SACRIFICIO DE ALABANZA
“Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él (Jesucristo), sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre.” (Hebreos 13:15)
Es hermoso alabar al Señor en medio de la congregación juntamente con los hermanos y esto fluye espontáneamente sin hacer ningún esfuerzo, si es que estamos acostumbrados a hacerlo; sin embargo cuando las cosas no andan bien, resulta difícil para nuestros labios pronunciar alabanza. ¿Te has preguntado por qué? Porque inconscientemente o muy consciente, tu alma deduce que no puedes alabar a quien no merece alabanza, porque crees que Dios no está haciendo nada por ti, a pesar de ver tu sufrimiento que supones que es el mayor de todos los sufrimientos. ¿Qué estás haciendo entonces? Estás poniendo tu “YO” como el centro sobre el cual deben girar las cosas y estás dejando de lado a Jesucristo, quien debe ser en todo momento el centro de todo, sobre el cual nosotros debemos girar. Sólo Jesucristo es digno de alabanza, aun cuando las cosas no estén saliendo como las esperamos.
“Ofrezcamos siempre a Dios”: Siempre quiere decir continuamente, en todo momento. Dios merece siempre nuestra alabanza, aunque ésta implique sacrificio para nosotros y las cosas no anden como quisiéramos. Cuando Jonás estaba en el vientre del pez, por su desobediencia, él invocó a Dios. Su situación no era posible de ser solucionada humanamente, él necesitaba un milagro y sabía a quién recurrir.
Jonás 2: “Entonces Jonás oró al Señor su Dios desde el vientre del pez. Dijo: "En mi angustia clamé al Señor, y él me respondió. Desde las entrañas del sepulcro pedí auxilio, y tú escuchaste mi clamor. A lo profundo me arrojaste, al corazón mismo de los mares; las corrientes me envolvían, todas tus ondas y tus olas pasaban sobre mí. Y pensé: He sido expulsado de tu presencia. ¿Cómo volveré a contemplar tu santo templo? Las aguas me llegaban hasta el cuello, lo profundo del océano me envolvía; las algas se me enredaban en la cabeza, arrastrándome a los cimientos de las montañas. Me tragó la tierra, y para siempre sus cerrojos se cerraron tras de mí. Pero tú, Señor, Dios mío, me rescataste de la fosa. "Al sentir que se me iba la vida, me acordé del Señor, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo templo. "Los que siguen a ídolos vanos abandonan el amor de Dios. Yo, en cambio, te ofreceré sacrificios y cánticos de gratitud. Cumpliré las promesas que te hice. ¡La salvación viene del Señor!" Entonces el Señor dio una orden y el pez vomitó a Jonás en tierra firme.”
“Yo empero con voz de alabanza te sacrificaré: pagaré lo que prometí: a Jehová sea el salvamento.” (Jonás 2: 9 –RV1865) La alabanza es un elogio o celebración que se hace a alguien por sus proezas. Jonás prometió elogiar a Dios por la tremenda salvación que obtuvo, porque estando prácticamente muerto, sepultado ya y sus ojos veían muy cerca el mismo infierno a donde fue lanzado por su desobediencia, sin embargo, él sabía que si clamaba al Dios misericordioso, Éste le salvaría, entonces él no dejaría de alabarle. Jesucristo nos salvó de una muerte eterna, inminente y segura a causa del pecado que heredamos desde Adán, ¿no habríamos de alabarle todo el tiempo y durante la eternidad? ¿Acaso es menor nuestra salvación que la de Jonás? Nuestra salvación es mucho mayor que la de Jonás porque el precio pagado es incomparablemente mayor, ya que es el precio de la Sangre del Hijo de Dios hecho hombre por nosotros. Por lo tanto no debería faltar la alabanza de nuestros labios. Si sacrificamos alabanza a Dios, es decir que alabamos aun cuando no sintamos hacerlo, estamos haciendo lo que deberíamos hacer y aun así estamos catalogados como “siervos inútiles”, porque sólo hacemos lo que debemos hacer y no más de ello (Lucas 17:10). Si hacemos las cosas porque debemos hacerlas, estamos cayendo en una mera religión, pero si lo que hacemos, lo hacemos por amor y gratitud, esto agrada a Dios. El sacrificio de alabanza debe ser hecho por amor y gratitud, aun cuando no sintamos hacerlo y nuestros labios se nieguen a prorrumpir en alabanza. Estábamos destinados a una muerte segura, sin embargo Jesucristo nos dio vida, Su vida (Efesios 2:1- 10). Alábale desde el fondo de tu corazón, con tus labios y con tu espíritu. Declara las obras maravillosas que Él ha hecho por ti. Alábale.
“Porque mía es toda bestia del bosque, Y los millares de animales en los collados. Conozco a todas las aves de los montes, Y todo lo que se mueve en los campos me pertenece. Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; Porque mío es el mundo y su plenitud. ¿He de comer yo carne de toros, O de beber sangre de machos cabríos? Sacrifica a Dios alabanza, Y paga tus votos al Altísimo; E invócame en el día de la angustia; Te libraré, y tú me honrarás. Pero al malo dijo Dios: ¿Qué tienes tú que hablar de mis leyes, y que tomar mi pacto en tu boca? Pues tú aborreces la corrección, Y echas a tu espalda mis palabras. Si veías al ladrón, tú corrías con él, Y con los adúlteros era tu parte. Tu boca metías en mal, Y tu lengua componía engaño. Tomabas asiento, y hablabas contra tu hermano; Contra el hijo de tu madre ponías infamia. Estas cosas hiciste, y yo he callado; Pensabas que de cierto sería yo como tú; Pero te reprenderé, y las pondré delante de tus ojos. Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios, No sea que os despedace, y no haya quien os libre. El que sacrifica alabanza me honrará; Y al que ordenare su camino, Le mostraré la salvación de Dios.” (Salmo 50: 10- 23 RV60) Conviene leer todo el capítulo.
El sacrificio de alabanza guardará nuestro corazón de mal, porque vamos a estar centrados en el Dios de nuestra salvación y no en nuestras proezas, o fracasos; en lo que nos hacen o dejan de hacer otras personas. Hagamos de nuestra vida un altar de alabanza a Dios y seamos así aceptables a Él; que no broten de nuestros labios quejas contra Dios, o insulto, o infamia contra nadie, pues ningún ser humano, por quien Jesucristo dio Su vida, merece desprecio, sino nuestro sincero amor y honra, porque honrando al prójimo le honramos a Dios. “Todo lo que respira alabe al Señor. Aleluya.”
“Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él (Jesucristo), sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre.” (Hebreos 13:15)
Es hermoso alabar al Señor en medio de la congregación juntamente con los hermanos y esto fluye espontáneamente sin hacer ningún esfuerzo, si es que estamos acostumbrados a hacerlo; sin embargo cuando las cosas no andan bien, resulta difícil para nuestros labios pronunciar alabanza. ¿Te has preguntado por qué? Porque inconscientemente o muy consciente, tu alma deduce que no puedes alabar a quien no merece alabanza, porque crees que Dios no está haciendo nada por ti, a pesar de ver tu sufrimiento que supones que es el mayor de todos los sufrimientos. ¿Qué estás haciendo entonces? Estás poniendo tu “YO” como el centro sobre el cual deben girar las cosas y estás dejando de lado a Jesucristo, quien debe ser en todo momento el centro de todo, sobre el cual nosotros debemos girar. Sólo Jesucristo es digno de alabanza, aun cuando las cosas no estén saliendo como las esperamos.
“Ofrezcamos siempre a Dios”: Siempre quiere decir continuamente, en todo momento. Dios merece siempre nuestra alabanza, aunque ésta implique sacrificio para nosotros y las cosas no anden como quisiéramos. Cuando Jonás estaba en el vientre del pez, por su desobediencia, él invocó a Dios. Su situación no era posible de ser solucionada humanamente, él necesitaba un milagro y sabía a quién recurrir.
Jonás 2: “Entonces Jonás oró al Señor su Dios desde el vientre del pez. Dijo: "En mi angustia clamé al Señor, y él me respondió. Desde las entrañas del sepulcro pedí auxilio, y tú escuchaste mi clamor. A lo profundo me arrojaste, al corazón mismo de los mares; las corrientes me envolvían, todas tus ondas y tus olas pasaban sobre mí. Y pensé: He sido expulsado de tu presencia. ¿Cómo volveré a contemplar tu santo templo? Las aguas me llegaban hasta el cuello, lo profundo del océano me envolvía; las algas se me enredaban en la cabeza, arrastrándome a los cimientos de las montañas. Me tragó la tierra, y para siempre sus cerrojos se cerraron tras de mí. Pero tú, Señor, Dios mío, me rescataste de la fosa. "Al sentir que se me iba la vida, me acordé del Señor, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo templo. "Los que siguen a ídolos vanos abandonan el amor de Dios. Yo, en cambio, te ofreceré sacrificios y cánticos de gratitud. Cumpliré las promesas que te hice. ¡La salvación viene del Señor!" Entonces el Señor dio una orden y el pez vomitó a Jonás en tierra firme.”
“Yo empero con voz de alabanza te sacrificaré: pagaré lo que prometí: a Jehová sea el salvamento.” (Jonás 2: 9 –RV1865) La alabanza es un elogio o celebración que se hace a alguien por sus proezas. Jonás prometió elogiar a Dios por la tremenda salvación que obtuvo, porque estando prácticamente muerto, sepultado ya y sus ojos veían muy cerca el mismo infierno a donde fue lanzado por su desobediencia, sin embargo, él sabía que si clamaba al Dios misericordioso, Éste le salvaría, entonces él no dejaría de alabarle. Jesucristo nos salvó de una muerte eterna, inminente y segura a causa del pecado que heredamos desde Adán, ¿no habríamos de alabarle todo el tiempo y durante la eternidad? ¿Acaso es menor nuestra salvación que la de Jonás? Nuestra salvación es mucho mayor que la de Jonás porque el precio pagado es incomparablemente mayor, ya que es el precio de la Sangre del Hijo de Dios hecho hombre por nosotros. Por lo tanto no debería faltar la alabanza de nuestros labios. Si sacrificamos alabanza a Dios, es decir que alabamos aun cuando no sintamos hacerlo, estamos haciendo lo que deberíamos hacer y aun así estamos catalogados como “siervos inútiles”, porque sólo hacemos lo que debemos hacer y no más de ello (Lucas 17:10). Si hacemos las cosas porque debemos hacerlas, estamos cayendo en una mera religión, pero si lo que hacemos, lo hacemos por amor y gratitud, esto agrada a Dios. El sacrificio de alabanza debe ser hecho por amor y gratitud, aun cuando no sintamos hacerlo y nuestros labios se nieguen a prorrumpir en alabanza. Estábamos destinados a una muerte segura, sin embargo Jesucristo nos dio vida, Su vida (Efesios 2:1- 10). Alábale desde el fondo de tu corazón, con tus labios y con tu espíritu. Declara las obras maravillosas que Él ha hecho por ti. Alábale.
“Porque mía es toda bestia del bosque, Y los millares de animales en los collados. Conozco a todas las aves de los montes, Y todo lo que se mueve en los campos me pertenece. Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; Porque mío es el mundo y su plenitud. ¿He de comer yo carne de toros, O de beber sangre de machos cabríos? Sacrifica a Dios alabanza, Y paga tus votos al Altísimo; E invócame en el día de la angustia; Te libraré, y tú me honrarás. Pero al malo dijo Dios: ¿Qué tienes tú que hablar de mis leyes, y que tomar mi pacto en tu boca? Pues tú aborreces la corrección, Y echas a tu espalda mis palabras. Si veías al ladrón, tú corrías con él, Y con los adúlteros era tu parte. Tu boca metías en mal, Y tu lengua componía engaño. Tomabas asiento, y hablabas contra tu hermano; Contra el hijo de tu madre ponías infamia. Estas cosas hiciste, y yo he callado; Pensabas que de cierto sería yo como tú; Pero te reprenderé, y las pondré delante de tus ojos. Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios, No sea que os despedace, y no haya quien os libre. El que sacrifica alabanza me honrará; Y al que ordenare su camino, Le mostraré la salvación de Dios.” (Salmo 50: 10- 23 RV60) Conviene leer todo el capítulo.
El sacrificio de alabanza guardará nuestro corazón de mal, porque vamos a estar centrados en el Dios de nuestra salvación y no en nuestras proezas, o fracasos; en lo que nos hacen o dejan de hacer otras personas. Hagamos de nuestra vida un altar de alabanza a Dios y seamos así aceptables a Él; que no broten de nuestros labios quejas contra Dios, o insulto, o infamia contra nadie, pues ningún ser humano, por quien Jesucristo dio Su vida, merece desprecio, sino nuestro sincero amor y honra, porque honrando al prójimo le honramos a Dios. “Todo lo que respira alabe al Señor. Aleluya.”
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