viernes, 28 de noviembre de 2008

2009, AÑO DE RESTITUCIÓN


2009, AÑO DE RESTITUCIÓN

Y os restituiré los años que comió la oruga, la langosta, el pulgón, y el revoltón; mi gran ejército que envié contra vosotros. (Joel 2: 25 RV 2000)

Este año 2008 Dios nos ha abierto nuevas puertas, o nuevos comienzos, para que caminemos en sus diseños establecidos desde siempre; pero no vamos a poder entrar por esas puertas nuevas si no cerramos las viejas puertas. Si todavía nos afecta, nos duele, las ofensas que nos hicieron, es que no hemos cerrado esas viejas puertas; están tan llenas de sarro y duras que nuestra fuerza no puede controlarlas, pero si dejamos que el aceite del Espíritu Santo penetre por esos goznes (bisagras) trabados por el sarro del resentimiento, entonces vamos a poder cerrar esas puertas y entrar por las que el Señor ha abierto para nosotros. Sólo así Dios va a poder restituirnos lo que el diablo devoró. No vamos a poder tomar posesión de nuestra herencia si todavía Egipto está dentro de nosotros. Egipto es la esclavitud, el sometimiento al faraón que es figura del diablo. No podemos vivir atados al pasado. El efecto del pasado durará el tiempo que tú decidas que dure. Muchas veces el problema no es la herida sino el dolor que hemos soportado durante muchos años y por eso duele tanto, ya no por la herida causada sino por el dolor soportado. Es importante cerrar las viejas puertas, cancelar el pasado y que ese dolor real o imaginario nos sirva para elevarnos a nuestro destino cerrando puertas con la llave del perdón.
Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza. Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. (Efesios 4: 8-21 RV60)
El año 2009 Dios va a restaurar los cinco ministerios – apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros- para perfeccionar a la Iglesia para prepararla para recibir a Cristo Jesús. Todo aquel que deje el pasado atrás, empezará a ser restituido. Los pródigos volverán a casa y los extraviados encontrarán el Camino. Dios va a levantar una nueva generación que caminará en santidad, en los caminos del Señor. El avivamiento viene a la Iglesia. Tan sólo mira por fe el fuego de Dios quemando las impurezas y derramando el don del arrepentimiento sobre todo hijo de Dios. Contempla al Cuerpo de Cristo como Él lo ve y derrama tu corazón delante de Él. Si algo tienes que dejar, éste es el tiempo para hacerlo. Basta el tiempo pasado para haber vivido complaciendo a la carne; ahora es tiempo de arrepentimiento. Pidamos a Dios que derrame el don del arrepentimiento sobre cada uno de sus hijos.

Con la restauración de los cinco ministerios en el Cuerpo de Cristo, Dios va a desatar sobre Su Iglesia prosperidad, tanto espiritual como material, porque Su Reino va a ser extendido entre las naciones y en este tiempo se levantará un avivamiento que atraerá a la lluvia postrera que será más poderosa que la primera, al comienzo de la Iglesia. Dios quiere traer de vuelta lo que el diablo le robó a la Iglesia por muchos años. Cuando empezó la Iglesia después de la resurrección de Jesucristo, los discípulos recibieron el Espíritu de Dios que les dio poder para testificar del Señor y hacer grandes maravillas. Este Espíritu de poder sigue vigente en la Iglesia, el diablo no puede opacarlo o disminuirlo; entonces lo que el diablo hizo fue poner un velo de conformismo en los hijos de Dios para que estos no busquen más de Dios y se conformen con recibir algo de Él los domingos o en algunas ocasiones especiales. Inventó también, el enemigo, muchísima distracción para mantener entretenidas y ocupadas a las personas en cosas superfluas.

Manteniendo el diablo ocupados a los hijos de Dios en los negocios de este mundo, ellos no desarrollaron sus dones, ni descubrieron sus ministerios, de tal forma que el diablo prácticamente ha devorado los dones ministeriales que Cristo dio a Sus hijos, al subir a lo alto, al lado del Padre, y llevando cautiva la cautividad con que el diablo nos tenía presos. Estos dones (apóstol, profeta, evangelista, pastores y maestros) Cristo dio a la Iglesia para perfeccionar a los santos para que puedan hacer la obra de Dios y cumplir Su voluntad extendiendo Su Reino para edificar (construir) el Cuerpo de Cristo, de tal forma que no se dejen llevar por doctrinas que no glorifican a Cristo, sino que crezcan más y más a la semejanza de Cristo, hasta llegar a ser esa Iglesia que Él viene a buscar, sin mancha, ni arruga, sino santa.

2009 es año de restitución, habrá un nuevo y poderoso mover del Espíritu Santo, prepara tu corazón para recibir lo que Dios tiene dispuesto para ti y empieza a ver viniendo hacia ti todo lo que el diablo te robó. Tienes dones que no los has usado, éste es el tiempo de empezar a usarlos; empieza a despertar a tus sueños, que no queden dormidos, es hora de activarlos. Espera con amor al pródigo porque no quedará perdido para siempre. Despierta a aquellos que como Lázaro yacen en la tumba imposibilitados de salir. Llámalos a la vida. Los pensamientos de Dios siempre son para nuestro bien. Créelo y verás la gloria de Dios.Por tanto, gocémonos y alegrémonos en nuestro Dios porque lo que Él ha dicho de seguro que lo hará.

2008, AÑO DE NUEVOS COMIENZOS


2008, AÑO DE NUEVOS COMIENZOS. AÑO DE SEPARACIÓN

"Ni nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera el vino nuevo rompe los odres, y se derrama el vino, y los odres se pierden; mas el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar." (Marcos2: 22)
Para recibir lo nuevo que Dios tiene para nosotros, debemos primero sacar todo lo viejo que aún nos queda. Dios quiere llenar nuestro odre, pero éste debe estar nuevo. Para que un odre viejo quede como nuevo se requiere un proceso de cambio radical para quitar su rigidez y hacerlo dócil para poder resistir el vino nuevo. En este tiempo Dios está derramando Su vino nuevo de revelación sobre Sus odres nuevos. Estos odres se han dejado trabajar en el proceso de cambio hasta quedar libres del espíritu religioso que impide al Espíritu Santo realizar el proceso de transformación en la vida del creyente.

Empieza ya un año de transformación donde lo viejo se desecha para dar lugar a lo nuevo de Dios. La vida vieja ya no debe seguir manejando al creyente, porque el hijo de Dios debe vaciarse de lo viejo y renovarse en el espíritu de su mente para crecer en la gracia que Dios le dio. El creyente no puede llevar una doble vida. O es un odre nuevo, o es un odre viejo. Si quiere permanecer gustando lo viejo, no puede recibir lo nuevo de Dios, la plenitud de Cristo. Cristo es el vino nuevo que se está vaciando sobre Sus odres para manifestar Su poder, Su revelación, Su vida al mundo que anda en tinieblas. Cuando Dios creó la tierra, el Espíritu de Dios se movía en el caos y la oscuridad, entonces lo primero que manifestó fue la luz. ¿Para qué la luz? Para que se revelara lo que Él iba a hacer. Entonces Dios separó las tinieblas de la luz. Eso mismo va a hacer en este tiempo, porque las tinieblas no pueden permanecer con la luz. Un nuevo comienzo implica separación. El hijo de Dios tiene que ser santo (separado) para Dios; apartado de toda especie de mal (1ª tesalonicenses 5:22)

"El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía." (Apocalipsis 22:11). Al final del libro de Revelación leemos este versículo como una amonestación a seguir en los caminos del Señor a pesar de la maldad que nos rodea. El que es santo no puede ya contaminarse con lo impuro y corrupto. Que Dios guarde nuestras mentes y corazones para no seguir la corriente de este mundo que trata de absorbernos. Hay un levantamiento del mal en el ámbito espiritual y lo podemos percibir en lo natural. Las tinieblas quieren opacar la luz. ¿Cuánta luz tienes? Mas si tu ojo fuere malo, todo tu cuerpo será tenebroso. Así que si la luz que en ti hay, son tinieblas, ¿cuántas serán las mismas tinieblas? Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno, y amará al otro; o se llegará al uno, y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios, y a las riquezas*.(Mateo 6: 23,24)(*Riqueza equivale a Mammón que es la confianza deificada en las riquezas, avaricia. Mammón es un sistema que atrapa a las personas). Este es el tiempo de definición, o somos de Dios o somos del mundo, pero ya no podemos andar a medias.

Nuevos comienzos es separación. El hijo de Dios debe estar totalmente separado (alejado) de la contaminación del mundo y acercado a Dios. La santificación es la consagración de todo nuestro ser al Señor. Es importante amar lo que Dios ama. La Persona del Espíritu Santo es la misma esencia de Dios y Dios ama sobremanera Su esencia, Su Ser en sí. Dios quiere que amenos al Espíritu Santo sobre todas las cosas, porque Él es Dios.

El Espíritu de Dios se está moviendo sobre el mundo y sobre nuestra nación y quiere manifestar la luz de Dios que está en cada uno de Sus hijos, por eso nos está confrontando para ver cuánta disposición tenemos de ser portadores de Su luz. La luz disipa las tinieblas, por muy densas que éstas sean. La luz sale con poder, pero si la luz está oculta, el poder no se manifiesta, porque una luz guardada es lo mismo que las tinieblas y las tinieblas avanzan si la luz no se manifiesta.

El justo debe seguir practicando la justicia y la justicia es andar en los diseños que Dios ya preparó para nosotros, es permanecer dentro de los propósitos de Dios, haciendo lo que Él nos llamó a hacer; es caminar alineados con Dios en el tiempo preciso y la hora precisa. El justo debe dejarse guiar por el Espíritu Santo de Dios y alinear cada día su vida en conformidad con la dirección de Dios. Cada uno tiene una obra específica dentro del reino de Dios, recordando que no todo lo bueno es lo justo, porque la justicia es vivir en perfecta alineación con Dios, porque Él quiere establecer Su justicia en Sus hijos. El santo debe seguir santificándose, debe seguir buscando la Presencia de Dios en intercesión, alabanza y adoración. Dios no quiere que nuestro trabajo, por muy bueno que sea, nos prive del gozo de estar en Su presencia, porque si algo ocupa el primer lugar en nuestras vidas, se convierte en nuestro Dios. Dios es Santo y quiere hijos santos, apartados para Él, acercados a Él, fusionados con Él. Todavía el Lugar Santísimo espera el encuentro santo entre Dios y Sus hijos. El Espíritu de Dios se está moviendo en ti, quiere sacudir tus aguas para que estas broten para vida y se manifieste la luz de Dios en ti y Su justicia sea establecida.

Nuevos comienzos sólo sobre lo nuevo, porque Dios no empieza nada sobre una vieja estructura. Hay un peso de revelación que Dios quiere derramar sobre Sus hijos para que sus ojos sean abiertos y caigan las escamas que los mantienen cegados. Hay una voz profética que se levanta, como la voz de Juan el Bautista, preparando el camino del Señor: Endereza lo torcido en tu vida en la soledad de tu comunión con Dios. Toma la plomada divina y nivela tu vida con la del Espíritu Santo de Dios. Levántese todo lo que está por debajo del conocimiento de Dios y alcance Su Presencia. Bájese todo lo que se levanta sobre Dios y sea Dios exaltado sobre todo. Que las aristas de religiosidad se allanen para que las piedras vivas se junten en un solo Espíritu. “Entonces se revelará la gloria del Señor, y la verá toda la humanidad. El Señor mismo lo ha dicho." (Isaías 40: 5)

lunes, 24 de noviembre de 2008

REFLEJANDO LA GLORIA DE DIOS


REFLEJANDO LA GLORIA DE DIOS

¡Pero, Felipe! ¿Tanto tiempo llevo ya entre ustedes, y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decirme: 'Muéstranos al Padre'? ¿Acaso no crees que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les comunico, no las hablo como cosa mía, sino que es el Padre, que está en mí, el que realiza sus obras. (Juan 14:9,10 - NVI) ¿Cómo se reconoce quién vive en la persona? A través de las palabras que él o ella comunica y por las obra que hace. Lo que la gente tiene que ver en nosotros son palabras y obras que reflejen al que vive en nosotros, para que crean en Dios y teman el Nombre de Jesús. Felipe estaba viendo a un hombre, pero no estaba viendo a la Palabra hecha carne; esa Palabra es el testimonio de Dios o la misma imagen de Dios. Somos los únicos seres creados en este planeta con la capacidad de hablar, de transmitir a través de las palabras todo aquello que pensamos y esa cualidad es de Dios. Dios es lo que su carácter es, por tanto Él es lo que Su Palabra es. No podemos separar Su palabra de Su carácter o cualidad. Nosotros somos lo que hablamos; y manifestamos qué naturaleza llevamos dentro. Manifestar es mostrar; Cristo mostró al Dios en quien Él estaba y ese Dios (Padre) también estaba en Jesús. Eran Uno, estaban tan fusionados que al mirar a Jesús se miraba al Padre. La imagen de Dios se hacía patente a través de las palabras que Jesús hablaba y de sus obras.

Dios quería y quiere mostrarse a través de nosotros. Somos los únicos seres creados a Su imagen y semejanza y somos los únicos seres, cuando recibimos a Jesús, que nuestra naturaleza puede ser cambiada, ¿para qué? Para que el mundo vea la naturaleza de Dios en nosotros. Una forma de manifestar la naturaleza de Dios es a través de las palabras que hablamos. “El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa.” (Hebreos 1:3 - NVI) Jesús, la imagen de Dios, emite palabra y sustenta todas las cosas; es que Jesús es la Palabra. Lo invisible de Dios se hizo visible a través de La Palabra y es esta Palabra la que sustenta todo. Lo invisible de Dios en nosotros se tiene que hacer visible a través de las palabras que emitimos o formulamos. De esta forma vamos a manifestar la imagen de Dios. Nuestras palabras tienen que concordar con lo que somos, o mejor dicho con Aquel en quien estamos y con el que está en nosotros, es decir Jesucristo. Las palabras que yo les comunico, no las hablo como cosa mía, sino que es el Padre, que está en mí, el que realiza sus obras. Las palabras realizan obras a través del que vive en nosotros; de este modo nos volvemos a Su semejanza. Las palabras cumplen su propósito, por eso cuando hablemos, hagámoslo para bendecir.

Créanme cuando les digo que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí; o al menos créanme por las obras mismas. Ciertamente les aseguro que el que cree en mí las obras que yo hago también él las hará, y aun las hará mayores, porque yo vuelvo al Padre. Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, yo la haré; así será glorificado el Padre en el Hijo. Lo que pidan en mi nombre, yo lo haré.” (Juan 14: 11-13 - NVI) Parafraseando lo que dijo Jesús: Si no creen mis palabras, al menos crean por las obras que realizo, las cuales ustedes también van a poder hacer si creen en mí, y las harán mayores, porque Yo voy al Padre; así que pidan lo que quieran que Yo lo haré para que sea glorificado el Padre en el Hijo. ¡Qué promesota! No podemos dejarla pasar por alto. Debemos detenernos y tomar lo que ya se nos dio. La Palabra habló ¿y no será ejecutada? Atrapa la revelación y toma lo tuyo, no la dejes pasar. ¡Pide! Porque lo que pidas en el Nombre de Jesús, Él lo hará.

Tenemos la Palabra dentro de nosotros y también la fe de Dios, empecemos a decretar vida, a transformar situaciones para que el mundo vea Quién vive en nosotros. Lo que Cristo fue aquí en la tierra, nosotros lo hemos heredado, porque todos “nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu.” (2ª Corintios 3:18) Estamos para reflejar la gloria de Dios y ser transformados a Su semejanza con más y más gloria por el Espíritu del Señor. Cuando quieras ver la gloria de Dios tan sólo mírate al espejo y confiesa: Yo reflejo la gloria de Dios. Porque si tienes la naturaleza de Dios en ti, lo que debe verse en ti es la gloria de Dios. Moisés reflejaba la gloria de Dios después de haber estado en Su presencia (Éxodo 33: 35). Tú tienes la presencia de Dios en ti, entonces lo que debe reflejarse es la gloria de esa Presencia. Cuando entendamos esto, vamos a desear ardientemente vivir en Santidad para no empañar la gloria de Dios. El mundo tiene que ver a Dios a través de Sus hijos, escuchar de Dios a través de las palabras de los hijos de Dios.

Cada hijo de Dios lleva a Cristo en él, por lo cual todo lo que digamos a los hijos de Dios, lo estamos diciendo a Dios, así que cuidemos nuestras palabras para no herir a Cristo. Manifestemos la Palabra viva en nosotros porque somos lo que hablamos y si el Cristo viviente está en nosotros, es Su Vida lo que saldrá de nuestros labios, porque somos portadores de vida, manifestadores de Su luz para reflejar la gloria de Dios. El mundo tiene que ver la vida de Dios en cada uno de sus hijos y esa vida se manifiesta en el amor que nos tenemos, porque Dios es amor. Hagamos crecer la naturaleza de Dios en nosotros, haciendo crecer los frutos del Espíritu. (Gálatas 5: 22,23). Que Dios nos dé sabiduría.

jueves, 20 de noviembre de 2008

LA PALABRA DE DIOS ES TRANSFORMADORA


LA PALABRA DE DIOS ES TRANSFORMADORA

"Por la palabra del Señor fueron creados los cielos, y por el soplo de su boca, las estrellas. Él recoge en un cántaro el agua de los mares, y junta en vasijas los océanos. Tema toda la tierra al Señor; hónrenlo todos los pueblos del mundo; porque él habló, y todo fue creado; dio una orden, y todo quedó firme." (Salmo 33: 6-9 -NVI) La palabra de Dios transformó el desorden en orden, trajo la luz y empezó a producir vida donde no había. La Palabra de Dios sale con un propósito y lo cumple. “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo, y no vuelven allá sin regar antes la tierra y hacerla fecundar y germinar para que dé semilla al que siembra y pan al que come, así es también la palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo y cumplirá con mis propósitos.” (Isaías 55: 19,11 -NVI) Toda Palabra de Dios vuelve a Él con el propósito cumplido. Cuando nosotros hablamos la Palabra de Dios, debemos estar seguros que Ésta se cumplirá. Debemos estar tan seguros que nada nos hará mover de esa palabra sobre la cual nos hemos establecido. Podemos decir: Yo me quedo firme sobre esta Palabra y no importa los vientos y la tempestad, nadie me mueve de este lugar.

El centurión citado en Mateo 8: 5-13, entendió y creyó en el poder de la Palabra que salía de la boca de Jesús, por eso le dijo: “Pero basta con que digas una sola palabra, y mi siervo quedará sano.” (Mateo 8:8). Basta una sola palabra dicha con fe y ella vuela para cumplir su propósito. Las personas que hablen de parte de Dios siempre van a producir una transformación en ellas y en otras personas. Jesús hablaba de parte de Dios, hablaba lo que Dios le decía que hable. El centurión fue muy sagaz y entendió esto, dado que, como él lo hacía en lo natural con sus subalternos, en lo espiritual era lo mismo. Él se dio cuenta de la autoridad que tenía Jesús y creyó con fe en su corazón, por eso dijo que sólo bastaba una palabra para que los espíritus de rangos inferiores obedezcan. Esa autoridad que Cristo tenía en la tierra, ahora la tenemos nosotros (Lucas 10: 19), sólo falta que la creamos con fe. Una vez que aceptemos creer en lo que hemos recibido de parte de Dios, entonces nuestra palabra producirá buenos frutos y traerá lo que Dios tiene en el cielo a esta tierra para crear vida donde no hay. El Cristo que vive en nosotros es siempre Mayor que el que gobierna el mundo, por lo tanto, cuando dejamos que Él hable a través de nosotros, todo nombre tiene que inclinarse ante el Nombre que es sobre todo nombre, Jesucristo el Señor. Somos personas bajo autoridad, por tanto di la palabra y producirá el efecto deseado. ¡Obediencia! Esa es la clave para la victoria.

La Palabra de Dios en nosotros tiene que empezar a transformar no sólo nuestro entorno mediato, sino más allá, porque Ella primeramente va a penetrar nuestro ser partiendo el alma y el espíritu y escudriñando lo más recóndito de nosotros, discerniendo nuestros pensamientos e intenciones del corazón. (Hebreos 4: 12) Cuando la palabra de Dios va exponiéndonos a Su luz, no hay argumentos que valgan para seguir en pecado, sólo nos queda arrepentirnos humildemente y decidir no cometer más pecados contra Dios. La luz de Dios tiene que penetrar cada área de nuestro ser y esto sólo es posible si dejamos que Su Espada abra camino cortando nuestra carne y poniendo de manifiesto todo pensamiento e intenciones que llevamos muy adentro. Si le permitimos a la espada de Dios cortar nuestro ser, entonces el fluir de Su Palabra avanzará sin impedimento alguno y lo que salga de nuestra boca, será Palabra transformadora de Dios. No leamos la Palabra de Dios para saber mucho de Ella, dejemos que sea Ella quien nos lea, para exponer cuánto nos falta de Dios en nosotros.

Jesucristo es la Palabra viva de Dios y es esa Palabra la que vamos a hablar, es a Jesucristo a quien vamos a predicar y es por Él que vamos a levantar bandera y no por una denominación. Jesucristo es la vida (Juan 14:6) y si queremos engendrar esa vida en nosotros, es necesario embarazarnos de Su Vida para darlo luego a luz, no como quien arroja un caramelo de la boca, sino con verdaderos dolores de parto. Si no sufrimos por las almas que sufren, no vamos a poder darles la Vida de Dios. Los primeros cristianos fueron llamados trastornadores o transformadores del mundo (Hechos 17:6), porque por donde ellos pasaban las cosas empezaban a cambiar, porque sus palabras ardían con el poder de Dios y ese fuego empezaba a consumir la escoria del pecado y miles se convertían al Dios vivo. ¿Cuál era el secreto? Ellos sólo miraban a Jesucristo y hablaban las Palabras de Jesucristo; vivían y morían por Él. ¿Qué hablamos como cristianos? ¿Por quién vivimos y por quién morimos? La única palabra que va a transformar el mundo es la Palabra de Dios, porque “las palabras que Él habla son espíritu y son vida.” (Juan 6: 63).

El poder de la Palabra de Dios no ha cambiado, el fuego espera ser avivado, pero si nos vamos a pelear discutiendo si la mujer puede o no predicar, o si tal denominación que empieza a echar fuera a los demonios está en entredichos, ¿qué estamos haciendo? Echándole agua al fuego y apagando el poder de la Palabra. Los primeros cristianos estaban unánimes, enfocados en Cristo, sin miramientos, entonces el fluir de Dios arrasaba el mismo infierno. Señor, hágase tu voluntad para que unánimes hablemos una misma palabra: Tu Palabra; que tengamos una misma visión: almas para tu reino; que avancemos por un mismo camino, el camino de Santidad; que sintamos lo que Cristo sintió: humildad; que amemos como Cristo amó que se entregó por nosotros; que ya no nos juzguemos, sino que bendigamos, para que Tu Reino se extienda en la tierra y que las tinieblas retrocedan mientras Tu luz avance, para que Tu nombre, Jesús, sea engrandecido. Amén

lunes, 17 de noviembre de 2008

VIVIENDO LA VIDA DE DIOS EN NOSOTROS

VIVIENDO LA VIDA DE DIOS EN NOSOTROS,
UNA VIDA DE RESURRECCIÓN

Para vivir la vida de Dios en nosotros, necesitamos seguir por fe algunos pasos que la Biblia nos indica. Si no actuamos con fe, esto sería mera religiosidad que nos llevaría al fanatismo y daríamos lugar al espíritu de crítica. “Todo lo que no proviene de fe, es pecado.” (Romanos 14: 23). Lo que Jesús hizo en la cruz, no tiene precio, no podemos pagárselo con nada, fue algo incomparable, fue un verdadero acto de amor. Lo único que nos toca hacer es vivir la vida que Él ganó para nosotros. “Así que no dejen que el pecado controle su vida aquí en la tierra. No obedezcan los deseos de su naturaleza humana.” (Romanos 6:12 PDT). No hay nada que el diablo pueda hacer sin nuestro consentimiento. Por eso es importante mantenernos centrados en la Palabra de Dios para no dejar que el enemigo nos engañe con sus argucias, él sólo habla mentira porque es padre de mentiras. No debemos oírlo ni por un instante.
Pidamos a Dios entendimiento para hacer lo que Él nos manda, muriendo cada día y viviendo para Él. (Es importante leer cada texto citado y analizarlo, pidiendo a Dios que nos dé espíritu de sabiduría y revelación)

1º. Arrepintámonos de corazón y humillémonos delante de Dios confesando nuestras debilidades y pecados. (Salmo 51)
2º. Tomemos la decisión de renunciar a todo lo carnal en nosotros. A todo aquello que nos induce a pecar. (Tito 2: 11-14)
3º. Pongamos en práctica esta renuncia, haciendo morir lo terrenal en nosotros. Huyamos de todo lo que nos arrastra a pecar, (Colosenses 3: 5-7) y despojémonos de todo lo que nos lleva a la muerte (Colosenses 3: 8- 10).
4º. Vistámonos con las vestiduras de la nueva naturaleza. (Colosenses 3: 12 -14) Es importante no permanecer desnudos, sino cubiertos inmediatamente con las nuevas vestiduras. Estas vestiduras son las virtudes de Cristo.
5º. Permitamos luego, que la paz de Dios nos gobierne y seamos agradecidos. (Colosenses 3: 15). Vivamos en paz con nosotros, con Dios y con las personas. Controlemos nuestro carácter, pidiéndole al Espíritu Santo que nos ayude. De seguro que Él lo hará.
6º. Que more en abundancia la Palabra de Cristo en nosotros para ser de bendición a las personas. Leamos la Palabra de Dios y que Ella sea nuestro deleite constante. Meditemos en Ella todo el día. (Col. 3: 16)
7º. Que todo lo que hagamos sea para la gloria de Dios. Entonces, ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios. (1ª Corintios 10: 31 NBLH) Sólo Cristo es merecedor de toda gloria.
8º. Ejercitémonos en la piedad (1ª Timoteo 4: 7). Vivamos una vida de excelencia moral.
9º. Perdonemos (Efesios 4: 32). No almacenemos resentimiento dentro de nosotros. Perdonemos de inmediato a quien nos ofenda.
10º. Amemos a Dios y al prójimo. (Deuteronomio 6: 4 -5; Mateo 22: 37-40; Marcos 12: 30-31). El amor a Dios es lo primero y esto nos lleva a amar al prójimo, tomando en cuenta que Dios ama a las personas que Él creó a Su imagen.

La vida de resurrección ya no piensa en la muerte, porque es una vida nueva en Cristo, cambiada y transformada de todas las ataduras del pasado que carcomen el alma y la arrastran al infierno. Una vida resucitada con Cristo ya no vive de acuerdo al sistema de este mundo, sino que va transformando su forma de pensar llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo y comprobando que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta. La vida resucitada almacena perdón y no ofensas. Mantiene siempre sus aguas saludables porque el perdón las endulza, entonces el rencor y la amargura huyen porque no encuentran dónde estacionarse.

Una vida de resurrección entra al reposo de Dios porque ya no vive en obras muertas, sino que se ejercita en la piedad. Este ejercicio consiste en poner en práctica por fe los diez puntos citados, no olvidando que debemos perdonar en todo tiempo, amándonos unos a otros y amando a Dios sobre todas las cosas. Dios nos ha dado nueva vida para que vivamos en Su presencia todo el tiempo y le adoremos en espíritu y en verdad, porque la carne no puede adorar a Dios. Sólo cuando nos decidimos a morir (a lo carnal) vamos a poder resucitar y estar en la presencia de Dios viviendo en libertad.

Para vivir la vida de Dios en nosotros sólo necesitamos vivirla, es decir, dejar que Cristo actúe en nosotros. No se trata de estar echando fuera a los demonios para que nos dejen en paz, sino de hacer crecer a Cristo en nosotros. Si no hay espacio para el enemigo en nosotros, entonces él no va a poder entrar, porque estaremos llenos del Espíritu de Dios. Nuestra lucha no consiste en estar esquivando al diablo, sino solamente en someternos a Dios haciendo Su voluntad y obedeciéndole en todo, entonces el diablo huirá. Leamos el capítulo 4 de Santiago según la versión en la Biblia Lenguaje Sencillo.
¿Saben por qué hay guerras y pleitos entre ustedes? ¡Pues porque no saben dominar su egoísmo y su maldad! Son tan envidiosos que quisieran tenerlo todo, y cuando no lo pueden conseguir, son capaces hasta de pelear, matar y promover la guerra. ¡Pero ni así pueden conseguir lo que quisieran! Ustedes no tienen, porque no se lo piden a Dios. Y cuando piden, lo hacen mal, porque lo único que quieren es satisfacer sus malos deseos. Ustedes no aman a Dios ni lo obedecen. ¿Pero acaso no saben que hacerse amigo del mundo es volverse enemigo de Dios? ¡Pues así es! Si ustedes aman lo malo del mundo, se vuelven enemigos de Dios. ¿Acaso no creen lo que dice la Biblia, que «Dios nos ama mucho»? En realidad, Dios nos trata con mucho más amor, como dice la Biblia: «Dios se opone a los orgullosos, pero trata con amor a los humildes». Por eso, obedezcan a Dios. Háganle frente al diablo, y él huirá de ustedes. Háganse amigos de Dios, y él se hará amigo de ustedes.¡ Pecadores, dejen de hacer el mal! Los que quieren amar a Dios, pero también quieren pecar, deben tomar una decisión: o Dios, o el mundo de pecado. Pónganse tristes y lloren de dolor. Dejen de reír y pónganse a llorar, para que Dios vea su arrepentimiento. Sean humildes delante del Señor y él los premiará. No critiquen a los demás. Hermanos, no hablen mal de los demás. El que habla mal del otro, o lo critica, es como si estuviera criticando y hablando mal de la ley de Dios. Lo que ustedes deben hacer es obedecer la ley de Dios, no criticarla. Dios es el único juez. Él nos dio la ley, y es el único que puede decir si somos inocentes o culpables. Por eso no tenemos derecho de criticar a los demás. No sean orgullosos. Escúchenme, ustedes, los que dicen así: «Hoy o mañana iremos a la ciudad; allí nos quedaremos todo un año, y haremos buenos negocios y ganaremos mucho dinero». ¿Cómo pueden hablar así, si ni siquiera saben lo que les va a suceder mañana? Su vida es como la niebla: aparece por un poco de tiempo, y luego desaparece. Más bien deberían decir: «Si Dios quiere, viviremos y haremos esto o aquello». Sin embargo, a ustedes les gusta hablar con orgullo, como si fueran dueños del futuro, y eso es muy malo. Si ustedes saben hacer lo bueno y no lo hacen, ya están pecando.
Que Dios nos dé entendimiento para captar lo que el Espíritu nos revela en esta Palabra.

domingo, 16 de noviembre de 2008

UNA VIDA DE RESURRECCIÓN


UNA VIDA DE RESURRECCIÓN

Al hablar de resurrección, no podemos dejar de pensar en muerte, y es lógico, pues sólo los muertos resucitan, ya que sin muerte, no hay resurrección y sin resurrección, no hay vida. Como hijos de Dios debemos entender la gran importancia de morir para vivir. Cristo dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.” (Lucas 9:23). ¿Qué está diciendo Jesús aquí? Sencillamente, ¡Muere! No hay otra forma de vivir la vida de la fe, si no es muriendo cada día. El tomar la cruz significaba muerte. eN Cuando el acusado tomaba la cruz, sabía que no tenía ni la más remota posibilidad de vivir, estaba destinado a morir y Cristo nos dice exactamente eso: ¿Me quieres seguir? Entonces muere, porque no hay otra forma de hacerlo. Nos parece duro pensar en morir y la carne grita diciendo: ¡Es injusto! Pero si entendemos que la única forma de alcanzar la resurrección es muriendo, entonces será más llevadero para nosotros cargar la cruz cada día.

¿Por qué morir? Porque la única forma de abandonar la naturaleza pecaminosa es clavándola en la cruz. “Sabemos que lo que antes éramos fue crucificado con él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de modo que ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado” (Romanos 6:6 CAS) En otra versión dice así: Ciertamente nuestra vieja forma de ser fue clavada con Cristo en la cruz, y así aquella parte de nuestra vida que estaba dominada por el pecado quedó herida de muerte. De esta forma, nuestro cuerpo pecador no sigue sometido a la esclavitud del pecado” (Romanos 6:6 NVI) Si queremos abandonar la incredulidad, el orgullo y toda obra de la carne, debemos considerarnos muertos de verdad a todas las cosas que nos inducen a pecar, porque ya fueron clavadas en la cruz y debemos reemplazar estas áreas con lo que Dios dice respecto a nosotros para vivir de acuerdo a lo que Su Palabra declara. Debemos reconocer que somos libres haciendo morir la carne que nos esclaviza y lleva a la muerte. “La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz.”(Romanos 8: 6 BAD) La Biblia Lenguaje Sencillo dice: “Si vivimos pensando en todo lo malo que nuestros cuerpos desean, entonces quedaremos separados de Dios. Pero si pensamos sólo en lo que desea el Espíritu Santo, entonces tendremos vida eterna y paz.” (Romanos 8:6 BLS).

La vida resucitada es la única que ha vencido a la muerte. La carnalidad es símbolo de muerte. Este es un tiempo de definición para la Iglesia de Dios. No podemos estar divagando entre el camino estrecho y el ancho, debemos definirnos a entrar por el camino estrecho que lleva a la vida, ese Camino es Cristo. Debemos definirnos por Cristo y declarar con el salmista: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me agrada y tu ley está en medio de mi corazón.” (Salmo 40: 8). Es sólo haciendo la voluntad de Dios que vamos a entrar en Cristo, lo contrario nos lleva a entrar en crisis. La carnalidad es sinónimo de crisis. La ley de Dios debe regir cada área de nuestro ser, esa ley que está ya escrita en nuestros corazones, es la ley del amor. Dios está llamando a Su Iglesia a tomar las armas y levantarse en adoración para vivir en el Espíritu y no satisfacer los deseos de la carne. “Las armas con las que luchamos no son de este mundo, sino que tienen el poder de Dios para destruir las fortalezas del enemigo. Con nuestras armas, también destruimos los argumentos de los que están en contra nuestra y acabamos con el orgullo que no le permite a la gente conocer a Dios. Así podemos capturar todos los pensamientos y hacer que obedezcan a Cristo.” (2ª Corintios 10: 4,5 NVI)

La vida resucitada nos lleva al rompimiento con todo lo carnal. Se empiezan a romper viejas estructuras humanas que impidieron por largo tiempo el estancamiento del Cuerpo de Cristo. Estamos viviendo el tiempo de Dios para la ruptura de todas las ataduras que enclaustraron a la Iglesia en sistemas ritualistas que le impidieron cumplir con todos los propósitos de Dios.


El Señor está diciendo a la Iglesia: “Mira, hoy te doy a elegir entre la vida y la muerte, entre lo bueno y lo malo, entre la vida y el éxito, o la muerte y el desastre. Si obedeces los mandamientos del Señor tu Dios que te ordeno hoy, amas al Señor tu Dios, vives como él manda y obedeces sus mandamientos, normas y leyes, entonces vivirás y te multiplicarás, y el Señor tu Dios te bendecirá en la tierra que vas a tomar en posesión. Pero si te alejas del Señor, no lo escuchas, te dejas arrastrar y adoras y sirves a otros dioses, entonces hoy te advierto que con toda seguridad serás destruido. No vivirás mucho tiempo en la tierra que vas a tomar en posesión, después de cruzar el río Jordán.» Llamo hoy al cielo y a la tierra para que sean testigos: Yo te estoy dando a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige la vida para que tú y tus descendientes puedan vivir, amando al Señor tu Dios, obedeciéndolo y estando cerca de él, porque al hacer esto tendrás vida y permanecerás por mucho tiempo sobre la tierra que el Señor prometió darles a tus antepasados Abraham, Isaac y Jacob».” (Deuteronomio 30 15-20 NVI)

La vida de resurrección es una vida de obediencia por amor a Aquel que nos amó y se entregó por nosotros. La vida resucitada entra en el reposo de Dios porque cesa de hacer sus propias obras y hace las obras de Cristo; ya no se conforma con seguir doctrina y mandamientos de hombres, sino que se centra en hacer la voluntad de Dios. Una vida de resurrección es una vida de poder. Iglesia, entra al reposo de Dios y vive la victoria de la resurrección.

El Señor me habló y me dijo: No temas. Dile a mi pueblo adormilado que es hora de despertar, es hora que se levanten y vean la luz de este nuevo día de resurrección, porque ya se vislumbra esa luz y las tinieblas van retrocediendo, no esperes más, para que no te sorprenda el nuevo día aún envuelta con el manto de religiosidad, por tanto “despiértate tú que duermes y levántate de los muertos y te alumbrará Cristo.” (Efesios 5: 14).

jueves, 13 de noviembre de 2008

HABLANDO PROFÉTICAMENTE


HABLANDO PROFÉTICAMENTE

Nuestras palabras tienen tremendo poder, poder de vida o poder de muerte. ¿Cómo usamos nuestras palabras ahora que estamos en la vida de la fe? ¿Seguimos usando las palabras según nuestro propio criterio o las usamos según el criterio de Dios? “No digan malas palabras, sino palabras que ayuden y animen a los demás para que lo que hablen le haga bien a quien los escuche. No hagan poner triste al Espíritu Santo, quien es la garantía para su completa liberación en el día señalado.” (Efesios 4: 29,30) En las malas palabras, no sólo están las obscenas, sino también aquellas que llegan a ser maldición para el que las oye, palabras que no producen vida, sino muerte. Pablo nos exhorta a que hablemos ahora solamente aquello que producirá vida, la vida de Dios que nosotros llevamos dentro, pues tenemos la naturaleza de Dios y no la del diablo. El diablo habla mal para todos porque quiere que a todos les vaya mal, pero como nosotros no tenemos la naturaleza diabólica, entonces nuestro hablar debe ser de bendición. No vamos a querer entristecer al Espíritu Santo de Dios por las palabras que hablamos, por tanto amados de Dios, les ruegos que entreguemos nuestros pensamientos al Señor Jesús, llevando cautivo todo pensamiento a Cristo, para que cuando abramos nuestra boca, de ella sólo brote bendición. “De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.” (Santiago 3:10) Que de nuestra boca brote sólo bendición.

Permitan que el mensaje de Cristo viva plenamente entre ustedes. Enséñense y aconséjense unos a otros con toda la sabiduría que Dios les da. Canten salmos y canciones espirituales con el corazón lleno de agradecimiento a Dios. Siempre dediquen al Señor Jesús todo lo que digan (hablen) y lo que hagan, dando gracias a Dios Padre a través de Jesús.” (Colosenses 3: 16,17). Cuando la Palabra de Dios está viviendo en nuestros corazones, lo que saldrá de nuestros labios será Palabra de Dios, para enseñar, aconsejar con la sabiduría de Dios. De nuestro corazón brotarán canciones de alabanza y gratitud a Dios porque vamos a dedicarle al Señor todo lo que hagamos y digamos. Entonces ya se acabarán los sarcasmos (las indirectas, ironías), las murmuraciones, porque ya le hemos entregado nuestro hablar al Señor y no podemos darle esas cosas y otras que pertenecen al infierno. Que nuestras palabras reflejen al Cristo que vive en nosotros.

Mientras hablaba así, muchos creyeron en él. Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: "Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres". (Juan 8: 30-32). Permanecer es plantarse en la Palabra de Dios y echar raíces, de tal forma que nada ni nadie nos arranque de Ella. Es así y sólo así que vamos a poder ser discípulos del Señor Jesús. El olivo tiene una característica muy especial, en cuanto empieza a desarrollarse va profundizando sus raíces, de tal forma que si queremos arrancar a una pequeñita plantita de olivo con la mano, no vamos a poder arrancarla con toda su raíz; así debemos ser nosotros , debemos enraizarnos profundamente en la Palabra de Dios y fortalecernos en Él, para que cuando vengan los furiosos huracanes en contra de nosotros, no puedan desarraigarnos; podrán arrancarnos algunos gajos, pero esto producirá una poda en nosotros, de modo que lo que brotará después, será una nueva y poderosa rama que se desarrollará con mayor vigor. La Palabra de Dios es la única que nos da la verdadera libertad, porque nos hace conocer al que es la Palabra, a Jesucristo el Señor.

“El Espíritu da vida; la carne no vale para nada. Las palabras que les he hablado son espíritu y son vida.” (Juan 6: 63) Notemos que el espíritu y la vida van unidos. Nada de lo que hagamos en la carne produce vida, sino sólo lo que procede del Espíritu, porque nuestro espíritu está unido al del Señor y es uno con Él (1ª Corintios 6: 17); así como el Espíritu de Cristo estaba unido al del Padre y era Uno con Él, así también el nuestro es uno con el Señor; de modo que es importante y necesario vivir en el Espíritu, haciendo caso a nuestra nueva naturaleza - la de Cristo en nosotros- y desechando lo carnal que nos conduce a la muerte. Cuando estamos viviendo en el Espíritu, nuestras palabras son espíritu y vida y producen en nosotros y en los oyentes, la Vida de Dios.

Dios quiere que hablemos proféticamente, es decir que hablemos sólo sus Palabras, que aprendamos el lenguaje de Dios. “¿Por qué no entienden mi modo de hablar? Porque no pueden aceptar mi palabra.” (Juan 8: 43). “¿Porque no entienden mi lenguaje?” dice en otra versión. Cuando no podemos entender el lenguaje o modo de hablar de Dios, es sencillamente porque no queremos aceptar Sus Palabras. Cuando decidamos aceptar las Palabras de Jesús, vamos a entender Su Lenguaje, ese Lenguaje es celestial, se habla en los cielos. Cuando Jesús dijo que se haga la voluntad de Dios aquí en la tierra, así como se hace en los cielos, se estaba refiriendo a la forma de hablar, como se habla en el reino de Dios. Porque es la palabra la que produce vida o muerte. Fue por la Palabra de Dios que fue hecho todo y nosotros lo entendemos y aceptamos por fe (Hebreos 11: 3). Es esa palabra que produce vida, la que Dios quiere que hablemos y esa Palabra procede de Él (de Jesucristo); esa es la Palabra profética que Dios espera que hablemos en este tiempo. Jesucristo es la Vida, porque la Palabra se hizo carne, se hizo como nosotros, (Juan 1: 14) para que nosotros la podamos comer (ingerir y digerir; leerla y entenderla; oírla y hacerla) y tener la Vida de Dios en nosotros, para poder impartirla a otros y que ellos también tengan Vida “Zoe”, la vida de Dios.