"Cuídense de los falsos profetas. Vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los cardos? Del mismo modo, todo árbol bueno da fruto bueno, pero el árbol malo da fruto malo. Un árbol bueno no puede dar fruto malo, y un árbol malo no puede dar fruto bueno. Todo árbol que no da buen fruto se corta y se arroja al fuego. Así que por sus frutos los conocerán. "No todo el que me dice: 'Señor, Señor', entrará en el reino de los cielos, sino sólo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?' Entonces les diré claramente: 'Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!' (Mateo 7: 15-23)
La voluntad de Dios es algo que debe quedar bien claro en la vida de cada hijo de Dios, porque es lo único que importa. Profetizar o hacer milagros o alguna obra muy buena que hagamos, no cuenta para Dios si no nos sujetamos a Su voluntad. El Reino de Dios es el gobierno absoluto de Dios sobre nuestras vidas, cuanto más nos sujetemos a Su voluntad, más y más vamos a introducirnos en Su gobierno, en Su reino, porque vamos a estar dispuestos a renunciar a nuestra voluntad, enseñada por este sistema, con sabiduría humana y dejaremos que se haga Su voluntad sin cuestionamiento. Si Dios es el Soberano absoluto de nuestras vidas, entonces nosotros le obedeceremos sin chistar.
"El hijo honra a su padre y el siervo a su señor. Ahora bien, si soy padre, ¿dónde está el honor que merezco? Y si soy señor, ¿dónde está el respeto que se me debe? Yo, el Señor Todopoderoso, les pregunto a ustedes, sacerdotes que desprecian mi nombre. "Y encima preguntan: ¿En qué hemos despreciado tu nombre? "Pues en que ustedes traen a mi altar alimento mancillado. "Y todavía preguntan: ¿En qué te hemos mancillado? "Pues en que tienen la mesa del Señor como algo despreciable. (Malaquías 1:6,7)
Dios merece mucho más de lo que hasta ahora le hemos dado. Dios realmente tiene que ser amado con todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo. El conjunto de nuestro ser debe amar sin medida a Dios. Esto podrá ser fácil con el espíritu, pero al alma hay que reeducarla para que entregue su dominio al espíritu y el cuerpo debe aprender a sujetarse al alma regenerada. Hacer la voluntad de Dios radica en entregarse totalmente a Él, a tal punto que ya no se escuche de nuestros labios: “Yo pienso”, “a mi modo de ver”, “yo opino”, etc., que no forman parte de un vocabulario del Reino de Dios. Porque dentro del Reino sólo se escucha: “Sí, Señor, hágase tu voluntad”; y si algo no está claro respecto a la voluntad de Dios, remitámonos al “original”, a la Palabra de Dios, sin preguntar la opinión de alguien más. Pidamos en oración que El Espíritu de Dios nos muestre con claridad lo que Dios quiere de cada uno de nosotros, pero al hacer esto, dejemos de lado nuestra opinión, porque ella no cuenta, es tan pobre y efímera, que no nos llevará a ninguna parte; sin embargo lo que Dios tiene para nosotros es duradero e incomparablemente rico, es lo súper excelente para nosotros, aunque no podamos percibirlo en un comienzo. Debemos empezar a creerle a Dios. Él tiene lo mejor para nosotros, o preguntémoselo a José, Daniel, Job y otros. Ninguno de ellos entendió porqué pasaban por sufrimientos, pero confiaron sus vidas al Todopoderoso y Él los libró y les dio muchísimo más que no hubieran conseguido con sus pensamientos y fuerza.
El hacer la voluntad de Dios no es cosa de poca importancia, es cuestión de vida o muerte, porque la vida cristiana no es un juego; lo que está en juego es nuestro destino eterno. No podemos jugar con la gracia de Dios, ella no es una cobertura para quienes quieren hacer lo que les venga en gana. Si bien “donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia”, esto no quiere decir que pequemos para que se vea la sobreabundante gracia de Dios. “Pero allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, a fin de que, así como reinó el pecado en la muerte, reine también la gracia que nos trae justificación y vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor.” (Romanos 5:20,21) La gracia nunca es para muerte, por lo tanto no podemos seguir en camino de muerte pensando que la gracia nos va a librar. Ella es para justificación y vida eterna por medio de Jesucristo. El hijo de Dios se aferra a la gracia para no pecar, no para tener un justificativo para llevar una vida conforme a las pasiones del alma.
Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a hacer la voluntad de Dios, ¿cuánto más nosotros que hemos sido comprados por el precio altísimo de la sangre de Jesucristo? Hacer la voluntad de Dios debe ser nuestro deleite. Conformar nuestros pensamientos a los pensamientos de Cristo debe ser nuestro mayor deseo y practicar esos pensamientos debe ser nuestra meta diaria. “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra --les dijo Jesús— (Juan 4: 34) "Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta; juzgo sólo según lo que oigo, y mi juicio es justo, pues no busco hacer mi propia voluntad sino cumplir la voluntad del que me envió.” (Juan 5: 30) Jesucristo nos ha dejado ejemplo y sólo a Él debemos seguirle. No busquemos otra opinión, especialmente la de aquellas personas que no conocen a Dios. Leamos Hebreos 10 y Dios nos dé entendimiento. Afirmemos nuestros pies en Jesús y confiemos que Su Gracia nos va a sostener para no pecar. Cada día entreguemos nuestros pensamientos a Jesús y decidamos hacer Su voluntad, buscando en Su Palabra lo que Él tiene para nosotros, porque nadie va a ser tentado más allá de lo que pueda soportar, sino que Dios dará una salida para que se pueda resistir la tentación (1ª Corintios 10:13 - Podemos leer todo el capítulo). Nada hagamos creyendo que es lo mejor para nosotros; siempre consultemos a Dios al respecto, dejando de lado nuestro vano criterio, para que Dios nos dé Su pensamiento, que siempre es para bien, porque Él no nos dará lo Suyo, si antes no sacamos lo nuestro, aunque nos parezca lo mejor. Sé sabio.
La voluntad de Dios es algo que debe quedar bien claro en la vida de cada hijo de Dios, porque es lo único que importa. Profetizar o hacer milagros o alguna obra muy buena que hagamos, no cuenta para Dios si no nos sujetamos a Su voluntad. El Reino de Dios es el gobierno absoluto de Dios sobre nuestras vidas, cuanto más nos sujetemos a Su voluntad, más y más vamos a introducirnos en Su gobierno, en Su reino, porque vamos a estar dispuestos a renunciar a nuestra voluntad, enseñada por este sistema, con sabiduría humana y dejaremos que se haga Su voluntad sin cuestionamiento. Si Dios es el Soberano absoluto de nuestras vidas, entonces nosotros le obedeceremos sin chistar.
"El hijo honra a su padre y el siervo a su señor. Ahora bien, si soy padre, ¿dónde está el honor que merezco? Y si soy señor, ¿dónde está el respeto que se me debe? Yo, el Señor Todopoderoso, les pregunto a ustedes, sacerdotes que desprecian mi nombre. "Y encima preguntan: ¿En qué hemos despreciado tu nombre? "Pues en que ustedes traen a mi altar alimento mancillado. "Y todavía preguntan: ¿En qué te hemos mancillado? "Pues en que tienen la mesa del Señor como algo despreciable. (Malaquías 1:6,7)
Dios merece mucho más de lo que hasta ahora le hemos dado. Dios realmente tiene que ser amado con todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo. El conjunto de nuestro ser debe amar sin medida a Dios. Esto podrá ser fácil con el espíritu, pero al alma hay que reeducarla para que entregue su dominio al espíritu y el cuerpo debe aprender a sujetarse al alma regenerada. Hacer la voluntad de Dios radica en entregarse totalmente a Él, a tal punto que ya no se escuche de nuestros labios: “Yo pienso”, “a mi modo de ver”, “yo opino”, etc., que no forman parte de un vocabulario del Reino de Dios. Porque dentro del Reino sólo se escucha: “Sí, Señor, hágase tu voluntad”; y si algo no está claro respecto a la voluntad de Dios, remitámonos al “original”, a la Palabra de Dios, sin preguntar la opinión de alguien más. Pidamos en oración que El Espíritu de Dios nos muestre con claridad lo que Dios quiere de cada uno de nosotros, pero al hacer esto, dejemos de lado nuestra opinión, porque ella no cuenta, es tan pobre y efímera, que no nos llevará a ninguna parte; sin embargo lo que Dios tiene para nosotros es duradero e incomparablemente rico, es lo súper excelente para nosotros, aunque no podamos percibirlo en un comienzo. Debemos empezar a creerle a Dios. Él tiene lo mejor para nosotros, o preguntémoselo a José, Daniel, Job y otros. Ninguno de ellos entendió porqué pasaban por sufrimientos, pero confiaron sus vidas al Todopoderoso y Él los libró y les dio muchísimo más que no hubieran conseguido con sus pensamientos y fuerza.
El hacer la voluntad de Dios no es cosa de poca importancia, es cuestión de vida o muerte, porque la vida cristiana no es un juego; lo que está en juego es nuestro destino eterno. No podemos jugar con la gracia de Dios, ella no es una cobertura para quienes quieren hacer lo que les venga en gana. Si bien “donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia”, esto no quiere decir que pequemos para que se vea la sobreabundante gracia de Dios. “Pero allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, a fin de que, así como reinó el pecado en la muerte, reine también la gracia que nos trae justificación y vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor.” (Romanos 5:20,21) La gracia nunca es para muerte, por lo tanto no podemos seguir en camino de muerte pensando que la gracia nos va a librar. Ella es para justificación y vida eterna por medio de Jesucristo. El hijo de Dios se aferra a la gracia para no pecar, no para tener un justificativo para llevar una vida conforme a las pasiones del alma.
Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a hacer la voluntad de Dios, ¿cuánto más nosotros que hemos sido comprados por el precio altísimo de la sangre de Jesucristo? Hacer la voluntad de Dios debe ser nuestro deleite. Conformar nuestros pensamientos a los pensamientos de Cristo debe ser nuestro mayor deseo y practicar esos pensamientos debe ser nuestra meta diaria. “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra --les dijo Jesús— (Juan 4: 34) "Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta; juzgo sólo según lo que oigo, y mi juicio es justo, pues no busco hacer mi propia voluntad sino cumplir la voluntad del que me envió.” (Juan 5: 30) Jesucristo nos ha dejado ejemplo y sólo a Él debemos seguirle. No busquemos otra opinión, especialmente la de aquellas personas que no conocen a Dios. Leamos Hebreos 10 y Dios nos dé entendimiento. Afirmemos nuestros pies en Jesús y confiemos que Su Gracia nos va a sostener para no pecar. Cada día entreguemos nuestros pensamientos a Jesús y decidamos hacer Su voluntad, buscando en Su Palabra lo que Él tiene para nosotros, porque nadie va a ser tentado más allá de lo que pueda soportar, sino que Dios dará una salida para que se pueda resistir la tentación (1ª Corintios 10:13 - Podemos leer todo el capítulo). Nada hagamos creyendo que es lo mejor para nosotros; siempre consultemos a Dios al respecto, dejando de lado nuestro vano criterio, para que Dios nos dé Su pensamiento, que siempre es para bien, porque Él no nos dará lo Suyo, si antes no sacamos lo nuestro, aunque nos parezca lo mejor. Sé sabio.
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