ADMIRA Y ADORA A DIOS
“Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra. Cantad la gloria de su nombre; Poned gloria en su alabanza. Decid a Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! Por la grandeza de tu poder se someterán a ti tus enemigos. Toda la tierra te adorará, Y cantará a ti; Cantarán a tu nombre.” (Salmo 66: 1-4 RV60)
Nadie jamás ha podido, ni podrá hacer lo que Dios hizo y sigue haciendo; si bien en este siglo XXI admiramos el avance tecnológico y el progreso de la ciencia, nada se asemeja a la obra portentosa del Dios Todopoderoso. Sin embargo, todo este progreso nos ha desviado de mirar las obras de Dios, empezando por nosotros mismos, que somos una creación perfecta. Cuando empecemos a admirar la creación de Dios, vamos a admirar al Creador, entonces todo nuestro ser se inclinará reverente y adorará al Único y Poderoso Dios. La adoración y la alabanza brotan de un corazón que admira y reverencia al Creador de todo. No podemos adorar a Dios, si no admiramos y nos asombramos de todas Sus portentosas obras.
Cuando reconocemos la grandeza de Su poder, el temor huye de nosotros, porque no puede permanecer dentro de una persona que sabe quién es Su Dios y Padre, entonces vamos a exclamar: “Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta.” (Salmo 23: 4 NVI). ¡Qué tremenda confianza tenía el pastorcito y rey David! Cuánto más nosotros, en esta época de la gracia, porque nuestro Dios y Padre está habitando en nosotros; es Su vida la que se ha introducido en la nuestra a través de Su Espíritu, somos Su Tabernáculo. “¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios.” (1ª Corintios 6: 19, 20 NVI) Es todo nuestro ser que debe involucrarse en la alabanza y adoración porque somos templos de Dios. El templo no debe ser adorado, porque sólo es un objeto que guarda la Presencia de Dios y es a Dios a quien adoramos guardando nuestro templo en santidad y pureza. Por eso, el apóstol Pablo nos declara: “Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser -espíritu, alma y cuerpo- irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” (1ª Tesalonicenses 5: 23). “Irreprochable”, quiere decir que no tenga ni una tacha que merezca reproche. Nuestro templo tiene que estar impecable; por eso es de suma importancia guardar nuestros pensamientos centrados en Cristo Jesús, para no pecar y ensuciar el santuario de Dios.
Nosotros admiramos los suntuosos templos que han sido construidos con esmero y son cuidados en la misma forma, porque fueron edificados para albergar al objeto de adoración. El templo donde habita el único y verdadero Dios debe ser cuidado con mucha mayor escrupulosidad tanto por fuera como por dentro. Nuestro templo tiene que ser digno de Aquel a quien alberga; tiene que estar recubierto por dentro y por fuera del amor de Dios, del amor por Dios y para Dios. Todo nuestro ser debe amar por sobre todas las cosas a nuestro Padre Dios. “El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él.” (Juan 14: 23 NVI). El amor embellece nuestro templo y nos lleva a la adoración, porque sólo podemos adorar en espíritu y verdad a quien amamos. El verdadero amor complace el corazón de Dios y Él se deleita en morar en nuestro ser, porque el amor a Dios nos lleva a la obediencia a Su Palabra. El amor a Dios nos lleva a amar a nuestros semejantes y a no juzgarlos. Por el amor a Dios somos capaces de soportar todo; de esperar con paciencia y fe, de creer y de ver en los demás lo que Dios, por amor a nosotros, ve.
En el salmo 148, el salmista exhorta a la creación de los que están en los cielos, como en la tierra y el mar a alabarle y también dice: “Los reyes de la tierra y todos los pueblos, Los príncipes y todos los jueces de la tierra; Los jóvenes y también las doncellas, Los ancianos y los niños. Alaben el nombre de Jehová, Porque sólo su nombre es enaltecido. Su gloria es sobre tierra y cielos.” (Salmo 148: 1-4). Todo ser creado, por el solo hecho de haber sido creado, debe adorar y alabar a Dios. Cuánto más nosotros, los seres humanos, que hemos sido creados a Su imagen y semejanza y además, hemos sido comprados al precio impagable de la sangre de Jesucristo, porque ningún humano, por muy bueno que sea, puede comprar su salvación , es sólo la preciosa sangre del Hijo de Dios, que nos concede salvación por gracia, para que ninguno se pierda, porque nuestro Padre quiere tenernos a todos a Su lado por la eternidad; es por eso que no escatimó ni a Su propio Hijo Jesucristo, sino que lo dio en rescate por cada uno de nosotros y juntamente con Él, nos dio también todas las cosas. “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?” (Romanos 8: 32). Que todos los redimidos por Jesucristo, a quienes Él ha redimido con Su sangre no cesen de alabar y glorificar Su Santo Nombre y dar honra al único digno de toda honra. Que todo nuestro ser adore a Dios, que aclamemos con júbilo a Jesucristo por nuestra salvación y que anhelemos Su presencia todo el tiempo. Admira y adora a Dios con todo tu ser porque nadie ha podido, ni podrá hacer lo que Él hizo por ti y por mí.
“Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra. Cantad la gloria de su nombre; Poned gloria en su alabanza. Decid a Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! Por la grandeza de tu poder se someterán a ti tus enemigos. Toda la tierra te adorará, Y cantará a ti; Cantarán a tu nombre.” (Salmo 66: 1-4 RV60)
Nadie jamás ha podido, ni podrá hacer lo que Dios hizo y sigue haciendo; si bien en este siglo XXI admiramos el avance tecnológico y el progreso de la ciencia, nada se asemeja a la obra portentosa del Dios Todopoderoso. Sin embargo, todo este progreso nos ha desviado de mirar las obras de Dios, empezando por nosotros mismos, que somos una creación perfecta. Cuando empecemos a admirar la creación de Dios, vamos a admirar al Creador, entonces todo nuestro ser se inclinará reverente y adorará al Único y Poderoso Dios. La adoración y la alabanza brotan de un corazón que admira y reverencia al Creador de todo. No podemos adorar a Dios, si no admiramos y nos asombramos de todas Sus portentosas obras.
Cuando reconocemos la grandeza de Su poder, el temor huye de nosotros, porque no puede permanecer dentro de una persona que sabe quién es Su Dios y Padre, entonces vamos a exclamar: “Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta.” (Salmo 23: 4 NVI). ¡Qué tremenda confianza tenía el pastorcito y rey David! Cuánto más nosotros, en esta época de la gracia, porque nuestro Dios y Padre está habitando en nosotros; es Su vida la que se ha introducido en la nuestra a través de Su Espíritu, somos Su Tabernáculo. “¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios.” (1ª Corintios 6: 19, 20 NVI) Es todo nuestro ser que debe involucrarse en la alabanza y adoración porque somos templos de Dios. El templo no debe ser adorado, porque sólo es un objeto que guarda la Presencia de Dios y es a Dios a quien adoramos guardando nuestro templo en santidad y pureza. Por eso, el apóstol Pablo nos declara: “Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser -espíritu, alma y cuerpo- irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” (1ª Tesalonicenses 5: 23). “Irreprochable”, quiere decir que no tenga ni una tacha que merezca reproche. Nuestro templo tiene que estar impecable; por eso es de suma importancia guardar nuestros pensamientos centrados en Cristo Jesús, para no pecar y ensuciar el santuario de Dios.
Nosotros admiramos los suntuosos templos que han sido construidos con esmero y son cuidados en la misma forma, porque fueron edificados para albergar al objeto de adoración. El templo donde habita el único y verdadero Dios debe ser cuidado con mucha mayor escrupulosidad tanto por fuera como por dentro. Nuestro templo tiene que ser digno de Aquel a quien alberga; tiene que estar recubierto por dentro y por fuera del amor de Dios, del amor por Dios y para Dios. Todo nuestro ser debe amar por sobre todas las cosas a nuestro Padre Dios. “El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él.” (Juan 14: 23 NVI). El amor embellece nuestro templo y nos lleva a la adoración, porque sólo podemos adorar en espíritu y verdad a quien amamos. El verdadero amor complace el corazón de Dios y Él se deleita en morar en nuestro ser, porque el amor a Dios nos lleva a la obediencia a Su Palabra. El amor a Dios nos lleva a amar a nuestros semejantes y a no juzgarlos. Por el amor a Dios somos capaces de soportar todo; de esperar con paciencia y fe, de creer y de ver en los demás lo que Dios, por amor a nosotros, ve.
En el salmo 148, el salmista exhorta a la creación de los que están en los cielos, como en la tierra y el mar a alabarle y también dice: “Los reyes de la tierra y todos los pueblos, Los príncipes y todos los jueces de la tierra; Los jóvenes y también las doncellas, Los ancianos y los niños. Alaben el nombre de Jehová, Porque sólo su nombre es enaltecido. Su gloria es sobre tierra y cielos.” (Salmo 148: 1-4). Todo ser creado, por el solo hecho de haber sido creado, debe adorar y alabar a Dios. Cuánto más nosotros, los seres humanos, que hemos sido creados a Su imagen y semejanza y además, hemos sido comprados al precio impagable de la sangre de Jesucristo, porque ningún humano, por muy bueno que sea, puede comprar su salvación , es sólo la preciosa sangre del Hijo de Dios, que nos concede salvación por gracia, para que ninguno se pierda, porque nuestro Padre quiere tenernos a todos a Su lado por la eternidad; es por eso que no escatimó ni a Su propio Hijo Jesucristo, sino que lo dio en rescate por cada uno de nosotros y juntamente con Él, nos dio también todas las cosas. “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?” (Romanos 8: 32). Que todos los redimidos por Jesucristo, a quienes Él ha redimido con Su sangre no cesen de alabar y glorificar Su Santo Nombre y dar honra al único digno de toda honra. Que todo nuestro ser adore a Dios, que aclamemos con júbilo a Jesucristo por nuestra salvación y que anhelemos Su presencia todo el tiempo. Admira y adora a Dios con todo tu ser porque nadie ha podido, ni podrá hacer lo que Él hizo por ti y por mí.
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