¿QUIERES SABER CUÁNTO TE AMAS?
"En efecto, toda la ley se resume en un solo mandamiento: "Ama a tu prójimo como a ti mismo." (Gálatas 5: 14 NVI)
La pregunta es: ¿cuánto nos amamos? Quizá nunca te hayas hecho esa pregunta de cuánto te amas, porque suena como narcisismo, egolatría o vanidad; pero éste es el parámetro para saber cuánto amas al prójimo. Dirás: _¡Oh, sí, yo me amo! Jamás dañaría mi cuerpo -. Recuerda que tú eres más que tu cuerpo; también eres alma y espíritu. En el alma están los pensamientos, la voluntad y las emociones, entonces lo que tú pienses, decidas, o afecte tu estado anímico, va a repercutir en todo tu ser. Por un momento escucha lo que piensas de ti mismo: qué idea tienes de ti o cómo te ves (auto concepto); cuánto te valoras o cuánto te amas (autoestima). ¿Ya sabes que opinión tienes de ti? Bueno, ahora vuelve a pensar cuánto te amas. Es importante ser sinceros en lo que pensamos de nosotros mismos para saber si realmente estamos amándonos, porque esto determinará cuánto vamos a amar a nuestro prójimo. Si te salen expresiones tales como: “qué tonta/o soy”, entonces no estás teniendo un buen concepto de ti, y si no piensas bien respecto a tu persona, ¿cuáles serán tus apreciaciones respecto a otras personas?
Cuando Jesús estaba por terminar el “Sermón del Monte”, o “la vida del Reino”, porque nos enseña cómo debemos vivir en el Reino, nos habla en Mateo 7: 1-5 sobre el juzgar a los demás; después en 7- 11 nos introduce a la oración de petición, pero en el versículo 12, Él enlaza lo dicho anteriormente de esta forma: “Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. De hecho, esto es la ley y los profetas.” Este versículo es conocido como “la regla de oro" pero está en el contexto de juzgar a los demás. Lo que pensamos o juzgamos de los demás es reflejo de lo llevamos dentro de nosotros mismos. ¿Por qué vemos algo malo en las personas?, pues sencillamente porque en nosotros está ese mismo mal, pero ampliado. Jesucristo fue muy explicito al decir: "¿Por qué te fijas en la astilla (paja) que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Déjame sacarte la astilla del ojo', cuando ahí tienes una viga en el tuyo?" (Mateo 7: 3,4). Jesús está hablando de una astilla, ésta es diminuta en comparación con la viga. Por un momento piensa en alguien que te ha hecho algo malo y escucha lo que piensas de esa persona. Esa persona, la persona que está pensando, eres tú, porque tú eres lo que piensas. ¿Te gustan tus pensamientos? o ¿te gustaría que otros piensen de ti lo mismo que tú estás pensando de otros? Ama a las personas como tú te amas. Ve en el prójimo a alguien como tú, que todavía no es perfecto.
Las palabras que lanzas las vas recibir de vuelta como rebote. Observa bien lo siguiente: "No juzguen, y no se les juzgará. No condenen, y no se les condenará. Perdonen, y se les perdonará. Den, y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes." (Lucas 6: 37-38) El juzgar a alguien nos pone en la categoría de un juez y sólo Dios es Juez Justo, nosotros, no. El condenar o culpar a otra persona también es acto que corresponde a un juez y Dios no nos ha llamado a juzgar a ninguna persona. El perdonar es acto de nuestra voluntad y Dios nos manda a perdonar a todas las personas. El dar también es acto de nuestra voluntad, Dios nos dice que demos. Dos aspectos en los versículos citados son atribuciones de Dios y los otros dos son de nuestra voluntad. Si somos capaces de no usurpar el rango de Juez que le corresponde sólo a Dios, nos va a resultar fácil perdonar y dar, porque nos hemos puesto en el lugar que nos corresponde y no nos hemos colocado en el lugar de Dios. Ahora bien, si no juzgamos y no condenamos, Dios tampoco nos juzgará ni condenará; y si perdonamos, también las personas nos perdonarán y Dios tomará en cuenta ese perdón y no tomará en cuenta nuestra ofensa. Si somos desprendidos y damos, entonces cuando estemos pasando por necesidad, Dios enviará a personas para que nos den. Es así que todo lo que hacemos vuelve a nosotros, pero en mayor proporción.
Recuerda que tus pensamientos son semillas, éstas se desarrollan y producen fruto que sale por la boca a través de las palabras. Ese fruto tiene a la vez semillas. Cuando te alimentas de tu fruto, porque de hecho te alimentas de él, depositas dentro de ti nuevas semillas que vuelven a crecer y desarrollar, llegando a tener en breve tiempo un inmenso campo de buenos o malos frutos. Por otro lado, ese fruto (palabra) que salió de tu boca se sembró en otros campos y ahora ellos también tienen una gran cosecha de buenos o malos frutos, que te van a llegar por ser quien propagó la semilla. Los frutos te serán dados a ti de vuelta. ¿Qué tiene que ver esto con amarme a mí mismo? Mucho. Porque cuánto más te ames, te valores, te estimes; vas a valorar, estimar y amar al prójimo y no juzgarás a nadie, porque no querrás dañar tu ser con juicios negativos. Ninguna persona que se ame es capaz de dañarse, ni por medio de pensamientos, ni palabras, ni acciones, porque sabe que cosechará lo que sembró. “No se engañen: de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha lo que siembra. El que siembra para agradar a su naturaleza pecaminosa, de esa misma naturaleza cosechará destrucción; el que siembra para agradar al Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos.” (Gál. 6: 7-9).
“El amor no perjudica al prójimo. Así que el amor es el cumplimiento de la ley.” (Romanos 13: 10) Para saber cuánto amamos al prójimo, empecemos a prestar atención a nuestros pensamientos y si estos no dicen bien del prójimo, cambiémoslo, ¡ya! Quizá dirás: _ Pero es verdad que él o ella son así. _Bueno, pero a ti no te corresponde juzgarlos, porque no eres Dios; sólo te corresponde perdonar, amar y bendecir. HAZLO Y SERÁS FELIZ.
"En efecto, toda la ley se resume en un solo mandamiento: "Ama a tu prójimo como a ti mismo." (Gálatas 5: 14 NVI)
La pregunta es: ¿cuánto nos amamos? Quizá nunca te hayas hecho esa pregunta de cuánto te amas, porque suena como narcisismo, egolatría o vanidad; pero éste es el parámetro para saber cuánto amas al prójimo. Dirás: _¡Oh, sí, yo me amo! Jamás dañaría mi cuerpo -. Recuerda que tú eres más que tu cuerpo; también eres alma y espíritu. En el alma están los pensamientos, la voluntad y las emociones, entonces lo que tú pienses, decidas, o afecte tu estado anímico, va a repercutir en todo tu ser. Por un momento escucha lo que piensas de ti mismo: qué idea tienes de ti o cómo te ves (auto concepto); cuánto te valoras o cuánto te amas (autoestima). ¿Ya sabes que opinión tienes de ti? Bueno, ahora vuelve a pensar cuánto te amas. Es importante ser sinceros en lo que pensamos de nosotros mismos para saber si realmente estamos amándonos, porque esto determinará cuánto vamos a amar a nuestro prójimo. Si te salen expresiones tales como: “qué tonta/o soy”, entonces no estás teniendo un buen concepto de ti, y si no piensas bien respecto a tu persona, ¿cuáles serán tus apreciaciones respecto a otras personas?
Cuando Jesús estaba por terminar el “Sermón del Monte”, o “la vida del Reino”, porque nos enseña cómo debemos vivir en el Reino, nos habla en Mateo 7: 1-5 sobre el juzgar a los demás; después en 7- 11 nos introduce a la oración de petición, pero en el versículo 12, Él enlaza lo dicho anteriormente de esta forma: “Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. De hecho, esto es la ley y los profetas.” Este versículo es conocido como “la regla de oro" pero está en el contexto de juzgar a los demás. Lo que pensamos o juzgamos de los demás es reflejo de lo llevamos dentro de nosotros mismos. ¿Por qué vemos algo malo en las personas?, pues sencillamente porque en nosotros está ese mismo mal, pero ampliado. Jesucristo fue muy explicito al decir: "¿Por qué te fijas en la astilla (paja) que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Déjame sacarte la astilla del ojo', cuando ahí tienes una viga en el tuyo?" (Mateo 7: 3,4). Jesús está hablando de una astilla, ésta es diminuta en comparación con la viga. Por un momento piensa en alguien que te ha hecho algo malo y escucha lo que piensas de esa persona. Esa persona, la persona que está pensando, eres tú, porque tú eres lo que piensas. ¿Te gustan tus pensamientos? o ¿te gustaría que otros piensen de ti lo mismo que tú estás pensando de otros? Ama a las personas como tú te amas. Ve en el prójimo a alguien como tú, que todavía no es perfecto.
Las palabras que lanzas las vas recibir de vuelta como rebote. Observa bien lo siguiente: "No juzguen, y no se les juzgará. No condenen, y no se les condenará. Perdonen, y se les perdonará. Den, y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes." (Lucas 6: 37-38) El juzgar a alguien nos pone en la categoría de un juez y sólo Dios es Juez Justo, nosotros, no. El condenar o culpar a otra persona también es acto que corresponde a un juez y Dios no nos ha llamado a juzgar a ninguna persona. El perdonar es acto de nuestra voluntad y Dios nos manda a perdonar a todas las personas. El dar también es acto de nuestra voluntad, Dios nos dice que demos. Dos aspectos en los versículos citados son atribuciones de Dios y los otros dos son de nuestra voluntad. Si somos capaces de no usurpar el rango de Juez que le corresponde sólo a Dios, nos va a resultar fácil perdonar y dar, porque nos hemos puesto en el lugar que nos corresponde y no nos hemos colocado en el lugar de Dios. Ahora bien, si no juzgamos y no condenamos, Dios tampoco nos juzgará ni condenará; y si perdonamos, también las personas nos perdonarán y Dios tomará en cuenta ese perdón y no tomará en cuenta nuestra ofensa. Si somos desprendidos y damos, entonces cuando estemos pasando por necesidad, Dios enviará a personas para que nos den. Es así que todo lo que hacemos vuelve a nosotros, pero en mayor proporción.
Recuerda que tus pensamientos son semillas, éstas se desarrollan y producen fruto que sale por la boca a través de las palabras. Ese fruto tiene a la vez semillas. Cuando te alimentas de tu fruto, porque de hecho te alimentas de él, depositas dentro de ti nuevas semillas que vuelven a crecer y desarrollar, llegando a tener en breve tiempo un inmenso campo de buenos o malos frutos. Por otro lado, ese fruto (palabra) que salió de tu boca se sembró en otros campos y ahora ellos también tienen una gran cosecha de buenos o malos frutos, que te van a llegar por ser quien propagó la semilla. Los frutos te serán dados a ti de vuelta. ¿Qué tiene que ver esto con amarme a mí mismo? Mucho. Porque cuánto más te ames, te valores, te estimes; vas a valorar, estimar y amar al prójimo y no juzgarás a nadie, porque no querrás dañar tu ser con juicios negativos. Ninguna persona que se ame es capaz de dañarse, ni por medio de pensamientos, ni palabras, ni acciones, porque sabe que cosechará lo que sembró. “No se engañen: de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha lo que siembra. El que siembra para agradar a su naturaleza pecaminosa, de esa misma naturaleza cosechará destrucción; el que siembra para agradar al Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos.” (Gál. 6: 7-9).
“El amor no perjudica al prójimo. Así que el amor es el cumplimiento de la ley.” (Romanos 13: 10) Para saber cuánto amamos al prójimo, empecemos a prestar atención a nuestros pensamientos y si estos no dicen bien del prójimo, cambiémoslo, ¡ya! Quizá dirás: _ Pero es verdad que él o ella son así. _Bueno, pero a ti no te corresponde juzgarlos, porque no eres Dios; sólo te corresponde perdonar, amar y bendecir. HAZLO Y SERÁS FELIZ.
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