jueves, 13 de noviembre de 2008

HABLANDO PROFÉTICAMENTE


HABLANDO PROFÉTICAMENTE

Nuestras palabras tienen tremendo poder, poder de vida o poder de muerte. ¿Cómo usamos nuestras palabras ahora que estamos en la vida de la fe? ¿Seguimos usando las palabras según nuestro propio criterio o las usamos según el criterio de Dios? “No digan malas palabras, sino palabras que ayuden y animen a los demás para que lo que hablen le haga bien a quien los escuche. No hagan poner triste al Espíritu Santo, quien es la garantía para su completa liberación en el día señalado.” (Efesios 4: 29,30) En las malas palabras, no sólo están las obscenas, sino también aquellas que llegan a ser maldición para el que las oye, palabras que no producen vida, sino muerte. Pablo nos exhorta a que hablemos ahora solamente aquello que producirá vida, la vida de Dios que nosotros llevamos dentro, pues tenemos la naturaleza de Dios y no la del diablo. El diablo habla mal para todos porque quiere que a todos les vaya mal, pero como nosotros no tenemos la naturaleza diabólica, entonces nuestro hablar debe ser de bendición. No vamos a querer entristecer al Espíritu Santo de Dios por las palabras que hablamos, por tanto amados de Dios, les ruegos que entreguemos nuestros pensamientos al Señor Jesús, llevando cautivo todo pensamiento a Cristo, para que cuando abramos nuestra boca, de ella sólo brote bendición. “De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.” (Santiago 3:10) Que de nuestra boca brote sólo bendición.

Permitan que el mensaje de Cristo viva plenamente entre ustedes. Enséñense y aconséjense unos a otros con toda la sabiduría que Dios les da. Canten salmos y canciones espirituales con el corazón lleno de agradecimiento a Dios. Siempre dediquen al Señor Jesús todo lo que digan (hablen) y lo que hagan, dando gracias a Dios Padre a través de Jesús.” (Colosenses 3: 16,17). Cuando la Palabra de Dios está viviendo en nuestros corazones, lo que saldrá de nuestros labios será Palabra de Dios, para enseñar, aconsejar con la sabiduría de Dios. De nuestro corazón brotarán canciones de alabanza y gratitud a Dios porque vamos a dedicarle al Señor todo lo que hagamos y digamos. Entonces ya se acabarán los sarcasmos (las indirectas, ironías), las murmuraciones, porque ya le hemos entregado nuestro hablar al Señor y no podemos darle esas cosas y otras que pertenecen al infierno. Que nuestras palabras reflejen al Cristo que vive en nosotros.

Mientras hablaba así, muchos creyeron en él. Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: "Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres". (Juan 8: 30-32). Permanecer es plantarse en la Palabra de Dios y echar raíces, de tal forma que nada ni nadie nos arranque de Ella. Es así y sólo así que vamos a poder ser discípulos del Señor Jesús. El olivo tiene una característica muy especial, en cuanto empieza a desarrollarse va profundizando sus raíces, de tal forma que si queremos arrancar a una pequeñita plantita de olivo con la mano, no vamos a poder arrancarla con toda su raíz; así debemos ser nosotros , debemos enraizarnos profundamente en la Palabra de Dios y fortalecernos en Él, para que cuando vengan los furiosos huracanes en contra de nosotros, no puedan desarraigarnos; podrán arrancarnos algunos gajos, pero esto producirá una poda en nosotros, de modo que lo que brotará después, será una nueva y poderosa rama que se desarrollará con mayor vigor. La Palabra de Dios es la única que nos da la verdadera libertad, porque nos hace conocer al que es la Palabra, a Jesucristo el Señor.

“El Espíritu da vida; la carne no vale para nada. Las palabras que les he hablado son espíritu y son vida.” (Juan 6: 63) Notemos que el espíritu y la vida van unidos. Nada de lo que hagamos en la carne produce vida, sino sólo lo que procede del Espíritu, porque nuestro espíritu está unido al del Señor y es uno con Él (1ª Corintios 6: 17); así como el Espíritu de Cristo estaba unido al del Padre y era Uno con Él, así también el nuestro es uno con el Señor; de modo que es importante y necesario vivir en el Espíritu, haciendo caso a nuestra nueva naturaleza - la de Cristo en nosotros- y desechando lo carnal que nos conduce a la muerte. Cuando estamos viviendo en el Espíritu, nuestras palabras son espíritu y vida y producen en nosotros y en los oyentes, la Vida de Dios.

Dios quiere que hablemos proféticamente, es decir que hablemos sólo sus Palabras, que aprendamos el lenguaje de Dios. “¿Por qué no entienden mi modo de hablar? Porque no pueden aceptar mi palabra.” (Juan 8: 43). “¿Porque no entienden mi lenguaje?” dice en otra versión. Cuando no podemos entender el lenguaje o modo de hablar de Dios, es sencillamente porque no queremos aceptar Sus Palabras. Cuando decidamos aceptar las Palabras de Jesús, vamos a entender Su Lenguaje, ese Lenguaje es celestial, se habla en los cielos. Cuando Jesús dijo que se haga la voluntad de Dios aquí en la tierra, así como se hace en los cielos, se estaba refiriendo a la forma de hablar, como se habla en el reino de Dios. Porque es la palabra la que produce vida o muerte. Fue por la Palabra de Dios que fue hecho todo y nosotros lo entendemos y aceptamos por fe (Hebreos 11: 3). Es esa palabra que produce vida, la que Dios quiere que hablemos y esa Palabra procede de Él (de Jesucristo); esa es la Palabra profética que Dios espera que hablemos en este tiempo. Jesucristo es la Vida, porque la Palabra se hizo carne, se hizo como nosotros, (Juan 1: 14) para que nosotros la podamos comer (ingerir y digerir; leerla y entenderla; oírla y hacerla) y tener la Vida de Dios en nosotros, para poder impartirla a otros y que ellos también tengan Vida “Zoe”, la vida de Dios.

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