sábado, 4 de abril de 2009

EL REINO DE DIOS

EL REINO DE DIOS

"Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder." (1ª Corintios 4: 20).
Cuando Jesús estuvo en la tierra, Él no vino a instaurar un Reino que subyugara a los romanos, sino al contrario, Él vino a establecer un Reino que se asentara en el interior de la persona y la transformara. Jesús sabía que no podemos empezar una transformación de afuera para adentro, sino desde adentro, en el ser íntimo de la persona. “Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona.” (Marcos 7: 21-23 NVI)

Los pensamientos están siempre en constante actividad, pensamos, pensamos y pensamos, pero ¿cómo podemos detener los pensamientos? No podemos detenerlos, pero sí, controlarlos. Cada persona piensa lo que quiere pensar y no piensa dos pensamientos a la vez. Podemos traer a la memoria momentos gratos o ingratos, podemos anticipar en la mente acontecimientos que nunca pasarán. Nuestros pensamientos van a determinar nuestra conducta, las reacciones que tengamos frente a la vida y las circunstancias. Jesús vino a mostrarnos una nueva forma de gobierno; el gobierno de nuestro ser interno, sometiendo nuestros pensamientos a la obediencia a Cristo. (2ª Corintios 10: 5) Si somos capaces de gobernar nuestros pensamientos, vamos a ser capaces de gobernar las circunstancias y no vamos a ser presa de la ansiedad o el estrés, ni del temor o la preocupación.

El Reino de Dios es poder dentro de nosotros, porque quien vive en cada hijo de Dios es Jesucristo por medio del Espíritu Santo y de Él emana el poder. “Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.” (Hechos 1:8). El poder para el cambio no radica en nuestra fuerza, sino en la fuerza del Espíritu de Dios, pero el Espíritu Santo sólo actuará si le permitimos hacerlo. Es importante reconocer nuestra debilidad y pedirle a Él que nos ayude en nuestra decisión de cambiar. Si nosotros no decidimos cambiar los pensamientos y actitudes negativas, que dañan nuestra vida, el Espíritu Santo, no actuará a nuestro favor, porque Él no hará nada si nosotros no le permitimos.

Los fariseos estaban preocupados por las apariencias externas, como lavarse las manos antes de comer, cosa que es buena, pero que no produce un cambio en el interior de la persona, que es de donde sale la contaminación más peligrosa que cualquier germen que podamos introducir a la boca por no lavarnos las manos. El reino de Dios no es apariencia externa, ni es tangible físicamente, si bien se puede evidenciar por la forma de ser de quienes son gobernados por el Soberano. Jesucristo es el Reino y el Soberano de Su Reino.

El apóstol Pablo nos dice que el Reino de Dios es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. (Romanos 14: 17). Cuando habla de la justicia, no se refiere a la humana, sino a la divina, que los ciudadanos del Reino manifiestan en la tierra. Jesús dijo: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mateo 6:10) El Reino de Dios en la persona, trae la voluntad de Dios a la tierra, de tal forma que lo que es improcedente en los cielos, los del Reino de Dios, declaramos improcedente en la tierra, para que la justicia de Dios se cumpla. El Reino de Dios trae paz, no sólo en el corazón del ciudadano del Reino, sino también sobre familias, pueblos, ciudades y naciones. La justicia y la paz generan gozo y éste fortalece la vida de los ciudadanos del Reino. No puede haber un ciudadano del Reino de Dios que no posea estas características. La justicia, la paz y el gozo son características que deben ser evidentes en cada ciudadano del Reino. Cristo manifestaba estas cualidades en Su vida. El Reino de Dios debe brotar del interior de la persona para producir transformación en el exterior, no sólo de su persona, sino de quienes la rodean.

Para poder participar del Reino de Dios, la persona debe primero recibir a Jesucristo como Señor y Salvador y decidir someterse a Su Señorío y obedecerle “El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él. El que no me ama, no obedece mis palabras.” (Juan 14: 23, 24ª) El Reino de Dios es Su vivienda en nosotros, de tal forma que Él sea quien gobierne cada pensamiento y acto en nosotros. Nuestra obediencia a Cristo la hacemos por amor, permitiendo de este modo que Su Reino se establezca en la tierra. Esta obediencia trae bendición a nuestras vidas. Los ciudadanos del Reino de Dios unen el cielo y la tierra porque permiten que la voluntad de Dios sea hecha en sus vidas y también en la de otros. Los ciudadanos del Reino de Dios extienden la cultura de Reino a las naciones para preparar el escenario para recibir al Rey y único Soberano del Reino de Dios, a Jesucristo el Señor. ¡Aleluya!

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