domingo, 1 de marzo de 2009

CÓMO LIBRARNOS DE LA ESCLAVITUD

CÓMO LIBRAR A NUESTRA ALMA DE LA ESCLAVITUD
"Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis el reposo para vuestras almas." (Mateo 11: 29)
Cristo quiere que nos libremos de todo peso de amarguras y rencores, de sentimientos de culpa, complejos e inferioridades. Él quiere que nos vaciemos de aquello que esclaviza nuestra alma, mente y corazón, para que haya espacio para el perdón, que es la fórmula para eliminar aquellos fluidos que envenenan nuestro ser entero: espíritu, alma y cuerpo. El perdón apaga la sed de venganza, los sentimientos de culpa y amarguras. El perdón nos hace sensibles a las necesidades de las personas y nos llena de compasión y misericordia. Dios es perdonador. Jesucristo vino a perdonar. A Él le interesaba más la persona que el pecado. En cambio a los fariseos religiosos les interesaba el pecado sin importar la persona. Ellos hubieran querido que la mujer adúltera muriera apedreada para sentirse satisfechos, porque el pecado que ella cometió era demasiado grande a sus ojos; sin embargo el que nunca pecó, mostró misericordia, no sólo con la “pecadora”, sino también con aquellos que se preciaban de justos. Cuando Cristo nos dijo que aprendiéramos de Él a ser mansos y humildes de corazón, nos estaba diciendo que sólo en un corazón así cabe la capacidad de perdón y no de odio y venganza; y sólo así el corazón sería capaz de liberarse de ese atroz sentimiento de odio. El perdón nos liberta y si tanto queremos vengarnos y librarnos del que nos ha hecho daño, perdonémoslo, porque cuando odiamos a alguien le estamos dando la oportunidad de que nos tome como su prisionero, ya que el resentimiento y el odio desarrollan a los enemigos dentro de nosotros y nos volvemos caldo de cultivo para las bacterias del odio y como éstas se proliferan rápidamente, muy pronto todo nuestro ser es invadido.

"Padre --dijo Jesús--, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Mientras tanto, echaban suertes para repartirse entre sí la ropa de Jesús."
(Lucas 23: 34) No podemos entender con la mente carnal, cómo Jesús tuvo la capacidad de decirle al Padre que perdonara a quienes le estaban dando muerte; sin embargo ahora que somos hijos de Dios entendemos que estas palabras brotaron de un corazón que sí sabe amar sin medida, aun en medio de los estertores de la muerte. El amor hacia la humanidad lo hizo perdonar, porque el perdón brota de un corazón que ama. Cuando dejamos de vernos a nosotros mismos y vemos a las personas como Cristo las vio, empezamos a amarlas y a no mirar las ofensas como flechas que hieren nuestro YO, sino mirar esas ofensas como la oportunidad para dar amor y perdonar, devolviendo la libertad a quien quería tomarnos como prisioneros del alma. Cristo vino a dar libertad al cautivo, al oprimido; y cuando Él entra al corazón del ser humano empieza, si éste se lo permite, a cambiar toda una estructura religiosa farisaica y a quebrantar el orgullo para suplantarlo por la humildad.

Los fariseos eran expertos en juzgar, pero su juicio era superficial, pues no miraban a la persona como tal, se centraban en el pecado. Cuando le presentaron a la mujer pecadora, ellos no podían ver más allá de la mera actitud, no podían introducirse en lo profundo del ser mismo. Ellos estaban tan abstraídos en su religiosidad que la sola transgresión de la ley les permitía cometer un crimen. La religiosidad no les permitía abrir las puertas al amor de Dios en sus vidas. Cristo demostró a los supuestos justos que Él no vino a condenar, sino a perdonar, a dar amor a quién más lo necesitaba. Esos fariseos, aun en su dureza, necesitaban amor y Jesús, en Su misericordia, los libra de derramar sangre, tan sólo diciéndoles que si alguno de ellos no tenía pecado que sea el primero en arrojar la piedra. Ninguno se atrevió a hacerlo porque sabían su condición. Frente a la mujer adúltera, Cristo no cuestionó su vida, no la expuso, ni le dio un sermón de cómo vivir en santidad, ni le dijo que Él sí podía apedrearla porque no tenía pecado; sino le dijo que no la condenaba y que se vaya, pero que no peque más. El Santo de los Santos no juzgó, no condenó, tan sólo amó. Es que sólo en un corazón manso y humilde puede crecer el amor y brotar el perdón, pero en los corazones duros por el orgullo, sólo hay cabida para la crítica, el desprecio y el rencor.

Sólo quien ama es capaz de perdonar; es capaz de darse para que otro viva. El amor al prójimo es la clave para liberarnos de las ataduras del odio, resentimiento, celos, etc. Cristo vivió el amor, vivió amando y murió amando. Jesús no andaba dando besitos a todos, pero era capaz de amar a pesar de lo que le hicieran o dijeran de Él. “Como respuesta el hombre citó: --Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente', y: Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ --Bien contestado --le dijo Jesús--. Haz eso y vivirás.” (Lucas 10: 27, 28). La única forma de vivir a plenitud es amando así como Dios nos ama. El amor nos da la libertad porque nos libra de condenación y culpa y nos hace semejantes a nuestro Redentor quien dio Su vida por amor. Nuestra capacidad de amar es limitada y condicional, pero el secreto radica en cultivarlo y a medida que más y más lo cultivemos, más y más crecerá en nosotros la capacidad de amar, porque el amor es una de las necesidades vitales de nuestra existencia. El amor es lo que permanecerá por siempre y nos hará aptos para perdonar. Ese es el amor de Dios en nuestras vidas. ¡Cultívalo!

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