sábado, 25 de octubre de 2008

FUEGO EXTRAÑO


FUEGO EXTRAÑO

Pero Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario y, poniendo en ellos fuego e incienso, ofrecieron ante el Señor un fuego que no tenían por qué ofrecer, pues él no se lo había mandado. Entonces salió de la presencia del Señor un fuego que los consumió, y murieron ante él. (Levítico 10:1,2)
Dios tiene un nombre, entre otros que tiene, ese es “Celoso”. “No adores a otros dioses, porque el Señor es muy celoso. Su nombre es Dios celoso.” (Éxodo 34: 14). Dios no comparte la adoración con nadie, pues sólo Él es digno de ser adorado y la adoración que se le rinde debe ser con Su Fuego. El hombre, en el intento por acercarse a Dios empieza a fabricar otros fuegos para encender “su incensario” y lo único que consigue es alejar la presencia de Dios. Cuando vayas a acercarte a Dios deja atrás todo lo demás, abre tu corazón delante de Él, busca a Dios realmente con hambre y sed de Él, anhelante de Su presencia; no mezcles tus preocupaciones cotidianas con la adoración. Si le vas a dedicar tiempo a Él olvídate de todo lo demás. Olvídate de tu elaborado programa que has fabricado en tus fuerzas sin consultarle a Él. Sólo dile: Aquí estoy Señor, ¿qué quieres que haga? Déjate llevar por las alas del Espíritu. Dios quiere que Su Iglesia archive sus programitas y lo deje actuar a Él; Dios quiere un Cuerpo que obedezca a la Cabeza que es Cristo. Si los programas no vienen de Dios, entonces son fuego extraño. Te vas a dar cuenta de ello por la sequedad que hay a su alrededor. La gente va a esos lugares no para satisfacer a Dios, sino buscando cómo satisfacerse ellos mismos aunque sin Dios.

Padre, enciéndeme con Tu Fuego, enamórame para que arda mi corazón de pasión por Ti. He frotado por mucho tiempo las piedras de mi humanidad en busca de fuego y lo único que conseguí fue cansancio y decepción. Me rindo a Ti ahora, pongo mi vida en el altar, renuncio a lo que soy, a lo que puedo y a todo lo que tengo, para que sólo Tú seas. Desciende Señor con Tu Presencia, porque eso es lo que más anhela mi corazón. Ven Amado mío, consúmeme con Tu Fuego.

En el Lugar Santísimo se encontraba un mobiliario llamado el arca; era una caja de oro con una tapa conocida como el “propiciatorio” o “el asiento de la misericordia”, sobre esa tapa había dos querubines de oro en posición de adoración; allí era que descendía la Presencia de Dios. Una vez al año, el Sumo sacerdote entraba a ese lugar para ofrecer la sangre del sacrificio, del cordero sacrificado por el pecado de él y del pueblo y la rociaba sobre el propiciatorio. Si la ofrenda era aceptada, la presencia de Dios descendía y consumía el sacrificio y perdonaba al pueblo. Pero un día, Dios envió al Codero sin mancha en propiciación por nuestros pecados, en ofrenda por nuestros pecados y Dios aceptó la Sangre de Su Cordero, para que todo aquel que en Él crea tenga vida eterna y no vaya a condenación. Fue a partir de ese momento que todo varón o varona pueden acercarse a Dios, por medio de Jesucristo, para ofrecer sacrificios de alabanzas, frutos de labios que confiesen el nombre de Jesús (Hebreos 13: 15).

Cuando el adorador se acerca a Dios para adorarle en espíritu y en verdad, Dios desciende y acepta ese sacrificio porque lo que ve es la sangre de Su Hijo en el Propiciatorio. Tenemos que acercarnos a Dios a través de la Sangre del Cordero inmolado y con la Palabra de verdad en nuestros labios, declarando Su Santidad, porque sólo Él es Santo, Santo, Santo. En el cielo se escucha el retumbar de los serafines adoradores diciendo: “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir”; es a Él que esperamos, y proclamamos Su Santidad desde la tierra, para que se una al coro de adoradores que echan sus coronas delante de Él y exclaman: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque Tú creaste todas las cosas , y por tu voluntad existen y fueron creadas.” (Apocalipsis 4: 8, 11).

Es en esta adoración - donde sólo importa Él- que el Fuego Santo de Dios desciende; pero si te atreves a echar fuego extraño, como la queja, la exposición del pecado ajeno, el lamento, la auto conmiseración, (cosas que no provienen de Dios) apagas el fuego del Espíritu. Inclusive, en el momento de adorar olvídate de peticiones, porque tú ya no importas, sólo importa Jesús, aprovecha hasta el mínimo segundo para saborear Su presencia, no lo apagues queriendo aprovechar Su manifestación para hacer peticiones, atrápalo a Él. No vayas tras las bendiciones, busca al Bendecidor. La adoración es personal, no trates de imitar algo que no te pertenece. Deja que sea Él quien encienda tu fuego y que explote dentro de ti. Ríndete a Él. Sólo los adoradores pueden mantener sus lámparas encendidas. Sólo los adoradores son conocidos por Él. La intercesión y la adoración van de la mano. Cuando tú intercedes a favor de otro, te es más fácil adorar y encontrar el rostro de Dios. ¡Atrévete!

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