martes, 21 de octubre de 2008

EL PERDÓN, LA LLAVE DE LA VIDA


EL PERDÓN, LA LLAVE DE LA VIDA
Cuando Jesús pendía de la cruz sin vida, un soldado romano quiso verificar si estaba muerto y clavó su lanza en el corazón de Jesús, en ese instante brotó agua y sangre de Su corazón abierto. La vida de Dios se manifestaba con Su muerte. La semilla que el Padre plantó yacía sin vida, para recibir una cosecha abundante de vidas salvadas por Su perdón liberado en la cruz. “Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. (Lucas 23: 34ª). Cuando Jesús desató el perdón, todas las cadenas de opresión fueron rotas, para que todo aquel que acuda a Él obtenga perdón gratuito. Cuando la lanza atravesó Su corazón y las últimas gotas de sangre mezcladas con agua brotaron, la Gracia de Dios en la persona de Jesucristo, penetró hasta el mismo infierno y arrebató las llaves de la muerte y del Hades, “y destruyó por medio de la muerte, al que tenía el imperio de la muerte, esto es al diablo, para liberar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.” (Hebreos 2: 14b, 15).

Cuando Jesús exclamó: “Padre, perdónalos…”, el infierno tembló, porque se rompía el poder del opresor que por miles de años mantuvo cautiva a la humanidad. La liberación de perdón de Jesús abrió las puertas del cielo a todo pecador que arrepentido se acogiera a la Gracia perdonadora de Dios, porque “por gracia somos salvos, por medio de la fe y esto no procede de nosotros, sino que es un regalo de Dios a toda la humanidad y no es por obra para que nadie tenga de qué gloriarse” (Ef 2:8,9). Ninguno de los de la turba que torturaban a Jesús, pensó en pedirle perdón, pero Él tenía que concluir la obra de la cruz y sólo era posible liberando perdón. Tú y yo hemos podido entrar a formar parte de la familia de Dios, gracias al perdón emitido desde la cruz del Calvario, perdón que rompió las ataduras o pecados pasados, presentes y futuros y abrió las puertas de la prisión donde el diablo nos había colocado, y nos dio la libertad, para que nunca jamás viviésemos prisioneros, torturados y encadenados por las mentiras del diablo. La gracia perdonadora está al alcance de todos para que lo que hemos recibido por gracia, lo demos por gracia.

El perdón de Jesucristo nos dio la libertad para que nosotros a través de nuestro perdón podamos poner en libertad a los cautivos y a nosotros mismos. Somos libres para dar libertad. La cruz que retenía a Cristo, no le impidió liberar perdón para todos. No hay nada que pueda retenerte para liberar perdón, tan sólo exclama desde lo más profundo de tu ser: “Yo perdono a ……………… y te pido Padre, que no le tomes en cuenta este pecado. Abro las puertas del cielo para que Tu bendición venga sobre …………… Desato la vida de …………….. y lo declaro libre, así como Jesús me hizo libre. Amén. No es necesario esperar que te lo pidan. Empieza a perdonar ahora por lo que te han hecho, por lo que te están haciendo y por lo que te podrían hacer en el futuro. Libérate con el perdón ya que es la única llave que abre las puertas de la cárcel de opresión. Debido al perdón de Jesús, Él pudo arrebatarle las llaves del infierno y la muerte al diablo y te dio libertad, para que la muerte ocasionada por la falta de perdón no destruya tu vida. Cristo destruyó Su vida para que la tuya no fuera destruida. Tienes la llave para tu liberación, úsala y las puertas del Hades (infierno) no podrán prevalecer contra ti. El perdón te libera y libera a las personas a quienes perdonas.

El reino de los cielos es un reino de perdón. El perdón da reposo a nuestro corazón y nos permite llegar a Dios en adoración y gozar de la intimidad con Él. Hay un tremendo poder en el perdón, es un milagro de vida, porque todo se vuelve estéril por la falta de perdón, en cambio cuando se libera a las personas perdonándolas, la vida de Dios fluye como un manantial que refresca no sólo nuestro corazón reseco y resquebrajado, sino el corazón y la vida de quienes nos han ofendido; porque no podemos pretender vivir sin perdonar, ya que no puede haber vida sin perdón. “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.” (1ª Jn 3: 15). Cuando estamos aborreciendo o detestando a alguien, lo estamos matando; y si permanecemos en esa actitud ¿Cuál va a ser nuestro fin? La muerte. ¿Qué clase de muerte? “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial” (Mt. 6: 14) ¿Habrá algo que nos garantice la vida eterna sin el perdón de Dios? Recuerda que el homicida no tiene vida eterna permanente en él. ¿Quién otorga la vida eterna? Aquél que perdonó todos nuestros pecados. No podemos decir que amamos a Dios si aborrecemos al hermano, porque entonces estamos mintiendo (1ª Jn 4:20). Si no amamos a Dios, no vamos a poder estar eternamente con Él.

La vida de Dios está en Su Hijo y el que tiene al Hijo no puede ser portador de muerte. Así que amados, revisemos nuestro corazón y perdonemos a quienes nos han ofendido y en lugar de guardar ofensas en nuestro corazón, almacenemos perdón para el momento en que necesitemos liberarlo. "Porque Cristo, cuando aún estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, nos dio vida juntamente con Él, perdonándonos todos los pecados y anuló el documento que el diablo tenía en nuestra contra, se lo quitó y lo clavó en la cruz triunfando sobre todo principado y potestad, exhibiéndolos públicamente, para que nunca más tuviesen potestad sobre nosotros que hemos buscado la vida en Cristo y hemos recurrido a Su gratuito perdón." (Colosenses2: 13-15). Dios no puede ir en contra de nuestra voluntad, pero, desde que hemos elegido la vida, el perdón de Dios debe fluir a través de nosotros. Hay vida en ti y el diablo no puede robar lo que tú no le permitas. Agárrate de la vida de Dios y “ocúpate de tu salvación con temor y temblor, porque Dios es el que produce en ti, así el querer como el hacer, por su buena voluntad” y lo que “Él ha empezado en ti lo completará hasta el día de Jesucristo.” (Filipenses 2: 12,13; 1:6).

Si todavía no eres hijo de Dios, di estas palabras, dilas en forma audible: Recibo a Jesucristo como mi Señor y Salvador y te pido Padre que me perdones. Me arrepiento de haber vivido alejado de Ti. Pero ahora sé que al recibir a Tu Hijo, como dice tu Palabra en Juan 1: 12, me otorgas el derecho de ser tu hijo. “Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios.” Gracias Padre por hacerme tu hijo. En el nombre de Jesucristo mi Señor y Salvador, amén.

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