LA PALABRA DE DIOS ES TRANSFORMADORA
"Por la palabra del Señor fueron creados los cielos, y por el soplo de su boca, las estrellas. Él recoge en un cántaro el agua de los mares, y junta en vasijas los océanos. Tema toda la tierra al Señor; hónrenlo todos los pueblos del mundo; porque él habló, y todo fue creado; dio una orden, y todo quedó firme." (Salmo 33: 6-9 -NVI) La palabra de Dios transformó el desorden en orden, trajo la luz y empezó a producir vida donde no había. La Palabra de Dios sale con un propósito y lo cumple. “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo, y no vuelven allá sin regar antes la tierra y hacerla fecundar y germinar para que dé semilla al que siembra y pan al que come, así es también la palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo y cumplirá con mis propósitos.” (Isaías 55: 19,11 -NVI) Toda Palabra de Dios vuelve a Él con el propósito cumplido. Cuando nosotros hablamos la Palabra de Dios, debemos estar seguros que Ésta se cumplirá. Debemos estar tan seguros que nada nos hará mover de esa palabra sobre la cual nos hemos establecido. Podemos decir: Yo me quedo firme sobre esta Palabra y no importa los vientos y la tempestad, nadie me mueve de este lugar.
El centurión citado en Mateo 8: 5-13, entendió y creyó en el poder de la Palabra que salía de la boca de Jesús, por eso le dijo: “Pero basta con que digas una sola palabra, y mi siervo quedará sano.” (Mateo 8:8). Basta una sola palabra dicha con fe y ella vuela para cumplir su propósito. Las personas que hablen de parte de Dios siempre van a producir una transformación en ellas y en otras personas. Jesús hablaba de parte de Dios, hablaba lo que Dios le decía que hable. El centurión fue muy sagaz y entendió esto, dado que, como él lo hacía en lo natural con sus subalternos, en lo espiritual era lo mismo. Él se dio cuenta de la autoridad que tenía Jesús y creyó con fe en su corazón, por eso dijo que sólo bastaba una palabra para que los espíritus de rangos inferiores obedezcan. Esa autoridad que Cristo tenía en la tierra, ahora la tenemos nosotros (Lucas 10: 19), sólo falta que la creamos con fe. Una vez que aceptemos creer en lo que hemos recibido de parte de Dios, entonces nuestra palabra producirá buenos frutos y traerá lo que Dios tiene en el cielo a esta tierra para crear vida donde no hay. El Cristo que vive en nosotros es siempre Mayor que el que gobierna el mundo, por lo tanto, cuando dejamos que Él hable a través de nosotros, todo nombre tiene que inclinarse ante el Nombre que es sobre todo nombre, Jesucristo el Señor. Somos personas bajo autoridad, por tanto di la palabra y producirá el efecto deseado. ¡Obediencia! Esa es la clave para la victoria.
La Palabra de Dios en nosotros tiene que empezar a transformar no sólo nuestro entorno mediato, sino más allá, porque Ella primeramente va a penetrar nuestro ser partiendo el alma y el espíritu y escudriñando lo más recóndito de nosotros, discerniendo nuestros pensamientos e intenciones del corazón. (Hebreos 4: 12) Cuando la palabra de Dios va exponiéndonos a Su luz, no hay argumentos que valgan para seguir en pecado, sólo nos queda arrepentirnos humildemente y decidir no cometer más pecados contra Dios. La luz de Dios tiene que penetrar cada área de nuestro ser y esto sólo es posible si dejamos que Su Espada abra camino cortando nuestra carne y poniendo de manifiesto todo pensamiento e intenciones que llevamos muy adentro. Si le permitimos a la espada de Dios cortar nuestro ser, entonces el fluir de Su Palabra avanzará sin impedimento alguno y lo que salga de nuestra boca, será Palabra transformadora de Dios. No leamos la Palabra de Dios para saber mucho de Ella, dejemos que sea Ella quien nos lea, para exponer cuánto nos falta de Dios en nosotros.
Jesucristo es la Palabra viva de Dios y es esa Palabra la que vamos a hablar, es a Jesucristo a quien vamos a predicar y es por Él que vamos a levantar bandera y no por una denominación. Jesucristo es la vida (Juan 14:6) y si queremos engendrar esa vida en nosotros, es necesario embarazarnos de Su Vida para darlo luego a luz, no como quien arroja un caramelo de la boca, sino con verdaderos dolores de parto. Si no sufrimos por las almas que sufren, no vamos a poder darles la Vida de Dios. Los primeros cristianos fueron llamados trastornadores o transformadores del mundo (Hechos 17:6), porque por donde ellos pasaban las cosas empezaban a cambiar, porque sus palabras ardían con el poder de Dios y ese fuego empezaba a consumir la escoria del pecado y miles se convertían al Dios vivo. ¿Cuál era el secreto? Ellos sólo miraban a Jesucristo y hablaban las Palabras de Jesucristo; vivían y morían por Él. ¿Qué hablamos como cristianos? ¿Por quién vivimos y por quién morimos? La única palabra que va a transformar el mundo es la Palabra de Dios, porque “las palabras que Él habla son espíritu y son vida.” (Juan 6: 63).
El poder de la Palabra de Dios no ha cambiado, el fuego espera ser avivado, pero si nos vamos a pelear discutiendo si la mujer puede o no predicar, o si tal denominación que empieza a echar fuera a los demonios está en entredichos, ¿qué estamos haciendo? Echándole agua al fuego y apagando el poder de la Palabra. Los primeros cristianos estaban unánimes, enfocados en Cristo, sin miramientos, entonces el fluir de Dios arrasaba el mismo infierno. Señor, hágase tu voluntad para que unánimes hablemos una misma palabra: Tu Palabra; que tengamos una misma visión: almas para tu reino; que avancemos por un mismo camino, el camino de Santidad; que sintamos lo que Cristo sintió: humildad; que amemos como Cristo amó que se entregó por nosotros; que ya no nos juzguemos, sino que bendigamos, para que Tu Reino se extienda en la tierra y que las tinieblas retrocedan mientras Tu luz avance, para que Tu nombre, Jesús, sea engrandecido. Amén
"Por la palabra del Señor fueron creados los cielos, y por el soplo de su boca, las estrellas. Él recoge en un cántaro el agua de los mares, y junta en vasijas los océanos. Tema toda la tierra al Señor; hónrenlo todos los pueblos del mundo; porque él habló, y todo fue creado; dio una orden, y todo quedó firme." (Salmo 33: 6-9 -NVI) La palabra de Dios transformó el desorden en orden, trajo la luz y empezó a producir vida donde no había. La Palabra de Dios sale con un propósito y lo cumple. “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo, y no vuelven allá sin regar antes la tierra y hacerla fecundar y germinar para que dé semilla al que siembra y pan al que come, así es también la palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo y cumplirá con mis propósitos.” (Isaías 55: 19,11 -NVI) Toda Palabra de Dios vuelve a Él con el propósito cumplido. Cuando nosotros hablamos la Palabra de Dios, debemos estar seguros que Ésta se cumplirá. Debemos estar tan seguros que nada nos hará mover de esa palabra sobre la cual nos hemos establecido. Podemos decir: Yo me quedo firme sobre esta Palabra y no importa los vientos y la tempestad, nadie me mueve de este lugar.
El centurión citado en Mateo 8: 5-13, entendió y creyó en el poder de la Palabra que salía de la boca de Jesús, por eso le dijo: “Pero basta con que digas una sola palabra, y mi siervo quedará sano.” (Mateo 8:8). Basta una sola palabra dicha con fe y ella vuela para cumplir su propósito. Las personas que hablen de parte de Dios siempre van a producir una transformación en ellas y en otras personas. Jesús hablaba de parte de Dios, hablaba lo que Dios le decía que hable. El centurión fue muy sagaz y entendió esto, dado que, como él lo hacía en lo natural con sus subalternos, en lo espiritual era lo mismo. Él se dio cuenta de la autoridad que tenía Jesús y creyó con fe en su corazón, por eso dijo que sólo bastaba una palabra para que los espíritus de rangos inferiores obedezcan. Esa autoridad que Cristo tenía en la tierra, ahora la tenemos nosotros (Lucas 10: 19), sólo falta que la creamos con fe. Una vez que aceptemos creer en lo que hemos recibido de parte de Dios, entonces nuestra palabra producirá buenos frutos y traerá lo que Dios tiene en el cielo a esta tierra para crear vida donde no hay. El Cristo que vive en nosotros es siempre Mayor que el que gobierna el mundo, por lo tanto, cuando dejamos que Él hable a través de nosotros, todo nombre tiene que inclinarse ante el Nombre que es sobre todo nombre, Jesucristo el Señor. Somos personas bajo autoridad, por tanto di la palabra y producirá el efecto deseado. ¡Obediencia! Esa es la clave para la victoria.
La Palabra de Dios en nosotros tiene que empezar a transformar no sólo nuestro entorno mediato, sino más allá, porque Ella primeramente va a penetrar nuestro ser partiendo el alma y el espíritu y escudriñando lo más recóndito de nosotros, discerniendo nuestros pensamientos e intenciones del corazón. (Hebreos 4: 12) Cuando la palabra de Dios va exponiéndonos a Su luz, no hay argumentos que valgan para seguir en pecado, sólo nos queda arrepentirnos humildemente y decidir no cometer más pecados contra Dios. La luz de Dios tiene que penetrar cada área de nuestro ser y esto sólo es posible si dejamos que Su Espada abra camino cortando nuestra carne y poniendo de manifiesto todo pensamiento e intenciones que llevamos muy adentro. Si le permitimos a la espada de Dios cortar nuestro ser, entonces el fluir de Su Palabra avanzará sin impedimento alguno y lo que salga de nuestra boca, será Palabra transformadora de Dios. No leamos la Palabra de Dios para saber mucho de Ella, dejemos que sea Ella quien nos lea, para exponer cuánto nos falta de Dios en nosotros.
Jesucristo es la Palabra viva de Dios y es esa Palabra la que vamos a hablar, es a Jesucristo a quien vamos a predicar y es por Él que vamos a levantar bandera y no por una denominación. Jesucristo es la vida (Juan 14:6) y si queremos engendrar esa vida en nosotros, es necesario embarazarnos de Su Vida para darlo luego a luz, no como quien arroja un caramelo de la boca, sino con verdaderos dolores de parto. Si no sufrimos por las almas que sufren, no vamos a poder darles la Vida de Dios. Los primeros cristianos fueron llamados trastornadores o transformadores del mundo (Hechos 17:6), porque por donde ellos pasaban las cosas empezaban a cambiar, porque sus palabras ardían con el poder de Dios y ese fuego empezaba a consumir la escoria del pecado y miles se convertían al Dios vivo. ¿Cuál era el secreto? Ellos sólo miraban a Jesucristo y hablaban las Palabras de Jesucristo; vivían y morían por Él. ¿Qué hablamos como cristianos? ¿Por quién vivimos y por quién morimos? La única palabra que va a transformar el mundo es la Palabra de Dios, porque “las palabras que Él habla son espíritu y son vida.” (Juan 6: 63).
El poder de la Palabra de Dios no ha cambiado, el fuego espera ser avivado, pero si nos vamos a pelear discutiendo si la mujer puede o no predicar, o si tal denominación que empieza a echar fuera a los demonios está en entredichos, ¿qué estamos haciendo? Echándole agua al fuego y apagando el poder de la Palabra. Los primeros cristianos estaban unánimes, enfocados en Cristo, sin miramientos, entonces el fluir de Dios arrasaba el mismo infierno. Señor, hágase tu voluntad para que unánimes hablemos una misma palabra: Tu Palabra; que tengamos una misma visión: almas para tu reino; que avancemos por un mismo camino, el camino de Santidad; que sintamos lo que Cristo sintió: humildad; que amemos como Cristo amó que se entregó por nosotros; que ya no nos juzguemos, sino que bendigamos, para que Tu Reino se extienda en la tierra y que las tinieblas retrocedan mientras Tu luz avance, para que Tu nombre, Jesús, sea engrandecido. Amén
No hay comentarios:
Publicar un comentario