Él quiere que hagamos.

Moisés cumplió con los requisitos de Dios para Él y su pueblo y cuando Él adoraba en el tabernáculo, la gloria del Señor se manifestaba. “Y sucedía que cuando salía Moisés al Tabernáculo, todo el pueblo se levantaba y se quedaba en pie a la entrada de su tienda, con la mirada puesta en Moisés, hasta que él entraba en el Tabernáculo. Cuando Moisés entraba en el Tabernáculo, la columna de nube descendía y se ponía a la puerta del Tabernáculo, y Jehová hablaba con Moisés. Cuando el pueblo veía que la columna de nube se detenía a la entrada del Tabernáculo, se levantaba cada uno a la entrada de su tienda y adoraba. Jehová hablaba con Moisés cara a cara, como habla cualquiera con su compañero.(Éxodo 33: 8-10). Un Hombre que anhelaba cada día más de Dios atrajo la presencia del Santísimo a la tierra, atrajo la manifestación del cielo a la tierra. Dios está buscando corazones apasionados por Su presencia para bajar el cielo a la tierra, para manifestar Su gloria, para darse a conocer. La adoración atrae la presencia de Dios, no es con esfuerzo humano, es con pasión por Cristo. Dile al Espíritu Santo: Apasióname por Cristo, necesito Su Presencia, tanto como necesito el aire que respiro. Que el cielo se manifieste en mi tierra, que Cristo me invada con Su gloria para que sólo sea visto Él, mientras yo dejo de ser.